El Festival Grec comenzó su singladura teatral y cultural el pasado miércoles 29 de junio y nos acompañará en estas calurosas jornadas estivales hasta el domingo 31 de julio. Y la primera obra que reseñamos de esta edición es El burlador de Sevilla, obra en la que Xavier Albertí ha dirigido a la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Es esta una propuesta que se propone actualizar el texto de Tirso de Molina que creó uno de los mitos literarios españoles más universales, el Don Juan Tenorio. Un delicado texto que juega deliciosamente con el idioma y con la rima y que es un deleite para los oídos, una joya literaria en sí misma, aunque difícil de adaptar a los tiempos actuales.
Pero a la propuesta de Albertí le falla algo. No sé si es el ritmo, si es la declamación, la interpretación en sí misma, o lo pretérito que pueden parecer los personajes y los roles de la obra, sobre todo el de Don Juan Tenorio, muy alejado de lo políticamente correcto en la actualidad.
Puede también que sea un poco la suma de todo ello, pero a la propuesta escénica le falta el gancho que atraiga o mantenga la constante atención del espectador durante la representación de la obra. A ello no ayuda la interpretación del actor principal, Mikel Arostegui, que resulta poco convincente y que lastra el esfuerzo interpretativo del resto de la compañía, a la que Albertí no ha conseguido insuflar del todo el ánima necesaria. Pocos momentos resultan, así, intensos, a excepción del monólogo interpretado por las mujeres afectadas por la flema sexual de un Don Juan Tenorio inexpresivo e insensible ante las consecuencias de sus actos.
La escenografía tampoco ayuda a la comprensión de la adaptación, presidiendo en medio del escenario una gran estructura rectangular que hace las veces de mesa, tálamo, sepultura e, incluso, de rostra para las recriminaciones femeninas, pero que no ayuda a la representación.
Albertí ha intentado dar una nueva forma algo más moderna, que no mucho, a un clásico del Siglo de Oro, pero, por desgracia no parece haber alcanzado el acierto de su intento anterior con la versión de El gran mercado del mundo de Calderón de la Barca, estrenada en el TNC en el año 2019.
Aún así, El burlador de Sevilla nos permite deleitarnos del fino uso de la lengua que Tirso de Molina fraguó en sus obras, que representa un valor quasi-arqueológico literaria y teatralmente y que vale la pena disfrutar por su excelencia y por la fina ironía que acompaña a las palabras tejidas por el autor.
Y respecto al personaje, que más decir, ya que las gestas amorosas de Don Juan Tenorio se precipitan, en la actualidad, hacia el abismo del comportamiento machista y tóxico, algo que desnaturaliza la recepción de la obra y nos hace pensar en cómo ha cambiado nuestra sociedad al respecto… aunque Gira, il mondo gira…
«El burlador de Sevilla» se representa en el Teatre Grec del 3 al 4 de julio de 2022.
Versión y dirección: Xavier Albertí Dramaturgia: Albert Arribas Interpretación: Jonás Alonso, Miguel Ángel Amor, Cristina Arias, Mikel Arostegui Tolivar, Rafa Castejón, Antonio Comas, Alba Enríquez, Lara Grube, Álvaro de Juan, Arturo Querejeta, Isabel Rodes, David Soto Giganto, Jorge Varandela Escenografía: Max Glaenzel Iluminación: Juan Gómez-Cornejo Vestuario: Marian García Milla Espacio sonoro: Mariano García
El TNC estrenó el pasado 21 de abril Els homes i els dies, una propuesta arriesgada que trata la vida y las reflexiones del escritor catalán David Vilaseca, vertidas en un dietario que abarca su vida desde los 23 a los 46 años.
«Xavier Albertí dirige la adaptación teatral de Josep Maria Miró de Els homes i els dies que convierte al yo, los miedos, el sexo y otras vivencias personales en literatura de alto vuelo. La novela es la autobiografía póstuma de David Vilaseca, donde encontramos una voz poderosa y una literatura provocadora y estimulante».
Una propuesta atrayente, reveladora y despiadada que nos permite contemplar la vida de Vilaseca, un joven profesor de literatura homosexual y su continuo desencanto con él mismo y con la vida que le rodea. Els homes i els dies nos transporta con una escenografía vacía, casi nula, a un mundo y una época no muy lejana en el tiempo, entre los años 1987 y 2009, pero muy diferente al mundo actual a través del dietario postumo de Vilaseca que no acaba de encontrar su lugar en el mundo. Su incómoda homosexualidad y la creencia en la falsedad de su existencia se nos muestra a través de la interpretación de los fragmentos de su obra escrita.
De ahí que la representación tenga más de monólogo, en el que el protagonista interactúa con el resto de los personajes o con los recuerdos que de ellos tenía cuando escribía su dietario. Por ello, son las reflexiones del propio Vilaseca sobre sí mismo, su vida y el mundo en el que le ha tocado vivir, las que nutren la esencia de la dramaturgia.
Así, pues, el tono de la obra tiende al pesimismo, ambiente en el que la vida de Vilaseca se movió hasta el día de su muerte, y en el que la desilusión, el fracaso, la sexualidad y la relación con su familia y con los otros son los protagonistas. Albertí y Miró, el primero en la dirección y el segundo en la dramaturgia, han sabido dotar a la obra del desanimo necesaria para acotar la interpretación de los actores y actrices, entre los que destacan Rubén de Eguía que da vida al propio Vilaseca, Mercè Aranega que interpreta a su madre y el joven Alejandro Bordanove.
El resultado final es un escenario-composición donde se muestran los claros-oscuros de la existencia humana en el que todos y todas nos movemos a lo largo de la vida y que confirma que lo más importante no son los logros y los fracasos que nos acontecen en la vida, si no la actitud que cada uno de nosotros tomamos ante ella.
Una propuesta muy interesante para re-descubrir un mundo que dejamos atrás hace tiempo, pero que siempre, mientras vivamos, estará presente en nuestras vidas.
