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Crítica teatral: Somni americà, en el Teatre Lliure.

cartel_somni_america_baja_resolucion_con_grafismoSi hay algo impuesto de forma ultrajante y abrumadora en la sociedad occidental en la que vivimos es la omnipresente idea del éxito, el que debe alcanzar cualquier persona en la vida arriesgándose, sino, a ser considero por los demás un desdichado o, algo incluso peor, un fracasado. El Lliure nos ofrece, con el estreno de Somni americà, una reflexión sobre el sueño americano, una ilusión originada en la década de los años 20 en los Estados Unidos y que ha cristalizado con el paso de los años en nuestro mundo occidental.

«Les Antonietes y La Kompanyia Lliure se han unido para emprender la travesía de los grandes autores dramáticos norteamericanos del siglo XX. En América todo el mundo puede triunfar, si no le despiertan del sueño. ¿Pero qué ocurre con todos los que rechazan este sueño de éxito individual y persiguen un sueño más pequeño y colectivo, a medida, un sueño en el que creer sin la necesidad de estar eternamente dormidos? ¿Existe un lugar para ellos en nuestro mundo?»

Somni americà representa un mix de la obra de varios autores americanos, entre ellos Erskine Caldwell, Woody Guthrie, Arthur Miller, Eugene O’neill, Ben Reitman, William Saroyan, John Steinbeck y, sobre todo, Tennessee Williams, por lo que el resultado escenográfico no puede ser otro que diverso y multifocal. Tarrasón, el director, especializado últimamente en la creación de proyectos escénicos a partir de la versión de las obras de autores clásicos como Withman, Ibsen o Chejov, apuesta en un nuevo esfuerzo creativo que permite al público observar las similitudes entre la época en la que vivimos, marcada en los últimos años por la crisis, los recortes y el regreso del capitalismo «puro y duro» y la realidad socioeconómica de la primera mitad del siglo XX en Estados Unidos. Pero en su intento, válido en la coyuntura actual, Tarrasón y, bajo sus órdenes, los actores y actrices de La Kompanyia Lliure y Les Antonietes, no acaban de lograr, por desgracia, el éxito completo.

01.21111Somni americà es una obra coral basada, más que en una historia o una trama, en una situación como suspendida en el tiempo, en la que las convicciones y los personajes creados por los autores antes citados regresan al escenario reanimados por los tiempos en los que vivimos. De ahí que todo parezca inmóvil y que el espectador no tenga nunca la sensación de que la obra avance. No solo eso, sino que la creación ampliamente coral del espectáculo comporta que el público no llegue a conocer realmente los motivos y la auténtica naturaleza de los personajes, lo que provoca un efecto de superficialidad en el relato. Sabremos, pues, lo que une a todos los personajes, esto es, la idea de fracaso y de incapacidad ante un mundo exterior al que temen y que amenaza con acabar con ellos tal como son, aunque no podremos indagar mucho más al respecto.

A favor de la obra, sin embargo, vale la pena remarcar el esfuerzo interpretativo de los componentes de La Kompanyia Lliure i Les Antonietes, que proveen al proyecto de su elemento más destacado, y en el cual es difícil señalar a unos sobre otros. Por otra parte, aunque la escenografía encaja con la historia que se nos cuenta, su disposición extendida no permite al público observar grácilmente el natural desarrollo de la acción y los personajes. A la obra, además, le falta algo de ritmo, sobre todo al conectar un microrelato con el siguiente, lo que provoca que haya momentos en los que el espectador bien bien no sepa dónde mirar.

Aunque alguno de los ingredientes de la obra puede no estar todo lo bien que debiera, Somni americà provoca en el espectador una reflexión emotiva acerca del fracaso, tanto del propiamente americano que se nos muestra sobre el escenario, como del que podemos llegar a experimentar nosotros mismos. La obra nos habla, también, de los sueños, aquellos que poseemos y aquellos que tuvimos alguna vez, y que nos acaban convirtiendo en las personas que realmente somos. Unos sueños que deberíamos mantener siempre vivos fueran cuales fueran las circunstancias que nos rodean en el mundo exterior.

