Hasta el próximo 21 de mayo podéis disfrutar de la obra Galileu en el teatro Club Capitol, una buena oportunidad para comprender la figura de Galileo Galilei y el impacto de sus descubrimientos astronómicos en el siglo XVII, de la mano de la música de Love of Lesbian.
El descubrimiento científico de Galileo Galilei fue fundamental para la vida de las personas de su época, para la filosofía, para la percepción del mundo y del ser humano y su lugar dentro el universo.
“Galileu” es una versión para todos los públicos pero también para los adolescentes, una versión esencial para explicar qué descubrió este gran científico.
Una obra representada por gente joven y dinámica, con la música poética de «Love of Lesbian», interpretada en directo por los propios actores.
«Galileu» se representa en el Club Capitol hasta el próximo 21 de mayo de 2017.
Dirección: Carme Portaceli
Actores: Oriol Guinart, Queralt Casasayas, Laura Aubert y Carlos Cuevas
De Filippo regresa a Barcelona tras el éxito que representó el año pasado el estreno de L’Art de la Comedia en el TNC, y lo hace en esta ocasión en el Teatre Lliure, con una producción que reúne dos de sus obras, Uomo e galantuomo y La grande magia, una propuesta dirigida por Lluís Pasqual e interpretada en los papeles principales por Jordi Bosch y Ramon Madaula.
«Una noche de teatro con Eduardo de Filippo. Una velada compuesta por dos títulos: el primer acto de una pieza de juventud, Uomo e galantuomo, en el que vemos un ensayo de una compañía de teatro en un hotel. Y después La grande magia, cuyo primer acto transcurre en un hotel en el que los clientes se convierten en el público de un espectáculo de magia. La vida es como una función de teatro, sí, pero también como una caja china, o una muñeca rusa que en su interior contiene a otra, y a otra y a otra, como un infinito juego de ilusión… ¿Quién es el ilusionista que compone nuestras vidas? ¿Y a él, qué otro ilusionista le domina?»
El Lliure permite a Pasqual jugar con la magia teatral de De Filippo en una propuesta que de nuevo nos habla de los vínculos entre la realidad y la ficción, entre la vida misma y el teatro. Para ello Pasqual hace uso, de una forma poco comprensible, de dos de sus obras, el primer acto de Uomo e galantuomo y de la obra completa La grande magia. Una elección algo difícil de entender, ya que la selección deja desequilibrada la obra resultante, saliendo el espectador del teatro con la sensación de que la parte inicial de la obra pudiera sobrar.
Si no tenemos en cuenta estas disquisiciones, seremos conscientes de que hemos gozado de una obra que, como decía, nos hace dudar, a nosotros y a los protagonistas, de los límites que existen entre la realidad y la ficción. En este aspecto la representación (y más concretamente la segunda parte de la representación) es una delicia en la que Pasqual mueve sobre el escenario a diversos personajes en la estela de un De Filippo que juega y se ríe de ellos, y de nosotros mismos.
De nuevo la escenografía es mínima, si bien en algún momento de la representación esta se convierte de la nada en un gran escenario teatral. Los límites de este se tapizan con una gran vista fotográfica de una ciudad mediterránea en la que situar las tramas que nos narra De Filippo a lo que se suma una ambientación musical amenizada con diversas canciones populares italianas, que son cantadas entre escena y escena.
Por lo que respecta a la trama, aunque sencilla, nos habla del teatro dentro del teatro, del teatro en la vida de cada uno, y de cómo nuestra configuración de la realidad puede componerse y descomponerse en cualquier momento. La representación está tachonada, asdemás, con el fino sentido del humor del autor napolitano.
Las actuaciones son otro de los aspectos que destacan de la obra, y en ellas, se distinguen con mucho las de Bosch y Madaula, no solo porque son dos actores, cada uno en su estilo, que se adaptan a la perfección a una obra de De Filippo, sino porque el texto está preparado para el lucimiento de sus dos figuras interpretativas. A ellos se suman toda una serie de secundarios de primera, como suele ser habitual en el Lliure, entre los que hallamos a Laura Aubert, Oriol Guinart, Teresa Lozano, Francesca Piñón, Albert Ribalta, Marc Rodríguez y Mercè Sampietro. Entre ellos sobresale con una luminosidad musical propia Robert Gonzalez, que canta las canciones que suenan a lo largo de la obra y que son ampliamente aplaudidas por el público.