Dirección: Xavier Albertí Autor: David Vilaseca Dramaturgia: Josep Maria Miró Reparto: Mercè Arànega, Albert Ausellé, Paula Blanco, Alejandro Bordanove, Abdi Cherbou, Francesc Cuéllar, Luiz Felipe, Roberto G. Alonso, Rubén de Eguía, Oriol Genís, Federico Metral Escenografía: Max Glaenzel Iluminación: David Bofarull Sonido: Jordi Bonet Vestuario: Silvia Delagneau Producción: Teatre Nacional de Catalunya
Llega al TNC, en medio de la pandemia, uno de los momentos de la temporada teatral, con el estreno el pasado 11 de febrero de La nit de la iguana, uno de los textos más reconocidos de Tennessee Williams, estrenado en el año 1961 y que dirige de lleno nuestra mirada hacia el declive y la crisis vital.
«Años cuarenta, en un rincón perdido de la costa del Pacífico en México. Mientras grupos de turistas alemanes celebran en bañador los bombardeos de la Luftwaffe sobre Londres, el exreverendo Lawrence T. Shannon, reconvertido en guía turístico tras haber sido expulsado de su iglesia y haber pasado una temporada en un hospital psiquiátrico, se reencuentra con una antigua amante que dirige un pequeño hotel».
Lo primero que sorprende de la versión de Carlota Subirós cuando uno entra a la Sala Gran del TNC es la exuberante escenografía, obra de Max Glaenzel, que nos muestra la terraza del hotel mejicano en el que se desarrolla el drama humano en el que nos embarca el dramaturgo estadounidense. Y este no es otro que el análisis de la insolvencia vital de los protagonistas de la obra.
En el hotel de segundas se reunirán varios personajes todos tocados por la fatalidad. El principal no es otro que el exreverendo Shannon (Joan Carreras), expulsado de la Iglesia y que se gana la vida guiando grupos turísticos católicos, con una debilidad especial por la seducción de jovencitas. El reverendo llega al hotel en plena crisis profesional y de consciencia en busca de la paz de aquello conocido. En él hallará a la propietaria y antigua amante (Nora Navas), una viuda reciente que vive de forma despreocupada; un grupo de turistas alemanes y una pareja formada por un poeta nonagenario en busca de su último poema (Lluís Soler) y su nieta, una joven artista que vende su obra de forma itinerante (Màrcia Cisteró). A lo que se sumará la responsable del grupo católico que guía el reverendo (Antònia Jaume) y la joven que este ha seducido (Paula Jornet). Como ven, un panorama que dirige inevitablemente la trama hacia el desastre. Williams, para variar, se interesa por las grietas del alma humana y, también, por su capacidad de resistencia.
La versión de Subirós es valiente, como lo ha de ser cualquier adaptación de Williams, en la que destaca, como decía, una escenografía pletórica y las interpretaciones del reparto. El texto está fabricado para el lucimiento del protagonista principal, el reverendo Shannon, interpretado por Joan Carreras, que provee al carácter de una naturaleza quebradiza de alto voltaje. Nora Navas no acaba de perfilar del todo su personaje de viuda Faulk; Màrcia Cisteró configura, por su parte, una interpretación plácidamente apasionada y Lluís Soler cumple en la encarnación de un personaje secundario pero importante para el relato de la obra.
Y todo ello envuelto en el simbolismo mítico de Williams que se materializa en la caza de la iguana, que intenta mostrar al público el hecho de que todos los personajes del drama, y todos nosotros también, estamos atados a nuestra naturaleza de la que no podemos escapar, ya sea a las debilidades de un sacerdote, a la desidia de la propietaria del hotel, al deseo de crear de un viejo poeta o a la simpleza virginal de una joven artista… o a aquello que nos pesa y nos marca en el fondo de nuestra alma y que dirige nuestros pasos a veces hacia la tragedia.
El TNC acierta, con Tennessee Williams es fácil acertar, y más en la época de crisis personal y social en la que vivimos, pero al intento le falta algo, relacionado con la propia adaptación de una obra compleja muy ligada a una época y a un país muy concreto. Aún así, vale, y mucho, la pena asistir a una representación de La nit de la iguana, para disfrutar de una forma de hacer teatro, de la genialidad creativa de un autor y de la energía interpretativa de un Carreras que sigue avanzando firmemente en su carrera actoral.
«La nit de la iguana» se representa en el TNC del 11 de febrero al 28 de marzo de 2021.
Autor: Tennessee Williams Traducción y dirección: Carlota Subirós Dramaturgia: Ferran Dordal i Lalueza Reparto: Paul Berrondo, Joan Carreras, Màrcia Cisteró, Ricardo Cornelius, Antònia Jaume, Paula Jornet, Wanja Manuel Kahlert, Nora Navas, Hans Richter, Juan Andrés Ríos, Claudia Schneider y Lluís Soler Escenografía: Max Glaenzel Vestuario y Caracterización: Marta Rafa Serra Iluminación: Mingo Albir Sonido: Damien Bazin Maquillaje y peluquería: Anna Rosillo
Horarios: de miércoles a sábado a las 19:00 horas y domingos a las 18:00 horas Precio: 29€ Duración: 2 horas y 5 minutos Idioma: catalán NOTA CULTURALIA: 8 —— Jorge Pisa
¡El terror que se desencadenó hace casi veinte años vuelve a repetirse! ¡Dos personas distintas!, ¡Un escenario diferente! La línea entre el bien y el mal vuelve a cruzarse… El monstruo interior ha despertado. El camino hacia la libertad está plagado de trampas… ¡Comienza Paraules Encadenades!
Esto podría ser anunciado por una potente voz en off en la presentación de un posible tráiler de la obra teatral que nos ocupa, pues Paraules Encadenades, creada por Jordi Galceran, se representó con gran éxito hace ya casi veinte años. El autor nos ha dado después obras brillantes como El mètode Gronholm o El Crèdit, entre muchas otras.
Un psicópata ha secuestrado a una psicóloga a la que mantiene amordazada y atada a una silla. Le ha anunciado los planes que tiene para ella y no son nada halagüeños. La chica esta en inferioridad de condiciones y tendrá que usar su ingenio para sobrevivir. Va a dar comienzo el juego del gato y el ratón, va a empezar el terror…
La obra nos sumerge, ya al cruzar el umbral de la sala, en el escenario del secuestro que es precisamente un viejo teatro, con lo que nos integramos más en la acción que nos mantendrá en vilo durante toda la función. Pronto conoceremos a su captor y entre los dos únicos personajes de la obra se establecerá una batalla dialéctica con el objetivo de salvar la vida.