¿Dónde se refugian, pues, aquellas almas que, por una razón o por otra, quedan truncadas debido a las exigencias emocionales, económicas y sociales que nos impone la vida? Seguramente en espacios suspendidos como el creado por Tarrasón en el escenario del Lliure de Gracia.

«Somni americà» se representa en el Teatre Lliure de Gràcia del 29 de enero al 1 de marzo de 2015.

Obra creada a partir de la obra de: Caldwell, Woody Guthrie, Arthur Miller, Eugene O’Neill, Ben Reitman, William Saroyan, John Steinbeck y Tennessee Williams
Autoría y dirección: Oriol Tarrasón, La Kompanyia Lliure y Les Antonietes
Reparto: Pep Ambròs, Laura Aubert, Paula Blanco, Javier Beltrán, Annabel Castan, Mireia Illamola, Pol López, Arnau Puig, Bernat Quintana, Mima Riera y David Verdaguer
Imagen y escenografía: Assad Kassab
Vestuario: Maria Armengol
Caracterización: Ignasi Ruiz y Montse Sanfeliu
Iluminación: Iñaki Garzón
Sonido: Roger Julià
Asesora de movimiento: Fátima Campos

Horarios: de miércoles a viernes a las 20:30 horas; sábados a las 17:30 y a las 21:00 horas y domingos a las 18:00 horas.
Precio: 23 € / Descuentos disponibles
Idioma: catalán
Duración: 1 hora y 35 minutos
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Jorge Pisa

Crítica teatral: El zoo de vidre, en el Teatre Goya.

image(1)Uno siempre se considera afortunado cuando tiene la posibilidad de asistir a la representación de una obra de Tennessee Williams, y más cuando es una tan representativa de la dramaturgia del autor estadounidense como lo es El zoo de vidre, que nos provee, además, de elementos autobiográficos. Si a esto le sumamos la dirección de Josep Maria Pou, la creación de una magnífica escenografía y la interpretación de Míriam Iscla, Dafnis Balduz, Meritxell Calvo y Peter Vives, el resultado se convierte en un exquisitez teatral que apela a la fibra emocional del público asistente.

La obra nos traslada al Saint Louis de finales de los años 30 del siglo XX. En la casa de los Wingfield las cosas no van demasiado bien. Amanda Wingfield ha de hacer frente sola a las penalidades de la familia desde que la abandonó su marido. La economía familiar se ha encogido desde entonces. Laura, su hija, sufre desde pequeña un defecto físico en la pierna. Tom, su otro hijo, trabaja a desgana en una zapatería y es el único sustento de la familia, aunque su sueño es poder dedicarse a la poesía y abandonar de una vez por todas, como hizo su padre, un hogar con una atmósfera casi irrespirable. Amanda vive, además, obsesionada por la falta de pretendientes de su hija en edad de merecer y por el futuro desdichado que le espera si no consigue encontrar un buen esposo, un nuevo elemento de presión que provocará la ruptura final de la familia.

El Goya nos deleita de nuevo con la programación de una obra que aunque está ambientada en otro país y en otra época, es el claro reflejo del alma humana, y que por eso nos habla de situaciones que, seguro, quien más quien menos, hemos vivido o vivimos en nuestra realidad más cercana. Una de ellas es el espíritu de supervivencia de la familia Wingfield, que se ha de enfrentar a una dura realidad. Las riendas del hogar han quedado en manos de Amanda Wingfield, que se protege mentalmente de la lacerante situación por la que pasa la familia rememorando su feliz juventud, cuando innumerables pretendientes contendían por ganar sus favores. La segunda es la situación de discapacitación mental, y no tanto física, que sufre su hija, provocada, sin duda, por la sobreprotección recibida y que la mantiene reducida en un mundo infantil y hogareño. La tercera es el infierno que vive Tom, atrapado en una realidad que no le permite desarrollar todo su potencial y que le obliga a ir cada noche al cine para saciar su sed de aventuras y libertad.

