
Su conciencia, como la de todos los demás, emergió de la nada muy cerca de la superficie del Sol. Tan cerca que ningún instrumento creado por el hombre sería capaz de indicarlo. El fotón era, en ese momento, algo diferente de lo que había sido hasta entonces y se esforzaba por controlar la velocidad y la estabilidad de su vuelo. Sus compañeros le animaban a decidirse pronto ya que su viaje hacia la Tierra tan solo duraría 8 minutos y en ese intervalo de tiempo, mucho mayor para una partícula infinitesimal que para un ser humano, tenía que escoger cuál sería su destino dentro de la porción de la superficie terrestre que el sol alumbraba en aquellos momentos.
Algunos de los fotones más cercanos le indicaron que los espacios verdes terrestres donde la flora y la fauna aún predominaban eran lugares muy deseables; otros le decían que las grandes construcciones humanas como la Gran Muralla China, el Coliseum en Roma o cualquiera de las bellísimas localidades costeras del Mediterráneo que no habían sucumbido ante las ansias especuladoras del turismo eran lugares idóneos para el disfrute de un fotón. Aún así algunos de sus compañeros más cercanos le comentaron que se dirigiera a la ciudad de Barcelona, y más concretamente al Campus Nord de la UPC, donde, en el edificio principal de servicios existía una sección, conocida como el Ice, en la cual la vida, el ambiente y la luz destacaban por sí mismas.
Nuestro solitario fotón, si es que se puede ser un fotón solitario en un haz de luz integrado por billones o trillones de sus iguales, no acostumbraba, desde que era consciente de su existencia, a complicarse demasiado a la hora de tomar sus propias decisiones y optó, casi sin dudarlo, por el camino que le llevaba hacia ese Instituto del que tanto había oído hablar en las últimas milésimas de segundo.
Se acercaba cada vez a mayor velocidad, o eso era lo que él pensaba, ya que un observador externo no podría establecer, con seguridad, la realidad de su movimiento. Lo primero que pudo observar es el litoral del territorio que algunos de los que viajaban cerca de él llamaban Cataluña. A una velocidad fotónica él y sus millones o billones de compañeros se acercaban a la capital de aquel territorio, a su campus universitario, y más concretamente a un edificio de tonalidad rojiza que dominaba todo el lugar. Desde lo alto pudieron observar como el recinto, de formas geométricas, comenzaba a estar poblado, a esas horas de la mañana, por una multitud de personas. Nuestro fotón acabó dirigiéndose hacía las ventanas transparentes situadas encima del bar del edificio y se introdujo en la sala del ICE tras superar, sin demasiado esfuerzo, la oposición del cristal, y vio sorprendido como muchos de sus compañeros eran rechazados por esta barrera transparente. Lo siguiente que hizo fue alzarse hasta el techo de la estancia y contemplar el espacio que limitaban las cuatro paredes. Observó que era cierto que la luz en aquel lugar, la conformada por él mismo, sus compañeros y por el pulso vital de las personas que trabajaban allí era especial. Decidió, seguidamente, observar en el breve tiempo que le quedaba la existencia de las personas que habitaban aquel espacio.
En la primera que se fijó fue en Mercé. No sabía cómo pero nuestro fotón conocía los nombres de aquellas formas de vida basadas en el carbón aunque, según creía, no las había visto anteriormente. Mercé parecía muy ocupada respondiendo a la miríada de mensajes almacenados en la bandeja de entrada de su cuenta de correo electrónico. De tanto en tanto se levantaba para ir a buscar el correo postal que otra persona (desconocida para nuestro fotón) dejaba en el mueble cercano a la puerta principal de la sala. En ese trayecto aprovechaba para charlar de vez en cuando con alguien. Su luz era disciplinada y cabal.
A su lado se sentaba cada mañana Felisa, la persona que gestionaba la parte económica del instituto. ¡Muy bien y muy correctamente, por cierto! Felisa era una mujer seria y serena y solo muy de tanto en tanto su alma ordenada y juvenil estallaba en una sacudida grácil y se comunicaba alegremente con las demás. En esos escasos momentos su cara tan solo se modificaba por la aparición de una amplia sonrisa que se apoderaba de ella o se desvanecía según la seriedad o la comicidad del asunto que se estuviera tratando. Felisa era la propietaria de una mirada escrupulosa y concienzuda, de aquellas que te hacen dudar hasta descubrir el objetivo verdadero de su intención. Era, además, un hueso duro de roer en lo que respecta a la tramitación y el cobro de las facturas y recibos que llegaban a sus manos. Cuando decía que no era NO. Y solo el aterrador y desalmado requerimiento del rector podía hacerla cambiar de parecer. Felisa desprendía una luz formal, sensata y confortable.