El actor David Bagés, rostro muy conocido en series de televisión, borda el papel de tipo normal y algo apocado al que se le han cruzado los cables y busca respuesta a sus preguntas interiores. Su carta de presentación es un video, porque en esta obra lo audiovisual esta cuidado e integrado, en el que muestra su talento para construir con su forma de expresarse, palabras y gestos, un asesino sonado, sin empatía, que da miedo. El video inicial ya coloca en situación y presagia que la chica secuestrada lo va a tener crudo. Y ya desde este inicio provoca algunas risas nerviosas en el público, porque lo que cuenta es terrible, pero nos puede parecer cercano o cotidiano y lo que siente puede ser entendible, y ese pensar nuestro, que sus sensaciones pueden ser muy reales e incluso hasta podrían ser las nuestras, ya puede darnos miedo.
Mima Riera interpreta a la psicóloga secuestrada, una actriz con amplia experiencia en el teatro y en películas, y que da credibilidad al papel de atrapada, en inferiores condiciones, pero no desarmada y con una gran fortaleza interior.
El escenario con poco atrezo consigue crear el ambiente sobrio, de angustia y decadente del sótano de un viejo teatro, a lo que ayudan buenos juegos de intensidad en la iluminación, o con el haz de luz de la linterna. La obra usa los tópicos y lugares comunes de las películas del género de asesino, con pocos recursos de decoración. Y no solo en esto, sino también en la utilización de diversas situaciones escénicas.
Paraules Encadenades asusta porque lo que nos narra el psicópata con su falta de humanidad, frialdad y amable normalidad, lo podemos entender y como hemos dicho sus ocurrencias y reflexiones también. Pero la obra es un viaje por los recovecos de la mente y el poder de las palabras. Nos presenta una confrontación dialéctica e intensa entre los dos personajes. Un viaje peligroso para saber por qué uno es como es, por qué actúa así, por qué al mirar el pasado podemos ver cosas diferentes que antes no vimos, porque elegimos ciertos caminos. Remordimientos, miedos, traiciones, mentiras, sospechas, amor, odio, deseo, asco, violencia, perdón, un torbellino de emociones azotan la función. Sufriremos hasta el final para saber si la protagonista se salva o no, porque nada está claro, como en un partido de ping pong. Y por encima de todo, un juego, el de las Paraules Encadenades, que se torna una competición de supervivencia.
Si te gustan las películas de psicópata que mantiene secuestrada a su víctima y establecen una conversación con vínculos, en que el desastre esta siempre latente, no lo dudes. No hay sustos, ni efectos, pero si tensión dosificada y latente, muy poco espacio para el humor aunque algo hay para aligerar los nervios, pero no te vas aburrir. Paraules encadenades es una caja de sorpresas (a veces demasiadas), una montaña rusa que te puede explotar en la cara. Una obra dura y sin concesiones, sin buen rollito. Y que incluso nos hará pensar en las relaciones de pareja. Dos personas y su interior, la balanza entre el bien y el mal, entre la cordura y la locura, es muy fina e intercambiable, o eso nos puede parecer.
«Paraules encadenades» se representa en La Villarroel hasta el próximo 6 de agosto de 2017.
Autor: Jordi Galceran
Dirección: Sergi Belbel
Reparto: David Bagés y Mima Riera
Escenografía: Max Glaenzel
Iluminación: Kiko Planas
Espacio sonoro: Jordi Bonet
Caracterización: Toni Santos
Producción: Bitò
Horarios: de martes a sábado a las 20:30 horas y domingos a las 18:00 horas Precio: 24€ Idioma: catalán Duración: 1 hora y 30 minutos NOTA CULTURALIA: 8
Hasta el próximo 5 de junio el Teatre Lliure de Gràcia programa Maria Estuard, una de las obras escritas por el dramaturgo e historiador alemán Friedrich Schiller, que repasa los últimos días de la vida de la reina de Escocia Maria Estuardo y el entramado de intrigas e intereses políticos que llevaron a su muerte.
“Con la ayuda de nobles de su séquito, María Estuardo, reina de Escocia y prisionera en el castillo de Talbot por orden de su prima Isabel I de Inglaterra, conspira para salvar su vida y recuperar el poder político. Un enfrentamiento entre dos reinas, dos religiones, dos naciones, pero también, y sobre todo, entre dos mujeres con poder.
Veinticinco años después del montaje de Josep Montanyès en el Teatre Lliure, con las espléndidas Anna Lizaran y Maife Gil a la cabeza, queremos revisitar una pieza capital de la literatura dramática europea. Sílvia Bel y Míriam Alamany serán María e Isabel, respectivamente”.
La propuesta del Lliure, liderada por Sergi Belbel, nos plantea un entorno político-histórico clásico, que no es otro que el de la lucha por el poder, en el caso de la obra de Schiller, el disputado por dos grandes reinas, la escocesa María Estuardo y la inglesa Isabel I.
La obra, que posee una marcada influencia shakesperiana, está planteada en una nueva lectura que contempla tan solo la presencia de siete de los personajes originales. De esta forma Maria Estuard, nos lleva des del principio a la raíz del conflicto político y humano que se vierte sobre el escenario, y que no es otro que el enfrentamiento entre dos reinas, y dos mujeres, por la idea del poder y de la legalidad, en un momento, el siglo XVI, en el que la lucha por la imposición de la autoridad real y la disputa religiosa entre católicos y protestantes se extendía por Inglaterra y por gran parte de Europa.
Este conflicto entre reinas desatado sobre el escenario nos permite, asímismo, reflexionar sobre el contexto político que vivimos actualmente tanto en Cataluña como a nivel nacional, ya sea la situación que ha llevado a la repetición de las elecciones en el Parlamento español, como sobre la tentativa en Cataluña de crear un nuevo estado independiente, desacreditada desde su mismo inicio por su propia naturaleza claramente partidista.
Maria Estuard es un acierto por muchas razones. La primera de ellas, por la elección de un texto escrito por Schiller, no solo dramaturgo, sino también historiador, lo que permite realizar una lectura más profunda y enriquecedora del conflicto que nos es narrado. La segunda es la de la dirección. Belbel versiona y dirige la obra de forma competente y con un tono acorde con los importantes temas que se debaten sobre el escenario. La tercera, por el excelente trabajo actoral en el que destacan las dos actrices que dan vida a las reinas enfrentadas, la bella Silvia Bel que encarna a una emotiva e infortunada María Estuardo intrigando para salvar su vida, y la esplendida Miriam Alemany, que da el do de pecho para encarnar a Isabel I de Inglaterra, dubitativa pero implacable a la hora de defender sus derechos al trono inglés. A Bel y Alemany les acompañan Alex Casanovas, el único miembro del reparto que no muestra un tono interpretativo adecuado; Carles Martínez, que encarna al despiadado enemigo de Estuardo; Jordi Banacolocha; Fina Rius y Marc Rius.