A teatro con Eduardo es una flor teatral que no puede llegar a florecer completamente debido a su estructuración algo incomprensible, pero que nos permitirá disfrutar de dos horas de buen teatro, bien escrito, bien concebido, al menos en el segundo de sus actos, y magníficamente interpretado.
Autor: Eduardo de Filippo
Versión y dirección: Lluís Pasqual
Reparto: Laura Aubert, Jordi Bosch, Robert González, Oriol Guinart, Teresa Lozano, Ramon Madaula, Francesca Piñón, Albert Ribalta, Marc Rodríguez y Mercè Sampietro
Músicos: Laura Aubert, Robert González, Carles Pedragosa / Roman Gottwald y Pablo Martorelli
Música: Dani Espasa
Escenografía: Alejandro Andújar y Lluís Pasqual
Vestuario: Alejandro Andújar
Caracterización: Eva Fernández
Iluminación: Xavier Clot
Sonido: Roc Mateu
Producción: Teatre Lliure
Horarios: de martes a viernes a las 20:30 horas; sábados a las 21:00 horas y domingos a las 18:00 horas. Precio: 20 – 29 € Idioma: catalán Duración: 2 horas sin pausa
El TNC re-estrena Liceistes i cruzados, una obra de teatro sobre teatro (de ópera) escrita por Serafí Pitarra e interpretado por Pep Sais, Anna Moliner, Francesc Ferrer, Camilo García, Jordi Banacolocha y Marc Pujol. La propuesta, que el año pasado se representó en el marco del Epicentre Pitarra y que obtuvo un gran éxito de crítica y público, nos traslada a la Barcelona de mediados del siglo XIX, con la voluntad de ironizar sobre las riñas burguesas que se producían en la ciudad y que tenían como protagonistas a dos de sus teatros más destacados, el Teatre Principal, que había ostentado el monopolio de las representaciones teatrales en la ciudad condal hasta el año 1833 y el Liceu, que comenzaba una singladura que lo llevaría a ser el teatro de ópera barcelonés por excelencia.
Los jóvenes Dolores (Anna Moliner) y Don Ricardo (Francesc Ferrer) están enamorados, aunque el padre de ella, Don Ambròs (Pep Sais), está decidido a casar a su hija con Don Lluís (Jordi Llordella), un miembro acaudalado de las clases altas de la ciudad. Para poder hacer efectivo su amor Dolores y Don Ricardo se verán obligados a poner en marcha una estratagema para desenmascarar a Don Lluís, que se está haciendo pasar por cruzado (partidario del Teatre Principal) aunque es un declarado liceista, con el objetivo de ganarse la estima de Don Ambròs.
Liceistes i cruzados es una comedia, en parte musical, muy ligada a la historia de Barcelona y a la de sus instituciones culturales y teatrales, que coincide además con la reciente reobertura del Teatre Principal, uno de los teatros protagonistas de la obra. Pitarra, con un texto de carácter popular tan propio del autor, nos propone un divertimento que nos obliga a hacer un viaje en el tiempo, en el teatro y en el uso de la lengua.
La naturaleza original del texto de Pitarra ha sido salvaguardada en la adaptación y dirección de Jordi Prat i Coll, que ha respetado su estructuración poética en verso heptasílabo y su plasmación en el catalán popular que se hablaba a mediados del siglo XIX en las calles de Barcelona. De esta forma, el texto de Pitarra nos muestra la rivalidad social y cultural que existía en aquel momento entre las clases altas barcelonesas, caricaturizando a los personajes principales que aparecen sobre el escenario. Pitarra escogió para ello el modelo de la commedia dell’arte italiana que bien se podía adaptar a la realidad burlona que el autor quería darle a su obra, en la que veremos a los representantes de las elites barcelonesas discutir hasta la saciedad sobre las bonanzas musicales y teatrales de las obras representadas en el Principal y el Liceo.