A su izquierda trabaja Mireia, seguramente la incorporación más reciente del Ice. Su campo de administración está ligado a los formadores, personajes despistados e indolentes como lo son las personas que enfocan la mayor parte de sus facultades a tareas que se elevan más allá del quehacer diario. Seres extraños que deambulan, a veces grotescamente, por los enormes y apagados pasillos de la institución y que poseen una responsabilidad con el presente y con el futuro que muchas veces los supera. Mireia, pensó el fotón, poseía una alma receptora. Casi nunca tenía un no para los demás, si no era para responder a una solicitud de sus compañeras que no tuviera del todo controlada. Lo que los otros decían ya le estaba bien siempre que no chocara directamente con lo que ella defendía en su ser más profundo. No se la oía demasiado a lo largo del día ya que su trabajo “de hormiguita” la ocupaba a lo largo de la jornada laboral y solo le permitía, de tanto en tanto, poder opinar sobre los temas que se trataban en la sala. Tenía, sin embargo, la mala costumbre de pasar documentos y listas fuera de horario, hecho que normalmente afectaba negativamente a la rutina laboral de sus compañeros. Mireia amaba, además, a su familia por encima de todo y poseía una luz sana, maternal y conmensurable.
Cerca de ella trabajaba Montserrat, a la que todos conocían como Montse. Ella era posiblemente la persona más diferente de todas las que trabajaban en la secretaría del Instituto. Era una mujer de temperamento, el cual era herido, casi a diario, incluso por asuntos de carácter superficial. Montse no se dejaba llevar por las solicitudes y los comentarios de los demás. Siempre se enfrentaba a cada una de ellos con una opinión firme y militarizada, en la que no tenía cabida, las más de las veces, lo políticamente correcto y ni falta que hacía. Era una mujer hecha a sí misma que no dudaba un segundo en defender aquello que creía correcto (aunque algunas veces un observador externo podría considerar que no lo era tanto). No obstante Montse no dudaba nunca en solicitar la atención personal de un responsable siempre que sintiera minusvalorado sus derechos como mujer, ciudadana, consumidora, o persona en general, hecho que daba a su carácter un perfil metálico y afilado que la distinguía de las demás. Uno de los tesoros más preciados de Montse era su perro Jan, un ser endiablado y juguetón que le proporcionaba a ella y a su familia una gran felicidad. Montse poseía una luz dura y cortante a la que se sumaba, las más de las veces, un componente dulce (a la vista de un observador externo, claro está).
A su lado y junto a ella trabajaba Mari Carmen, posiblemente la compañera con más experiencia de la sala. Ella se ocupaba, junto con Montse, de la atención al público, ya fuera éste físico o telemático. Su amplia memoria atesoraba una gran cantidad de información y de anécdotas sobre la sección, lo que la convertía en una especie de enciclopedia Iceática, en la cual constaban nombres, direcciones, puestos de trabajo, personas, cursos, formadores, alumnos… algo que a un observador externo le hubiera parecido gigantescamente enorme. Pero Mari Carmen poseía una vida personal si cabe mayor y más activa fuera del Ice que dentro de él que incluía una gran variedad de eventos culturales en los que predominaba ampliamente el teatro. No se perdía ni un solo estreno ya que entre su marido y ella se las apañaban para asistir a la mayoría de representaciones normalmente con algún tipo de descuento. Internet era una herramienta dominada por ellos de tal manera que más que utilizarla la sometían a sus intereses y deseos. Mari Carmen emitía una luz estable y juvenil, alegre y tranquilizadora.