También se ha de destacar la realización de una escenografía minimalista que potencia la efectividad de la obra, y que nos muestra tanto el encierro de María Estuardo, como la vacuidad que recorre las venas de la política de “alto” nivel, tanto la de antes como la de ahora.
Por último, en la obra la rivalidad entre María Estuardo e Isabel no se nos muestra solo como una lucha entre dos reinas, sino también como el enfrentamiento entre dos mujeres y el empeño de cada una de ellas por sobrevivir en un mundo dominado por hombres. Algo que también pone en contacto la representación con la estructuración política y social que vivimos en la actualidad, afectada de desigualdad y de episodios de violencia de género cada vez más habituales.
Maria Estuard es una nueva muestra de lo acertado, a veces, de la programación del Teatre Lliure, y de la capacidad de los clásicos de proporcionarnos elementos y cavilaciones válidas para interpretar la realidad que rodea nuestras existencias.
Autor: Friedrich von Schiller
Versión y dirección: Sergi Belbel
Reparto: Míriam Alamany, Jordi Banacolocha, Sílvia Bel, Àlex Casanovas, Carles Martínez, Fina Rius y Marc Rius
Escenografía: Max Glaenzel
Vestuario: Mercè Paloma
Caracterización: Toni Santos
Iluminación: Kiko Planas
Sonido: Jordi Bonet
Producción: Teatre Lliure
Horarios: de miércoles a viernes a las 20:30 horas; sábados a las 17:30 y a las 21:00 horas y domingos a las 18:00 horas Precio: 15 – 29 €Idioma: catalán Duración: 2 horas sin pausa
A nadie se le escapa lo importante que es el dinero en la sociedad en la que vivimos, ni lo sorprendente que sería que halláramos cantidades ingentes de dinero en nuestro hogar sin una causa u origen aparente. Seguramente nuestro comportamiento y nuestros hábitos se verían seriamente afacetados por este inesperado hallazgo. Esta es la idea que subyace a Caiguts del cel, una comedia con toques de fantasía trágica que se representa en el Teatre Condalhasta el 22 de noviembre.
«La vida tranquila y feliz de una pareja pequeñoburguesa de mediana edad se ve trastornada bruscamente cuando, un buen día, sin motivo ni explicación aparente, empieza a aparecer dinero dentro del comedor de su casa. La situación se lía cuando se ven implicados la mujer de la limpieza de la pareja, que es extranjera, y un peculiar vecino muy inquietante. Y todo, para llegar a un final absolutamente inesperado».
Caiguts del cel es principalmente una comedia que parece escrita para ser interpretada por un un actor como Jordi Bosch. La propuesta posee de esta forma los ingredientes necesarios para hacer reír, y pasar un buen rato, al público: una situación que mezcla fantasía y misterio; el salón de una vivienda con su inexcusable sillón y una suma de situaciones y despropósitos relacionados con un dinero que comienza a aparecer enigmáticamente y que por supuesto afectará a las tranquilas existencias de los protagonistas.
La comedia pretende, además, hacernos reflexionar sobre nuestra capacidad para reaccionar ante situaciones inesperadas, y lo que es más importante aún, sobre cómo gestionamos nuestras emociones, sentimientos y egos en situaciones que nos superan y/o desequilibran. Y no creo que haya en elemento más desequilibrador en la vida de una persona que la aparición de grandes cantidades de dinero así, como por arte de magia. De esta forma Sébastien Thiéry, el autor de la obra, se explaya a sus anchas revolcándose, teatralmente hablando, en una situación poco usual pero con un gran potencial cómico y perturbador.
Si hasta aquí todo parece que camina hacía buen puerto, la materialización del proyecto no acaba de ser todo lo acertada que debería. Para empezar parece que el casting no es el más apropiado para la obra. Si Bosch consigue fácilmente hacerse creíble, como siempre, en un papel cómico, su pareja artística, Emma Vilarasau parece no estar en el tono correcto, lo que hace que la química entre los dos personajes se resienta. Los secundarios tienen un papel bastante reducido en el global de la obra, si bien Carles Martínez está uno o dos tonos de voz por arriba de lo que su personaje requiere, aunque su vis cómica se hace evidente a lo largo de la representación. Por último Anna Barrachina está más que correcta en su papel de «asistenta» rusa.
La obra intenta explotar, pues, ese miedo a lo desconocido que nos caracteriza a la mayoría de nosotros y nos provee de las excusas necesarias para reírnos de los aciertos y de las equivocaciones de los personajes ante una situación tan «bizarra» como la que se nos muestra sobre el escenario. Y yendo un poco más allá, nos permite reflexionar sobre qué haríamos nosotros en una situación similar y transgresora. ¿Seríamos codiciosos?
Una obra que además posee un final (tranquilos, no se los revelaré) que no creo que se ajuste demasiado al tono y la naturaleza de la representación, por lo que se convierte en un elemento no orgánico de la misma, y que por tanto les aseguro que les sorprenderá.
Caiguts del cel es una excusa para divertirnos viendo los problemas, de dinero, de los otros, No busquen mucho más, y saldrán de la representación satisfechos por haber pasado 1 hora y 45 minutos de una forma agradable, aunque, puede ser, que algo ilusoria también.
El teatro es, como ya saben, una suma de emociones: las sufridas por los autores y directores, que se transportan a través del texto y de las interpretaciones de los actores hacia un público que las recibe con el objetivo de cerrar él mismo su significado. Y si hablamos de pasiones, seguramente pocos las han sabido plasmar de forma tan brillante como los autores clásicos, aquellos que en los inicios del teatro supieron captar sus raíces vitales y comunicarlas de forma apasionada, no tan solo a los públicos de entonces, sino también a los futuros.
Y uno de sus frutos más representativos es, seguramente, Fedra, obra adaptada en 1677 por Racine a partir de las tragedias de Eurípides y Séneca, y que nos muestra las fatales consecuencias de la pasión enfermiza y descontrolada de una mujer que afectan trágicamente a todos aquellos que la rodean.