Prat i Coll ha decidido mantener un formato decimonónico en lo que respecta al vestuario, la escenografía y el desarrollo de la obra, si bien ha optado, de forma poco acertada, en mantener a los actores sobre el escenario a lo largo de la representación, eliminando para ello los espacios ocultos tras las «bambalinas» y rompiendo la integridad artística del proyecto, lo que lo puede hacer algo extraño y chocante para el público asistente.
Aún así la propuesta mantiene la ironía y el atribulado estilo de la comedia italiana, y para ello no son ajenos los afanes interpretativos del reparto de la obra. Veremos, pues, sobre el escenario a una compañía de actores y actrices que han hecho un meritorio esfuerzo para darle a la representación ese toque popular y «pitarra» que la ocasión requiere, convirtiendo la propuesta en una comedia resolutiva y de «muchos decibelios». Así, tanto Pep Sais, Anna Moliner, Francesc Ferrer, Camilo García y Jordi Banacolocha, entre otros, se transforman en actores de «teatro popular» de hace dos siglos para proveer a la obra de la fuerza y la naturaleza que debió de tener en el momento de su estreno. Todo ello amenizado, en diversas ocasiones, con algunas de las áreas de ópera más conocidas, interpretadas por el reparto de la obra.
Liceistes i cruzados es, asimismo, una pieza arqueológica de teatro que nos permite acercarnos a los usos sociales y lingüísticos de la Barcelona de mediados del siglo XIX, y nos muestra que el catalán del momento no era, ni mucho menos, la lengua tan pura que muchos creían que era, y que el uso de coloquialismos y sobre todo, castellanismos, era algo habitual, al menos por las calles de Barcelona.
Liceistes i cruzados es, como he indicado, un divertimento y una oportunidad para asomarnos, a través del teatro, a la Barcelona de otros tiempos, y observar cuál era el día a día de aquellos miembros de las clases altas de la ciudad que podían permitirse el lujo de discutir hasta el sinsentido sobre la programación de los teiatrus barceloneses, y cuyas cuitas más destacadas residían en discernir si la «bufa» o la «prima dona» eran los términos adecuados para referirse a la soprano o actriz principal en una representación de ópera.
Dirección y adaptación: Jordi Prat i Coll
Asesoramiento escenográfico: Ricard Prat i Coll
Asesoramiento vestuario: Míriam Compte
Iluminación: Ignasi Camprodon
Dirección musical y pianista: Andreu Gallén
Reparto: Pep Sais, Anna Moliner, Francesc Ferrer, Jordi Llordella, Marc Pujol, Camilo García, Jordi Banacolocha, Berta Giraut y Oriol Guinart
Producción: Teatre Nacional de Catalunya
Horarios: miércoles, jueves y viernes a las 20:00 horas; sábados a las 17:00 y a las 21:30 horas y domingos a las 18:00 horas. Precio: 23 €. Posibilidad de descuentos varios Idioma: catalán Duración: 1 hora y 20 minutos
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Macbeth es una de las obras «de referencia» de Shakespeare y, por extensión, del teatro universal. Una circunstancia que ha motivado la realización de una gran variedad de versiones de la pieza a las más diversas circunstancias y contextos sociales, políticos e históricos.
El TNC nos ofrece, desde el pasado 11 de octubre, la «adaptación libre» del tratado del dramaturgo inglés sobre la ambición, llevada a cabo por Àlex Rigola, que viste la trama con tintes personales y contemporáneos que la acercan al contexto actual. Una apuesta que si bien ha sido criticada, condensa una gran fuerza visual acompañada de las ganas del director de «recrearse» con los clásicos de la dramaturgia universal, y más concretamente en aquellos de corte shakesperiano.
«Tres brujas misteriosas y oscuras anuncian al general Macbeth que llegará a ser rey de Escocia y que su compañero, Banquo, será padre de reyes. El augurio despierta la ambición de Macbeth, pero especialmente el de su esposa, con quien trama y consuma el asesinato del buen rey Duncan para ocupar su trono. Lo que parecía un plan fantástico acabará arruinado por las consecuencias de los actos. Nada es lo que parecía. Nada es lo que parece. Lo dicen las brujas al principio: «Todo lo que es bello y justo puede ser también feo y asqueroso. Y todo lo que es feo y asqueroso puede ser también bello y justo«.