Aunque no lo he dicho hasta ahora las mesas de trabajo en el Ice estaban distribuidas en dos alas, la derecha y la izquierda. Alguna mente privilegiada había distribuido, algunos dicen que de forma épica en el origen de los tiempos, la ubicación de los puestos de trabajo de esta forma para fomentar la comunicación entre todas ellas y estimular la correcta tramitación colectiva del trabajo administrativo. De esta forma cada una de las personas que trabajasen en la sección siempre disponía de una compañera enfrente y a cada lado, lo que permitía una conexión óptima en el trabajo siempre y cuando todas las mesas estuviesen ocupadas, condición ésta que no se había dado nunca en el Ice desde que la memoria de Mari Carmen alcanzaba a recordar. Aunque esto no era ni mucho menos reprochable por ningún observador externo, ya que esta menudencia es imposible que hubiera sido tenida en cuenta por ninguna mente preclara en el origen de los tiempos, cuando la materia en sí aún no había sido creada y las tinieblas habitaban aún en la mente de cualquier ser que pretendiera existir en el futuro.
Pues bien las primeras facciones que veía cualquier persona que entraba en el Ice, según la disposición de mesas comentada, era la de Eva, a la que algunos consideraban el buque insignia de la sección. Tal y como vio el fotón instalado en la parte del techo cercana a Eva, ésta se ocultaba de forma habitual de sus compañeras de trabajo escondiéndose, o eso le parecería a un observador externo, detrás un enorme monitor que no dejaba de emitir imágenes, algunas interesantes y pertinentes y otras no tanto. Hubiera parecido pues que Eva intentaba separarse de sus compañeras, aunque una breve consideración sobre sus costumbres diarias haría desaparecer tal pretensión. Eva era una persona que vivía de cara al exterior. Lo daba todo siempre y en cualquier momento, de allí que su tono de voz fuera, las más de las veces, un poco más alto de lo normal. Uno sabía, tan solo prestando una mínima atención, qué era exactamente lo que estaba haciendo y diciendo Eva en cada momento del día. Sin embrago su afabilidad, su gran corazón (o eso pensaría un observador externo) y su frescura natural hacían que Eva fuera apreciada por todos y por todas y que su trabajo, como cara visible del Ice, estuviera muy bien considerado. Pocas instituciones se podían jactar de tener en la recepción a una persona tan salada y agradable. Eva, como no podía ser de otra forma, poseía una luz juvenil, fresca y natural aunque, pensó el fotón, con una tonalidad algo más elevada de lo normal.
Por último el fotón se fijó en un binomio, sí, un binomio laboral, por muy difícil que le pudiera parecer a un observador externo, que estaba formado por las dos últimas compañeras de trabajo del Ice, no por casualidad las dos llamadas Carme. Bueno, más concretamente una de ellas se llamaba Carme mientras que la otra prefería que la llamaran, de una forma más moderna y juvenil, Karma. Ambas trabajaban muy estrechamente y se diría que se necesitaban la una a la otra para poder desarrollar sus tareas administrativas. El fotón se dio cuenta de que la luz a su alrededor refulgía de una forma especial y propia que la distinguía de todas las demás. Ambas habían establecido una relación laboral que iba más allá del trabajo. No solo se ayudaban en sus quehaceres administrativos sino que eran, la una para la otra, una referencia en muchos otros ámbitos de carácter personal. Parecía, pues, que ambas se hubieran aliado para poder triunfar en cualquier aspecto de la vida en el que una de ellas necesitase el auxilio de la otra. Proveían, además, de dos valores muy importantes a la sección, o eso es lo que le hubiera parecido a un observador externo: la serenidad que proporciona la experiencia vivida y bien asimilada y la simpatía y el buen humor propio de unos caracteres abiertos y amables. Ambas emitían una luz candorosa, afable y repleta de buen humor.
Todo esto es lo que observó el fotón protagonista de esta historia durante los escasos segundos que sobrevoló de forma plácida y atenta la sala que daba cobijo al Ice. La naturaleza le obligaba o bien a trasladarse a cualquier otro lugar iluminado por los rayos emitidos por el sol o a transformarse, de una forma no del todo conocida por la ciencia humana, en materia. Aún así el fotón decidió desobedecer las leyes que la naturaleza imponía a los de su especie desde el inicio de los tiempos, si es que estos habían existido alguna vez, y resolvió quedarse en el Instituto. Él mejor que nadie sabía lo valiosa que era la luz vital que emitían todas y cada una de las componentes de la secretaría del Ice y que no encontraría algo parecido por muchos lugares que visitara durante el dilatado tiempo infinitesimal de su existencia.
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Escrito por: Jorge Pisa Sánchez
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