«Fedra, enamorada de su hijastro Hipólito y empujada por su confidente, Enona, confiesa su pasión. Herida por el rechazo de Hipólito, ella no puede esconder sus sentimientos ante su esposo y rey de Atenas, Teseo. Azotada por un profundo sentimiento de culpa, Fedra se adentra en un infierno personal. Su pasión desbordante e irrefrenable la conducirá, a ella y al resto de personajes, a un trágico destino».
Con la Fedra de Racine, dirigida por Belbel y acompañada por un nutrido cuerpo de contrastados actores y actrices, asistimos al atropello de pasiones, deseos y tumultos que tan del gusto era de los antiguos, y que a los espectadores del siglo XX les queda, puede, algo lejos, si no es en lo que se refiere a la creatividad artística, la puesta en escena y el registro de las interpretaciones. En el caso que nos toca, no todo está a la misma altura.
Hablemos primero de una puesta en escena que alcanza unos altos valores estéticos, con un escenario que comunica con la platea y que nos muestra un territorio desolado, como los sentimientos y los efectos de las pasiones que se desarrollarán sobre él, iluminado por la mortecina luz de una gran esfera solar que se irá eclipsando, como indicando la fatalidad de la acción, y un juego de luces que provee a la obra de un tamiz casi apocalíptico. Sobre este inquietante escenario es donde falla una parte importantísima de la obra, que no es otra que el de las interpretaciones y con ellas la dirección. Aunque el reparto de actores y actrices es magnífico, solo hay que citarlo para darse cuenta de ello (Emma Vilarasau, Mercè Sampietro, Lluís Soler, Xavier Ripoll y Jordi Banacolocha entre otros), algo no funciona. Vilarasau compone una interpretación demasiado impostada y artificial, que le roba magnificencia a su papel, primordial en la obra. Su yerro solo es equilibrado, en parte, por la actuación de otros actores, como Soler, Banacolocha o Ripoll, que sí que saben impregnar sus intervenciones con la soberbia e intensidad que el texto y las pasiones que este mueve se merecen.
Hay que ser conscientes, por otra parte, de que la interpretación de la obra se embellece, a la par que se dificulta, con la plasmación de los originales versos alejandrinos escritos por Racine, adaptados por el propio Belbel, que parecen aún no asumidos en la declamación por los actores, algo comprensible la noche del estreno, y que a veces complica la comprensión de un texto riquísimo y complejo por sí mismo.
De todo ello podemos resumir que, si bien la forma es muy bella, al espectáculo le falta precisión y aroma interpretativos. Esperemos que su propia desenvoltura en el tiempo sea lo necesariamente corregidora para llegar a la simbiosis dramática que requiere el espectador, no por otra Fedra nos habla de las pasiones, en este caso la amorosa y la sexual, del sentimiento de culpa, del amor no correspondido, de los tabús que acompañan a la civilización y de las consecuencias trágicas de nuestros hechos, sean estos los que sean, algo que desde siempre y por siempre acompañarán al ser humano en su singladura existencial.
Así, pues, a la Fedra de Belbel y Vilarasau le queda aún recorrido por hacer. Esperemos que lo alcance y nos muestre la radiación que un trágico elaborado en las manos de Eurípides y Séneca, urdido en la pluma de Racine y adaptado en el Romea en este siglo XXI se merece.
«Fedra» se representa en el Teatre Romea del 20 de enero al 15 de marzo de 2015.
Autor: Jean Racine
Traducción y dirección: Sergi Belbel
Reparto: Emma Vilarasau, Mercè Sampietro, Lluís Soler, Xavier Ripoll, Jordi Banacolocha, Queralt Casasayas y Gemma Martínez
Escenografía: Max Glaenzel
Iluminación: Kiko Planas
Vestuario: Mercè Paloma
Espacio sonoro: Jordi Bonet
Caracterización: Toni Santos
Producción: Teatre Romea
Horarios: de martes a sábado a las 20:30 horas y domingos a las 18:00 horas. Precio: 18 – 28 € Duración: 2 horas y 15 minutos Idioma: catalán
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Uno siempre echa de menos, en algún momento de la temporada, la representación de una obra de Tennessee Williams, o lo que es lo mismo, una reflexión sobre el alma humana amargada, para variar, por la propia materialización de la existencia. El azar teatral, sin embargo, nos había dejado, desde que a finales del 2010 finalizaron las representaciones de Gata sobre teulada de zinc calenta en el Lliure, sin poder disfrutar sobre los escenarios barceloneses de la exquisitez irreverente del autor americano. Por lo que era inconcebible pensar ni un solo momento en dejar escapar una oportunidad como la que nos ofrece el TNC con la adaptación de La rosa tatuada, una de las obras más conocidas del autor, dirigida por Carlota Subirós Bosch e interpretada en los papeles principales por Clara Segura y Bruno Oro.
Y la ocasión es sin duda recomendable debido a la consistencia del texto, a la simbología que atesora y a que, como decía antes, es un Tennessee Williams de primera fila. La historia, seguro, ya la conocen. La familia Delle Rose, de origen siciliano, vive una placida existencia en el sur de los Estados Unidos. Él, Rosario, trabaja como transportista de plátanos y de otras mercancías no tan legales para una compañía frutícola; ella, Serafina, trabaja en casa como modista. Ambos han creado un hogar donde predomina el amor y la plenitud de la pasión sexual, de la cual ha nacido su hija Rosa. Todo ello acaba inesperadamente con la muerte de Rosario durante uno de sus transportes. La morada de los Delle Rose queda sumida en el duelo y la desesperación más profunda al no aceptar Serafina el trágico final de su marido, un dolor que, además, le hace perder el hijo del que está embarazada.
El paso del tiempo no consigue, sin embargo, que la cordura regrese al hogar de los Delle Rose. Serafina vive recluida en su casa, dominada por las cenizas de su difunto marido y por la imagen de la Madre de Dios, sin dirigirle la palabra a los vecinos e imponiendo una reclusión casi absoluta a su hija. Una situación que se complicará aún más al descubrir Serafina la posible infidelidad en el pasado de su marido y cuando tanto ella como su hija entren en contacto de nuevo con el mundo sexual de los hombres, hecho propiciado por la llegada accidental de Alvaro Mangiacavallo, un transportista de fruta que posee un gran parecido físico con Rosario y por el conocimiento por parte de Rosa de un chico en el baile del instituto.