Macbeth nos habla sobre la ambición, sobre los instintos humanos que subyacen a cualquier tipo de cultura, de aquellos que por esta razón nos hacen humanos y, por ello, se convierte en un clásico, en una obra válida en cualquier tiempo, ya sea el más vetusto de los pasados como el más flamante de los futuros. Y Rigola acondiciona la obra a la situación en la que vivimos, en la que la ambición de unos pocos ha llevado, como en el argumento de la obra, a la destrucción y a la muerte, ya sea de personas, de formas de pensar o de sistemas de organización.
Rigola ha desvestido la apariencia de la obra para poderla transferir a la actualidad, despojada de cualquier substancia pasada, y la ha vuelto a vestir con unos ropajes que no por insólitos dejan de ser contemporáneos. De aquí que la vestimenta se vincule al mundo del deporte, que es sin duda uno de los ámbitos de la vida donde la competición y la ambición son más presentes. También ha jugado con la escenografía trans-mutando los bosques y los castillos que pueblan los decorados de la obra en mueblería «made in Ikea» Y le ha dado un ajuste televisivo y fantástico al asunto al dotar a la atmósfera de la obra con un toque de la genialidad de la banda sonora que Angelo Badalamenti realizó para la mítica serie de los 80 Twin Peaks.
Por desgracia, los elementos más mitigados por los efectos de la adaptación de Rigola han sido el interpretativo y el argumentativo. El resultado es una obra difícil de seguir e incluso de entender, si es la primera vez que el espectador se enfrenta al texto. La suma de escritos, propios y nuevos, y la interpretación estática o descontextualizada de los actores en diversos momentos de la representación, buscada por el director, hace que el seguimiento de la obra sea difícil. Rigola juega incluso con los formatos, ya sea a la hora de declamar el texto como en el estilo de la representación. De allí nace la dualidad de escenografías que diferencia el primer y el segundo acto, invadiendo este último de un blanco irreal y fantasmagórico que envuelve los cuerpos desnudos de sus principales protagonistas, que se embadurnan de la sangre, propia y ajena, que han provocado o provocará su ambición.
Las actuaciones pasan a un segundo plano en el juego visual y de formatos que construye Rigola. Con ellas también experimenta el director para robarles toda su carga de clasicismo y mostrarlas exentas, en la mayoría de los casos, sobre el escenario. Joan Carreras lleva el peso de la obra, no por otra, ésta se basa en la ambición de su personaje y de las emociones que de él manan. Todos los demás intérpretes orbitan alrededor de su centro de gravitación, entre ellos Alícia Pérez, que da vida a una austera Lady Macbeth; Lluís Marco que encarna al rey Duncan con una interpretación «a lo Marco«, a los que se suman Oriol Guinart, Míriam Iscla y Marc Rodríguez, que interpretan al resto de personajes, el mínimo para representar la obra. Una interpretación que hace aflorar en algunos momentos la comicidad de un texto altamente trágico. Elemento este, que junto a la excentricidad de algunos componentes de la adaptación (libre, recuérdenlo) seguro que habrá echado para atrás a más de uno.
La propuesta de Rigola es valiente, casi demasiado, y es un claro ejemplo de la voluntad del teatro actual de deconstruir el propio teatro y erigir sobre sus cimientos obras con un claro enfoque contemporáneo. De ahí que el MCBTH del TNC se convierta en claro reflejo de la ambición y la lujuria económica que ha llevado, al menos en los países del sur de Europa, los peyorativamente denominados PIGS, a desbaratar los sistemas políticos, económicos y sociales que se habían erigido desde el final de la II Guerra Mundial. Una detonación de fondo contra una sociedad que muere a manos de los ambiciosos, de aquellos émulos de Macbeth que se visten con caros trajes hechos a medida, conducen automóviles de lujo y que se rodean de la parafernalia tecnológica en boga, gozando de mucho más de lo que la realidad les puede otorgar.