Todo ello rematado por el carácter autobiográfico que Williams le da a la obra y que nos remite a los orígenes familiares del dramaturgo, a su lucha por hacerse un lugar en el teatro y a su voluntad de abandonar un hogar marcado por la figura materna, la mezquina indiferencia que recibió por parte de su padre y los problemas mentales de su hermana, ingredientes todos ellos que de una forma u otra veremos en la obra.

image(7)El Zoo de vidre, comienza con la presentación del propio Williams / Tom Wingfield, quien además de ser uno de los personajes principales de la obra, hará las veces de narrador y romperá, en diversos momentos, la representación de la obra para dirigirse directamente al público. Poco después se nos hará evidente el conflicto familiar y asistiremos afectados a la evolución del mismo.

Pou ha dado a luz un producto teatral con una envoltura escénica de gran calibre, que sabe aglutinar la suma de toda una serie de magnificas interpretaciones y que posee un touch teatral que respeta el espíritu de la obra y del autor. Así, pues, en el apartado de las interpretaciones destacan las de los caracteres principales: Míriam Iscla borda el papel de madre «obsesiva y controladora» que ha llevado a la familia a la situación opresiva en la que vive, si bien en algunos momentos pesa más la frecuencia cómica que la dramática en su caracterización; por su parte Dafnis Balduz hace lo propio al interpretar a Tom Wingfield (y en parte al propio Williams), y se sale con la suya al agenciarse gran parte del éxito de la obra. Meritxell Calvo interpreta a Laura Wingfield, la dulce e infantil muchacha que se convierte en la piedra de toque de la prisión familiar, y lo hace con una gran dulzura y naturalidad. Por último Peter Vives encarna a Jim O’Connor, amigo de Tom que éste presenta como un posible pretendiente a su madre y que disfrutará de una de las escenas más hermosas de la obra, aquella en la que lleva a cabo un ejercicio de coaching con Amanda y analiza cuál es exactamente la naturaleza de su carácter apocado.

El escenario sobre el que se desarrolla la acción es perfecto, ni demasiado exquisito ni demasiado minimalista, y posee un toque sudista que le proporciona a la obra más puntos positivos, lo mismo que el vestuario, magníficamente adaptado al tono de la historia que nos es narrada.

El zoo de vidre es, se lo aseguro, una magnífica ocasión para disfrutar del buen teatro, de majestuosas interpretaciones y de una dirección clara y precisa. Además nos desvela parte de la vida del propio Williams y nos permite reflexionar sobre la naturaleza del alma humana, y de los flujos y los reflujos que nos mueven a todos, tanto a aquellos que aspiran a algo mejor en sus vidas, sea esto lo que sea, como a los que se recluyen en su interior admirando bellos zoos de figuras de cristal, y crean sus propios espacios íntimos al verse incapaces de sobreponerse al mundo a veces anodino que descubren en el exterior.

«El zoo de vidre» se representa en el Teatre Goya del 21 de mayo al 6 de julio de 2014.

Autor: Tennessee Williams
Traducción: Emili Teixidor
Dirección: Josep Maria Pou
Reparto: Míriam Iscla, Dafnis Balduz, Meritxell Calvo y Peter Vives
Escenografía: Sebastià Brosa
Iluminación: Albert Faura
Vestuario: Maria Araujo
Espacio sonoro: Àlex Polls
Caracteritzación: Toni Santos

Horarios: de martes a viernes a las 20:30 horas; sábados a las 18:00 y a las 21:30 horas y domingos a las 18:00 horas.
Precio: web del Teatre Goya
Idioma: catalán
Duración: 2 horas y 15 minutos (entreacto incluido)

Crítica teatral: La rosa tatuada, en el TNC.