La rosa tatuada nos permite echar una mirada no tan solo a la sociedad norte-americana de los años 50, y más concretamente a la población europea emigrada al nuevo continente, sino que nos posibilita al mismo tiempo atisbar parte de la personalidad del autor del texto. Por lo que respecta a lo primero la obra nos introduce en el hogar de una familia de origen siciliano de la costa sur de los Estados Unidos, y nos muestra la interrelación de los miembros de esta con la sociedad americana conservadora del momento. Aquí hallamos un primer choque cultural entre tradiciones y formas de pensar europeo-católico-mediterráneas y las propias de la cultura anglo-norteamericana.
Todo ello acentuado por el comportamiento «insano» de Serafina tras la muerte de su marido, que provocará rumores en la comunidad. Sin embargo, la llegada de Alvaro hará nacer de nuevo en ella el deseo. Una pasión basada en parecidos y en necesidades que les servirá a ambos para lograr una nueva oportunidad y reconducir sus vidas. Una pasión, además, simbolizada en la obra a partir de la rosa, ya sea esta la tatuada en el pecho de Rosario, la sobrenatural rosa que aparece y desaparece en el de Serafina, o la omnipresencia del nombre, del símbolo y del color de la rosa a lo largo de toda la representación.
Por lo que respecta a la personalidad del dramaturgo podemos detectar en la obra la familiaridad de Williams con la enfermedad mental que sufrió su propia hermana, con la cual mantenía una relación muy cercana y su turbulenta vida sexual y sentimental en los Estados Unidos profundamente conservadores de los años 50.
En el apartado de las interpretaciones la obra ofrece una oportunidad inmejorable a la actriz principal de la historia, que no es otra que Clara Segura, que hace suyo un personaje, el de Serafina Delle Rose, de forma magistral. En el apartado masculino, sin embargo, Bruno Oro no acaba de darle a su papel el registro necesario, (un registro tennessewilliano, diría yo), por lo que la química entre los dos personajes principales no acaba de estallar como debería hacerlo. Ambos están rodeados por el buen hacer de una troupe de actores y personajes entre los que hallamos, entre otros, a Alícia González Laá, Oriol Genís, Antònia Jaume, Marta Ossó o Teresa Urroz. La dirección de Carlota Subirós alimenta, por otra parte, la naturalidad de las interpretaciones para dar la mayor viveza al dramatismo de la historia y la inmaterialidad del contexto escenográfico.
Si nos fijamos, pues, en la composición de la obra observamos el atrevimiento que comporta la elección de la escenografía, en la cual la vivienda de los Delle Rose se materializa como un cubículo que gira sobre sí mismo y sobre el que se proyectan imágenes y coloridos a lo largo de la obra. Si bien esta apuesta sorprende por su audacia artística, el aislamiento de la vivienda sobre un escenario vacío enorme hace difícil captar el contexto espacial y social de la obra, dejándola en un limbo difícil de concretar para el espectador. A esto se suma la opción por una iluminación de poca intensidad y el uso de tonalidades musicales de ritmo étnico, con el objetivo de darle un toque más intimista a la representación y apelar a aquello más emocional que uno lleva dentro.
Representar un Tennessee Williams es algo siempre dificultoso y el TNC sale en parte airoso de su intento gracias, sobre todo, a la espléndida e íntima interpretación de Clara Segura. Aún así, y como les decía, La rosa tatuada es una oportunidad lustrada para degustar la artesanía de los sentimientos propia de un autor que analizaba en cada una de sus obras la complicada trabazón de sentimientos que todos llevamos dentro, ya sea en los Estados Unidos de los años 50 o en la Cataluña de principios del siglo XXI.
«La rosa tatuada» se representa en el TNC del 12 de diciembre de 2013 al 2 de febrero de 2014.
Autor: Tennessee Williams
Traducción y dirección: Carlota Subirós
Reparto: Clara Segura, Bruno Oro, Pepo Blasco, Rosa Cadafalch, Màrcia Cisteró, Montse Esteve, Oriol Genís, Alícia González Laa, Antònia Jaume, David Marcé, Marta Ossó y Teresa Urroz
Escenografía: Max Glaenzel
Vestuario: Marta Rafa
Iluminación: Mingo Albir
Sonido: Damien Bazin
Caracterización: Àngels Salinas
Producción: Teatre Nacional de Catalunya
Horarios: de miércoles a sábado a las 20:00 horas y domingos a las 18:00 horas (domingo 5 de enero no hay función). Precio: de 14 a 28 € Duración: Primera parte 1 hora y 45 minutos
Entreacto de 15 minutos
Segunda parte 45 minutos. Idioma: catalán
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Si tuviéramos, al final de la temporada teatral, que decidir qué teatro ha estrenado en Barcelona no la mejor obra sino la mejor programación en conjunto, no sería extraño que muchos se decantaran por el Teatre Nacional de Catalunya. Su éxito en este aspecto se debe en parte al presupuesto, porque engañarnos, pero también al acierto en la elección y la puesta en escena de las obras que programa y a la solvencia de los artistas y profesionales que actúan y trabajan en ellas.
Y un claro ejemplo de lo que digo lo manifiesta la programación de La Bête, de David Hirson, una comedia adaptada por Joan Sellent y dirigida por Sergi Belbel que analiza de forma brillante el teatro a través del teatro.
Hirson nos sitúa en la Francia de mediados del siglo XVII. El príncipe Conti (Abel Folk) quiere proveer de nuevos aires creativos a la compañía de teatro de la que es mecenas. El aristócrata está algo aburrido de los tediosos dramas escritos últimamente por el gran dramaturgo Elomire (Jordi Boixaderas), y quiere dar a las obras de la compañía un toque más alegre, mundano y popular, con la incorporación de Valere (Jordi Bosch), uno de los autores con más éxito del momento, cuyas obras aunque no poseen demasiada calidad artística tienen un gran éxito de público.
Así, pues, la voluntad del príncipe Conti generará el enfrentamiento entre dos formas de entender el teatro y la vida: la alta cultura que representa Elomire y el teatro más popular y de entretenimiento que defiende Valere.