Rigola, deja algo de lado el hecho de que el teatro, tal como se concibe en la actualidad, es un producto cultural y comercial y que ha de llegar al público de una forma asequible, ya que si no la creación artística puede llegar a morir prematuramente sin haber alcanzado sus objetivos, ya sea por parte de los autores o por parte de los destinatarios o consumidores. La versión del Macbeth de Rigola es una obra de complicada digestión que fuerza al espectador a masticarla concienzudamente y a realizar una ardua deglución teatral.
Pero es una experiencia estimulante poder ver la reflexión que el teatro puede hacer sobre el propio teatro, y de lo mucho que se puede concebir con las ideas claras, si bien algo excéntricas, sobre el legado shakesperiano. Una propuesta no apta para nuevos públicos o para aquellos a los que no les gusta que «jueguen» con los clásicos.
“MCBTH (Macbeth)” se representa en el TNC del 11 de octubre al 18 de noviembre de 2012.
Autor: William Shakespeare
Adaptación libre: Àlex Rigola
Traducción: Salvador Oliva
Dirección: Àlex Rigola
Reparto: Lluís Marco, Oriol Guinart, Joan Carreras, Marc Rodríguez, Míriam Iscla y Alicia Pérez
Escenografía: Max Glaenzel
Vestuario: BRAIN&BEAST
Iluminación: August Viladomat
Sonido: Igor Pinto
Producción: Teatre Nacional de Catalunya y El Canal. Centre d’Arts Escèniques Salt / Girona
Horarios: miércoles y viernes a las 20:00 horas; jueves a las 17:00 horas; sábado a las 21:30 horas y domingo a las 18:00 horas.
Jueves 11 de octubre y 1 de noviembre, función a las 20:00 horas. Precio: de 15,69 a 31,37 € Duración de la obra: primera parte: 65 minutos; entreacto: 20 minutos y segunda parte: 22 minutos.
Coloquio: viernes 26 de octubre
Espectáculo recomendado a partir de 16 años
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El teatre Romea estrena Llum de Guàrdia, una obra de teatro que nos habla de teatro, del peso del pasado en el presente y de los fantasmas que nos aterrorizan a lo largo de nuestra vida.
Una propuesta interesante y original en varios aspectos aunque indolente en otros. Pero comencemos por el principio. La nueva propuesta de Julio Manrique como director artístico en el Romea nos presenta una trama en la que los fantasmas del pasado y la esencia del teatro están muy presentes. Lo primero porque los fantasmas que se pasean por el escenario no son los que acostumbran a aparecer en los films de terror sino que encarnan los errores y las decisiones que uno toma o es obligado a tomar a lo largo de la vida. Y lo segundo porque el propio espacio/edificio del teatro se convierte en uno de los protagonistas de la obra. La trama pues, rezuma teatro por todos sus poros y se convierte de esta forma en una especie de homenaje hacia el mundo teatral y a aquellos que con su trabajo lo hacen crecer y lo reinventan día a día.
Llum de Guardia nos presenta a un grupo de profesionales a los cuales el teatro, o más concretamente un hecho relacionado con el teatro, afectará a sus vidas para siempre. La acción comienza en la rueda de prensa de Xirgu, el nuevo espectáculo que se estrenará en el Romea. Todo va bien hasta que Clara, una actriz bailarina sordomuda informa a los asistentes que el fantasma de la propia Margarita Xirgu, de la cual las malas voces dicen que se la ve, de tanto en tanto, deambular por el edificio, le ha comunicado que la obra no se puede estrenar. La advertencia, sin embargo, no es tenida en cuenta y el desastre acaece: el teatro sufre un incendio el día del estreno en el que muere la propia Clara.
Este acontecimiento afectará, de una forma u otra, a la vida de todos aquellos implicados en el proyecto. Será un hecho que nunca podrán olvidar y que marcará su futuro vital y profesional. Siete años más tarde el destino hará que todos los componentes de la antigua compañía de teatro se reencuentren de una forma u otra en el mismo teatro abandonado del que se ha apoderado la leyenda.