LA_ROSA_TATUADA_cartellUno siempre echa de menos, en algún momento de la temporada, la representación de una obra de Tennessee Williams, o lo que es lo mismo, una reflexión sobre el alma humana amargada, para variar, por la propia materialización de la existencia. El azar teatral, sin embargo, nos había dejado, desde que a finales del 2010 finalizaron las representaciones de Gata sobre teulada de zinc calenta en el Lliure, sin poder disfrutar sobre los escenarios barceloneses de la exquisitez irreverente del autor americano. Por lo que era inconcebible pensar ni un solo momento en dejar escapar una oportunidad como la que nos ofrece el TNC con la adaptación de La rosa tatuada, una de las obras más conocidas del autor, dirigida por Carlota Subirós Bosch e interpretada en los papeles principales por Clara Segura y Bruno Oro.

Y la ocasión es sin duda recomendable debido a la consistencia del texto, a la simbología que atesora y a que, como decía antes, es un Tennessee Williams de primera fila. La historia, seguro, ya la conocen. La familia Delle Rose, de origen siciliano, vive una placida existencia en el sur de los Estados Unidos. Él, Rosario, trabaja como transportista de plátanos y de otras mercancías no tan legales para una compañía frutícola; ella, Serafina, trabaja en casa como modista. Ambos han creado un hogar donde predomina el amor y la plenitud de la pasión sexual, de la cual ha nacido su hija Rosa. Todo ello acaba inesperadamente con la muerte de Rosario durante uno de sus transportes. La morada de los Delle Rose queda sumida en el duelo y la desesperación más profunda al no aceptar Serafina el trágico final de su marido, un dolor que, además, le hace perder el hijo del que está embarazada.

El paso del tiempo no consigue, sin embargo, que la cordura regrese al hogar de los Delle Rose. Serafina vive recluida en su casa, dominada por las cenizas de su difunto marido y por la imagen de la Madre de Dios, sin dirigirle la palabra a los vecinos e imponiendo una reclusión casi absoluta a su hija. Una situación que se complicará aún más al descubrir Serafina la posible infidelidad en el pasado de su marido y cuando tanto ella como su hija entren en contacto de nuevo con el mundo sexual de los hombres, hecho propiciado por la llegada accidental de Alvaro Mangiacavallo, un transportista de fruta que posee un gran parecido físico con Rosario y por el conocimiento por parte de Rosa de un chico en el baile del instituto.

La rosa tatuada nos permite echar una mirada no tan solo a la sociedad norte-americana de los años 50, y más concretamente a la población europea emigrada al nuevo continente, sino que nos posibilita al mismo tiempo atisbar parte de la personalidad del autor del texto. Por lo que respecta a lo primero la obra nos introduce en el hogar de una familia de origen siciliano de la costa sur de los Estados Unidos, y nos muestra la interrelación de los miembros de esta con la sociedad americana conservadora del momento. Aquí hallamos un primer choque cultural entre tradiciones y formas de pensar europeo-católico-mediterráneas y las propias de la cultura anglo-norteamericana.

_DSC1881Todo ello acentuado por el comportamiento «insano» de Serafina tras la muerte de su marido, que provocará rumores en la comunidad. Sin embargo, la llegada de Alvaro hará nacer de nuevo en ella el deseo. Una pasión basada en parecidos y en necesidades que les servirá a ambos para lograr una nueva oportunidad y reconducir sus vidas. Una pasión, además, simbolizada en la obra a partir de la rosa, ya sea esta la tatuada en el pecho de Rosario, la sobrenatural rosa que aparece y desaparece en el de Serafina, o la omnipresencia del nombre, del símbolo y del color de la rosa a lo largo de toda la representación.

Por lo que respecta a la personalidad del dramaturgo podemos detectar en la obra la familiaridad de Williams con la enfermedad mental que sufrió su propia hermana, con la cual mantenía una relación muy cercana y su turbulenta vida sexual y sentimental en los Estados Unidos profundamente conservadores de los años 50.