La obra de Hirson, estrenada originalmente en el año 1991, trata un tema polémico en la actualidad que no es otro que esa dramática oposición entre el producto teatral (léase cultural) con aspiraciones artísticas y el mero producto de entretenimiento producido para satisfacer y agradar masivamente. Un debate que se me antoja muy propio de los siglos XX y XXI, en los cuales, y por primer vez en la historia, el consumo cultural se ha difundido entre todos los sectores de la sociedad, y avanza a pasos agigantados con el desarrollo de internet y las nuevas tecnologías. Lo que muchas veces ha provocado un desarrollo excesivo del entretenimiento cultural en antítesis con la cultura entendida como arte.
Hirson traslada dramatúrgicamente este debate cultural al siglo XVII, el siglo de Moliere, uno de los iconos del teatro mundial y del que Elomire toma su nombre por medio de un juego anagramático. Belbel ha realizado una magnífica adaptación y dirección de la obra, que ha sufrido, por desgracia, el menoscabo de la pérdida de su intérprete principal, Anna Lizaran, que debido a problemas de salud se vio obligada a abandonar los ensayos. Si bien su relevo, por parte de Jordi Bosch, ha sido, a pesar de las circunstancias, y sin duda alguna, un acierto total, ya que el actor provee a su personaje de un toque burlón y popular de sobras necesario en la obra.
Pero bien, vayamos a la reseña propiamente dicha. La Bête nos deslumbra desde su inicio. Y para ello no necesita de grandes escenarios ni de efectos de atrezo magníficos, tan solo de un texto bellísimo, adaptado del original en verso por Joan Sellent, y que aporta una gran belleza poética a la obra. Sobre el entramado textual se ha creado una escenografía sencilla pero bella también que marcará el referente espacial de la obra, y que nos muestra un sencillo ambiente teatral donde ensaya sus obras la compañía de Elomire.
Y como broche final el atractivo del espectáculo se construye en base a las grandes interpretaciones de los actores que integran el reparto, en las que destaca, sobre todo, Jordi Bosch, que deslumbra con la comicidad y la incontinencia poética que emana de su personaje. Bosch se deja llevar, en el buen sentido de la palabra, y se empapa de la vulgaridad y el exhibicionismo del zafio Valere, y nos fascina con los largos discursos en verso que su personaje declama en diversos momento de la obra. Su rival en escena es Jordi Boixaderas, que da vida a Elomire, un autor intelectual y valedor del teatro como obra artística y de reflexión y contrario a degradar el arte a mero entretenimiento grosero y vulgar, pero que se ha convertido en un autor aburrido que no conecta ya con el público.
El resto de actores quedan relegados, decisión del propio autor de la obra, a un segundo plano, del que solo se liberarán en parte en el segundo acto de la obra. Tan solo la actuación de Carles Martínez, que interpreta a Bejart, el hombre de confianza de Elomire, consigue individualizarse en esta neblina actoral de carácter unamuniano, hecho que le permite tomar algo más de presencia en el desarrollo de la representación.
Y la temática, como les decía, no deja de ser interesante en la propia trama y en su traslación al mundo en el que hoy vivimos. ¿El arte por ser arte ha de mantener siempre un carácter elevado? ¿Existe alguna forma de que la alta cultura, representada por los aburridos dramas que escribe Elomire, pueda agradar a una población que busca principalmente entretenimiento en los sectores de la cultura como el teatro, el cine o la literatura? ¿El arte, el entretenimiento y el consumo popular pueden llegar a entenderse, o el resultado siempre será una traición artística y una concesión hacia lo popular, hacia lo comercial?
La Bête trata, en su desarrollo, otros temas como el papel del mecenazgo personificado en la actividad de patrocinio del príncipe Conti, cuya magnanimidad económica permite a la compañía de Elomire subsistir dignamente, pero que comporta una cadena creativa que también la tiraniza, y que, por otra parte, da inicio al argumento. Un tema este candente en un mundo como el nuestro en el que el arte depende, en muchos casos, de las subvenciones del Estado y de los límites que estas imponen en sus exigencias o en sus concesiones. Otra temática que analiza la obra es la labor de la crítica y el papel que esta juega en el mundo del teatro, y que parece en crisis con la consolidación de la sociedad de la comunicación y de la sobreabundancia de información que esta comporta.
La Bête, como les decía, es una reflexión sobre el teatro desde el mismo teatro, pero al mismo tiempo es un deleite: por su texto en verso, por su humor elevado, por sus magníficas interpretaciones; por un decorado espectacular de pequeño formato y porque pone sobre el escenario, y nunca mejor dicho, el debate sobre la cultura.
Todo esto y más lo hallarán en La Bête, y además se lo pasarán en grande con la sillería artística y poética con la que está construida la obra. Una oportunidad que, espero, no se pierdan.
“La Bête” se representa en el TNC del 24 de octubre al 25 de noviembre de 2012.
Autor: David Hirson
Traducción: Joan Sellent
Dirección: Sergi Belbel
Reparto: Jordi Boixaderas, Carles Martínez, Gemma Martínez, Pepo Blasco, Míriam Alamany, Manuel Veiga, Anna Briansó, Jordi Bosch, Abel Folk y Queralt Casasayas
Escenografía: Max Glaenzel
Vestuario: Maria Araujo
Iluminación: Kiko Planas
Sonido: Jordi Bonet
Movimiento: Anna Briansó
Caracterización: Toni Santos
Producción: Teatre Nacional de Catalunya y Bitò Produccions
Horarios: de miércoles a viernes a las 20:00 horas; sábado a las 21:30 horas y domingo, 18:00 horas. Precio: de 19,05 a 38,09 € Duración de la obra: 2 horas y 40 minutos (entreacto incluido)
Macbeth es una de las obras «de referencia» de Shakespeare y, por extensión, del teatro universal. Una circunstancia que ha motivado la realización de una gran variedad de versiones de la pieza a las más diversas circunstancias y contextos sociales, políticos e históricos.
El TNC nos ofrece, desde el pasado 11 de octubre, la «adaptación libre» del tratado del dramaturgo inglés sobre la ambición, llevada a cabo por Àlex Rigola, que viste la trama con tintes personales y contemporáneos que la acercan al contexto actual. Una apuesta que si bien ha sido criticada, condensa una gran fuerza visual acompañada de las ganas del director de «recrearse» con los clásicos de la dramaturgia universal, y más concretamente en aquellos de corte shakesperiano.