Julio Manrique ha construido una historia a partir de la improvisación teatral en la que el texto se ha ido creando poco a poco a través de la misma interpretación y la experiencia propia. Y eso se nota, tanto en la presentación de la trama, escenas montadas una detrás de la otra, algo que nos recuerda el éxito de su anterior trabajo Coses que dèiem avui (en este caso con texto de Neil LaBute) y la casi-independencia de las escenas entre ellas mismas, que aparecen y desparecen las unas sobre las otras con un ritmo pausado y estudiado. Una forma de presentar la historia donde se hace notar los gustos y las preferencias de su director.
Como en el caso de Coses que dèiem avui la interpretación es coral predominando en cada escena una pareja o un conjunto de actores. Manrique vuelve a confiar en el grupo de intérpretes con los que ya ha trabajado anteriormente, algo seguramente necesario en un ejercicio de improvisación, que incluye a, Mireia Aixalà, Iván Benet, Cristina Genebat, Oriol Guinart, Xavier Ricart, Marc Rodríguez y Andrew Tarbet, todos ellos con experiencia teatral previa junto a Manrique.
Las escenas con las que se construye la obra son diversas y por tanto de calidad dispar, aunque es la tragicomedia el género que las une, de nuevo como en Coses que dèiem avui. El efecto final, pues, de cada una de ellas es también desigual. Algunas de las situaciones son francamente cómicas, la mayoría, y provocarán la explosión de carcajadas en el público. Otras puede que rayen, aunque solo sea de una forma parcial y osada, el gamberrismo libidinoso. Lo interesante es, sin embargo, el apunte fragmentado de las vidas que las escenas nos muestran, dejándonos claro el egoísmo propio de nuestra sociedad, aunque se engloben en un conjunto más general, como es el de la trama de la obra, que llevará a todos los protagonistas a reencontrarse finalmente en el teatro, no siempre con el mejor de los resultados.
Y un teatro, el Romea, que se convierte en un personaje más de la obra. Un escenario que sale de sí mismo y se expande, incluso, al patio de butacas. Todo un acierto que proporciona a la obra una fuerza propia a la que se suma la figura, de referencia también, de la propia Margarita Xirgu, la gran actriz catalana teatral de principios del siglo XX. Dos elementos que insertan la obra en un mundo del teatro dominado, las más de las veces, por los grandes nombres y los actores y actrices de referencia.
Una obra que se sumerge, también, en el frikismo, algo tan extendido en el mundo en el que vivimos en la actualidad. Escenas como la del local de masajes (algo disparatada y buscona), la del programa de radio (mal construida aunque con gancho) o la escena de la fiesta de disfraces nos empujan directamente a esta órbita existencial. No obstante la escena del reencuentro final nos deja con un buen sabor de boca y con una de las imágenes más bella de la obra y seguramente de la temporada.
Llum de guardia es, pues, una experiencia teatral dispar pero interesante, sobre todo si le gusta la tragicomedia con un alto grado de humor que seguro que le impactará. Una prosopografía teatral que nos rebela la importancia del teatro, ya sea como un episodio efímero de la vida, o como elemento para analizar la existencia de todos aquellos que vivimos cada día sobre el escenario vital lleno de fantasmas del pasado, cadenas del presente y promesas del futuro.
“Llum de guardia” se representará en el Teatre Romea del 6 de septiembre al 9 de octubre de 2011.
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Autores: Sergi Pompermayer y Julio Manrique
Dirección: Julio Manrique
Reparto: Mireia Aixalà, Ivan Benet, Cristina Genebat, Oriol Guinart, Xavier Ricart, Marc Rodríguez y Andrew Tarbet
Escenografía: Sebastià Brosa
Vestuario: María Armengol
Iluminación: Jaume Ventura
Espacio sonoro: Damien Bazin
Audiovisual: Marc Lleixà
Movimiento escénico: Ferran Carvajal
Caracterización: Núria Llunell
Producción: Teatre Romea
Horarios: de martes a viernes a las 21:00 horas, sábado a las 18:30 y a las 21:30 horas y domingo a las 18:30 horas. Precio: de martes a jueves, de 17 a 22 €; viernes, de 19 a 25 €; sábado y domingo, de 22 a 28 €. Idioma: catalán
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