En el apartado de las interpretaciones la obra ofrece una oportunidad inmejorable a la actriz principal de la historia, que no es otra que Clara Segura, que hace suyo un personaje, el de Serafina Delle Rose, de forma magistral. En el apartado masculino, sin embargo, Bruno Oro no acaba de darle a su papel el registro necesario, (un registro tennessewilliano, diría yo), por lo que la química entre los dos personajes principales no acaba de estallar como debería hacerlo. Ambos están rodeados por el buen hacer de una troupe de actores y personajes entre los que hallamos, entre otros, a Alícia González Laá, Oriol Genís, Antònia Jaume, Marta Ossó o Teresa Urroz. La dirección de Carlota Subirós alimenta, por otra parte, la naturalidad de las interpretaciones para dar la mayor viveza al dramatismo de la historia y la inmaterialidad del contexto escenográfico.

Si nos fijamos, pues, en la composición de la obra observamos el atrevimiento que comporta la elección de la escenografía, en la cual la vivienda de los Delle Rose se materializa como un cubículo que gira sobre sí mismo y sobre el que se proyectan imágenes y coloridos a lo largo de la obra. Si bien esta apuesta sorprende por su audacia artística, el aislamiento de la vivienda sobre un escenario vacío enorme hace difícil captar el contexto espacial y social de la obra, dejándola en un limbo difícil de concretar para el espectador. A esto se suma la opción por una iluminación de poca intensidad y el uso de tonalidades musicales de ritmo étnico, con el objetivo de darle un toque más intimista a la representación y apelar a aquello más emocional que uno lleva dentro.

Representar un Tennessee Williams es algo siempre dificultoso y el TNC sale en parte airoso de su intento gracias, sobre todo, a la espléndida e íntima interpretación de Clara Segura. Aún así, y como les decía, La rosa tatuada es una oportunidad lustrada para degustar la artesanía de los sentimientos propia de un autor que analizaba en cada una de sus obras la complicada trabazón de sentimientos que todos llevamos dentro, ya sea en los Estados Unidos de los años 50 o en la Cataluña de principios del siglo XXI.

«La rosa tatuada» se representa en el TNC del 12 de diciembre de 2013 al 2 de febrero de 2014.

Autor: Tennessee Williams
Traducción y dirección: Carlota Subirós
Reparto: Clara Segura, Bruno Oro, Pepo Blasco, Rosa Cadafalch, Màrcia Cisteró, Montse Esteve, Oriol Genís, Alícia González Laa, Antònia Jaume, David Marcé, Marta Ossó y Teresa Urroz
Escenografía: Max Glaenzel
Vestuario: Marta Rafa
Iluminación: Mingo Albir
Sonido: Damien Bazin
Caracterización: Àngels Salinas
Producción: Teatre Nacional de Catalunya

Horarios: de miércoles a sábado a las 20:00 horas y domingos a las 18:00 horas (domingo 5 de enero no hay función).
Precio: de 14 a 28 €
Duración:
  Primera parte 1 hora y 45 minutos
Entreacto de 15 minutos
Segunda parte 45 minutos.
Idioma: catalán
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Jorge Pisa Sánchez

“Nedant cap a la Mar de la Xina” en el Almeria Teatre: La iguana mató a la estrella teatral.

Parece ser que no hay pareja si no somos uno y uno sumando.
Hasta aquí la aritmética emocional comúnmente aceptada.
Veamos cuál es el resultado si el cálculo se alarga en el tiempo a causa de la incapacidad de los sumandos de “mejorar adecuadamente”.

Paul Berrondo anuncia su llegada al tentador binomio de la dirección escénica y la dramaturgia con un apetitoso bocado de realidad cotidiana roído por la pasión confesa hacia “La noche de la Iguana” de Tennessee Williams.

Y lo que cuenta en este ilusionado debut resplandece al inicio del espectáculo con un impacto deslumbrante: Sus criaturas son bulliciosas (un Borja Espinosa de generosa prestancia carismática; Maria Ribera transpirando una mosquita muerta que zumba con gracia) y la forma de relacionarse ambas es directa, refrescante y natural. Berrondo se aplica a fondo en esta parte y nos da un escenario conjunto donde público y actores convivimos pagando facturas a medias, haciendo planes y postergando cenas por dejadez doméstica. La historia de una pareja de actores que se irá desmembrando al no saber combinar triunfo profesional y oscuridad sentimental no por ser de lo más trillada tiene que parecernos prescindible cuando está contada desde la autenticidad y haciendo del desenfado escénico (los personajes se llaman igual que los actores que los interpretan; sus primeros encuentros rebosan agradecida espontaneidad producto del trabajo concienzudo; el músico ejerce como maestro de ceremonias a la vez que de comparsa constante) el gran mérito de “Nedant cap a la Mar de la Xina”.