«Tres brujas misteriosas y oscuras anuncian al general Macbeth que llegará a ser rey de Escocia y que su compañero, Banquo, será padre de reyes. El augurio despierta la ambición de Macbeth, pero especialmente el de su esposa, con quien trama y consuma el asesinato del buen rey Duncan para ocupar su trono. Lo que parecía un plan fantástico acabará arruinado por las consecuencias de los actos. Nada es lo que parecía. Nada es lo que parece. Lo dicen las brujas al principio: «Todo lo que es bello y justo puede ser también feo y asqueroso. Y todo lo que es feo y asqueroso puede ser también bello y justo«.
Macbeth nos habla sobre la ambición, sobre los instintos humanos que subyacen a cualquier tipo de cultura, de aquellos que por esta razón nos hacen humanos y, por ello, se convierte en un clásico, en una obra válida en cualquier tiempo, ya sea el más vetusto de los pasados como el más flamante de los futuros. Y Rigola acondiciona la obra a la situación en la que vivimos, en la que la ambición de unos pocos ha llevado, como en el argumento de la obra, a la destrucción y a la muerte, ya sea de personas, de formas de pensar o de sistemas de organización.
Rigola ha desvestido la apariencia de la obra para poderla transferir a la actualidad, despojada de cualquier substancia pasada, y la ha vuelto a vestir con unos ropajes que no por insólitos dejan de ser contemporáneos. De aquí que la vestimenta se vincule al mundo del deporte, que es sin duda uno de los ámbitos de la vida donde la competición y la ambición son más presentes. También ha jugado con la escenografía trans-mutando los bosques y los castillos que pueblan los decorados de la obra en mueblería «made in Ikea» Y le ha dado un ajuste televisivo y fantástico al asunto al dotar a la atmósfera de la obra con un toque de la genialidad de la banda sonora que Angelo Badalamenti realizó para la mítica serie de los 80 Twin Peaks.
Por desgracia, los elementos más mitigados por los efectos de la adaptación de Rigola han sido el interpretativo y el argumentativo. El resultado es una obra difícil de seguir e incluso de entender, si es la primera vez que el espectador se enfrenta al texto. La suma de escritos, propios y nuevos, y la interpretación estática o descontextualizada de los actores en diversos momentos de la representación, buscada por el director, hace que el seguimiento de la obra sea difícil. Rigola juega incluso con los formatos, ya sea a la hora de declamar el texto como en el estilo de la representación. De allí nace la dualidad de escenografías que diferencia el primer y el segundo acto, invadiendo este último de un blanco irreal y fantasmagórico que envuelve los cuerpos desnudos de sus principales protagonistas, que se embadurnan de la sangre, propia y ajena, que han provocado o provocará su ambición.
Las actuaciones pasan a un segundo plano en el juego visual y de formatos que construye Rigola. Con ellas también experimenta el director para robarles toda su carga de clasicismo y mostrarlas exentas, en la mayoría de los casos, sobre el escenario. Joan Carreras lleva el peso de la obra, no por otra, ésta se basa en la ambición de su personaje y de las emociones que de él manan. Todos los demás intérpretes orbitan alrededor de su centro de gravitación, entre ellos Alícia Pérez, que da vida a una austera Lady Macbeth; Lluís Marco que encarna al rey Duncan con una interpretación «a lo Marco«, a los que se suman Oriol Guinart, Míriam Iscla y Marc Rodríguez, que interpretan al resto de personajes, el mínimo para representar la obra. Una interpretación que hace aflorar en algunos momentos la comicidad de un texto altamente trágico. Elemento este, que junto a la excentricidad de algunos componentes de la adaptación (libre, recuérdenlo) seguro que habrá echado para atrás a más de uno.
La propuesta de Rigola es valiente, casi demasiado, y es un claro ejemplo de la voluntad del teatro actual de deconstruir el propio teatro y erigir sobre sus cimientos obras con un claro enfoque contemporáneo. De ahí que el MCBTH del TNC se convierta en claro reflejo de la ambición y la lujuria económica que ha llevado, al menos en los países del sur de Europa, los peyorativamente denominados PIGS, a desbaratar los sistemas políticos, económicos y sociales que se habían erigido desde el final de la II Guerra Mundial. Una detonación de fondo contra una sociedad que muere a manos de los ambiciosos, de aquellos émulos de Macbeth que se visten con caros trajes hechos a medida, conducen automóviles de lujo y que se rodean de la parafernalia tecnológica en boga, gozando de mucho más de lo que la realidad les puede otorgar.
Rigola, deja algo de lado el hecho de que el teatro, tal como se concibe en la actualidad, es un producto cultural y comercial y que ha de llegar al público de una forma asequible, ya que si no la creación artística puede llegar a morir prematuramente sin haber alcanzado sus objetivos, ya sea por parte de los autores o por parte de los destinatarios o consumidores. La versión del Macbeth de Rigola es una obra de complicada digestión que fuerza al espectador a masticarla concienzudamente y a realizar una ardua deglución teatral.
Pero es una experiencia estimulante poder ver la reflexión que el teatro puede hacer sobre el propio teatro, y de lo mucho que se puede concebir con las ideas claras, si bien algo excéntricas, sobre el legado shakesperiano. Una propuesta no apta para nuevos públicos o para aquellos a los que no les gusta que «jueguen» con los clásicos.
“MCBTH (Macbeth)” se representa en el TNC del 11 de octubre al 18 de noviembre de 2012.
Autor: William Shakespeare
Adaptación libre: Àlex Rigola
Traducción: Salvador Oliva
Dirección: Àlex Rigola
Reparto: Lluís Marco, Oriol Guinart, Joan Carreras, Marc Rodríguez, Míriam Iscla y Alicia Pérez
Escenografía: Max Glaenzel
Vestuario: BRAIN&BEAST
Iluminación: August Viladomat
Sonido: Igor Pinto
Producción: Teatre Nacional de Catalunya y El Canal. Centre d’Arts Escèniques Salt / Girona
Horarios: miércoles y viernes a las 20:00 horas; jueves a las 17:00 horas; sábado a las 21:30 horas y domingo a las 18:00 horas.
Jueves 11 de octubre y 1 de noviembre, función a las 20:00 horas. Precio: de 15,69 a 31,37 € Duración de la obra: primera parte: 65 minutos; entreacto: 20 minutos y segunda parte: 22 minutos.
Coloquio: viernes 26 de octubre
Espectáculo recomendado a partir de 16 años
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