Sucede, empero, que cuando Berrondo decide valerse del trágico y perverso Tennessee, el fulgor narrativo va apagándose al no alcanzar los intérpretes el nivel que requiere este nuevo contexto dramatúrgico. Si bien él logra mantener el tipo, ella va hundiéndose paulatinamente por una insipidez emergente.

Inclinándose la balanza entonces por las concesiones a esa “Iguana” castradora, la parte más cercana de esta “natación orientalista” va diluyéndose en la lejanía. Y es que esa porción de pequeñas vidas que nos ofrece la tropa de Paul para hincar el diente es tan sabrosa que no les perdonamos ni que nos la envuelvan ni que pretendan que nos la comamos en casa.

Por Juan Marea

“Nedant cap a la Mar de la Xina” se representa en el Almeria Teatre de Barcelona hasta el 17 de noviembre.
http://www.almeriateatre.com/

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 Maria y Borja a punto de restar.

Paul Berrondo, director y autor de “Nedant cap a la Mar de la Xina”: “Uno debe atarse a sí mismo poniéndose límites.”

Paul se confiesa un gran cinéfilo. A Paul le fascina Tennessee Williams. Y, además, Paul hace teatro.

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Paul mirando a Oriente. (Fotografía: Nuria Gómez)

¿Qué es “Nadando hacia el Mar de China”?

Pues una historia de amor y desamor como las que vivimos todos continuamente hecha muy artesanalmente y con mucho cariño. Desde la honestidad y el amor con el que entendemos nosotros el teatro.

¿Dónde lleva ese mar?

A un lugar al que se llega después de un arduo trabajo consigo mismo habiendo pasado por sitios propios muy oscuros. El último donde uno puede acceder. Y es muy inhóspito. Es como cuando los elefantes acuden a su cementerio. Dejo a la imaginación del espectador situarlo donde desee.

En esta obra, tus personajes interpretan “La noche de la iguana” de Tennessee Williams y el argumento es muy similar al de “Ha nacido una estrella” de George Cukor.

Para escribir el texto, leí una docena de obras de teatro en las que inspirarme pero no encontraba lo que buscaba. Hasta que una noche vi “Ha nacido una estrella” (“A Star is born”) y se me ocurrió contar la relación de una pareja que se quiere muchísimo pero que nunca podrá llegar a encontrarse. En la película, los dos personajes eran actores de cine. Yo los trasladé al mundo del teatro, que conozco perfectamente. Por otra parte, “La noche de la iguana” (“The Night of the Iguana”) me rondaba muy cerca y me pareció que el personaje del Reverendo Shannon (interpretado por Richard Burton) tenía un paralelismo brutal con el personaje de «Norman Maine» (James Mason) de la película de Cukor. Ambos son totalmente destructivos y los uní.

¿Es responsable el otro de nuestros problemas?

En absoluto. No podemos culpar a la pareja de nuestros males porque en realidad todo parte de uno mismo. Por mucho que Borja, el protagonista, quiera nunca podrá salir de ese demonio que tiene: su carácter autodestructivo.

Pero Borja es quien da precisamente a Maria su gran oportunidad laboral. ¿Esa lucidez no es capaz de aplicarla a su propia vida?

Él es un tío muy lúcido en lo suyo, muy intuitivo en su trabajo. Pero no sabe usar la razón. También tiene una gran carencia de inteligencia emocional. El drama de esta historia es que le ganan sus circunstancias, su propio carácter.

La obra se estructura en dos niveles narrativos: la historia de una pareja y cómo sus integrantes representan en el escenario fragmentos de “La noche de la iguana”.

Alternamos la relación de ambos, contada de una forma “casual”, con la puesta en escena de “La iguana”, que es más clásica. El personaje de “Hannah Jelkes” que interpreta Maria es la antítesis de ella misma. Eso me gustaba porque me permitía remarcar la diferencia entre su mundo real y el metateatral en el que también se mueve con él. En cambio el personaje que interpreta Borja, que es “Shannon”, es tan cercano a él mismo que ambos parecen uno. Algunos espectadores llegan a confundirlos.

El arranque del espectáculo tiene un aire espontáneo que hace que el público se sienta muy a gusto.

Necesitábamos esa frescura y ligereza iniciales para poder meternos luego en un terreno mucho más pantanoso. Así los personajes podían calar en el espectador y este empatizar con ellos y entrar en el juego teatral que los dibuja.

El reverendo está capturado. ¿Es un requisito previo para que pueda finalmente nadar hacia el Mar de China?

Hay un momento de la obra en que él pregunta a ella. “¿Por qué hay que atar a la gente? ¿Por qué no dejar que las cosas fluyan y sean como tienen que ser?” Y ella, desde la razón, le contesta que a veces hay que poner límites aunque no queramos. Uno se ata a sí mismo poniéndose límites y pasándose las cuerdas que necesita para no poder irse corriendo a ese mar.

¿Qué límites te has puesto como creador a la hora de llevar a cabo este proyecto?

Me he dejado llevar mucho por mis impulsos y por cómo entiendo yo el teatro. Solo me he puesto los límites que me atraen como espectador. Lo único que he pretendido ha sido explicar una historia y que se entendiera. Que fuese un espectáculo o no era una cuestión secundaria. Luego descubrí que este último aspecto era necesario para que el producto resultase más agradable a la mente del público.

Habéis trabajado el texto a partir de las improvisaciones del reparto. ¿Ha sido fácil nadar todos en una misma dirección?

Esa ha sido mi labor. Yo escribí la base, dibujé cada escena, por dónde los actores debían navegar. Así pudimos después reescribir la obra entre todos.

¿Qué destacas de los actores, Borja Espinosa y Maria Ribera?

Esta es la primera obra que dirijo y los dos se me han abierto en canal. Ha sido muy gratificante para mí y me ha dado mucha confianza. Ambos trabajan de manera muy diferente pero hemos conseguido encontrar un nexo de unión basado en la escucha del uno por el otro.

Hay un tercer personaje, el músico Jordi Busquets.

Propuse a Jordi que participara en nuestro proyecto como músico y como me gusta mucho la energía que desprende en el escenario decidimos incorporarlo también como actor. Es el juglar que da los “titulares” de la historia y con su soplido indica a los protagonistas que los desarrollen. Como un mago que, después de colocar a los personajes en su sitio, les insufla de un aire de vida.

¿Qué es el Teatro para ti?

El alimento del alma. Lo que te permite realmente alimentar el estómago porque te da una capacidad de búsqueda de vida que hace que puedas ir más allá.

¿Cómo ves el panorama teatral actual?

En él proliferan propuestas de pequeño formato como la nuestra producidas con muy pocos medios. El público dice que son muy ingeniosas porque en ellas se aprieta la imaginación pero eso tiene un doble rasero: ¡Acaba siendo teatro amateur porque acabamos haciéndolo por amor al teatro sin poder comer de ello! Y los artistas deberíamos poder comer con nuestro arte.

En la escena final, ella cierra una puerta, la misma por la que entró al principio.

Ese momento es mágico: acaba la obra y es un falso final. Me encanta que cada uno se imagine algo distinto sobre lo que aguarda a Maria tras esa puerta. Todo creador, una vez que ha hecho su obra, debería poder dejarla a la imaginación del espectador que la mira.

Paul recibe a sus compañeros. Y China queda lejísimos.

por Juan Marea

“Nedant cap a la Mar de la Xina” se representa en el Almeria Teatre de Barcelona hasta el 17 de noviembre.

http://www.almeriateatre.com/

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La iguana es crepuscular y apasionada. (Fotografía de Alba Aránega)