Una Historia de Semana Santa

Una Historia de Semana Santa

Como muchas familias catalanas los Campo aprovechaban las vacaciones de Semana Santa para descansar un poco y desconectar de la vida urbana y cotidiana. Los Campo tenían una torrecita en una urbanización en medio de la montaña, a la que iban siempre que podían, sobre todo para que los niños, que eran cuatro, dos chicos y dos chicas, pudieran disfrutar y pasárselo en grande los fines de semana. Los Campo conocían a todos los vecinos de la calle 5, en la que tenían su segunda residencia, y que tenía la peculiaridad de ser una calle sin salida, y por eso era una de las más tranquilas de la urbanización.

Hacía muchos años que durante las vacaciones de verano y de Semana Santa los Campo se instalaban allí. Ese año, además, les había acompañado la abuela Amparo y las vacaciones transcurrían normales como siempre.

Los vecinos más cercanos eran los Ponte, una familia de origen andaluz que vivían en la casa de al lado. Entre los Ponte y los Campo siempre había habido una muy buena relación, a lo que ayudaba que las parcelas colindantes de ambas torres no estaban valladas aún, lo que permitía un libre acceso entre una y otra. Hacía unos años las dos familias habían intentado construir un muro de cemento para separar algo más los dos terrenos que nunca se había acabado.

Era tradición en la casa de los Ponte cocinar dulces típicos de su tierra andaluza a lo largo del año, y en Semana Santa Isabel y Joaquina cocinaban unas rosquillas caseras para chuparse los dedos.

Ese año Isabel, que por unos días estaba sola con su marido y sus hijos, dedicó una mañana a preparar rosquillas para su familia. Era un día primaveral y soleado, perfecto para hacer sus dulces. Preparada en la cocina con todos los ingredientes comenzó a cocinar y poco a poco fue dando forma a cada una de las rosquillas, aunque aquel día parecía un poco despistada. Primero había que freírlas en aceite bien caliente y una vez fritas y secas Isabel las azucaraba, y las dejaba reposar algún tiempo. Cuando ya tenía todas sus rosquillas cocinadas y preparadas para comer, decidió darlas a probar a los Campo, que en aquel momento estaban en el porche de la casa acabando de almorzar, ya que siempre se despertaban un poco más tarde. Isabel salió de su casa y tomo el camino que llevaba a la otra parcela. Había pocas cosas en el mundo que le gustaran más que dar a probar sus dulces a los demás.

En el porche Isabel encontró a las dos Amparos, la madre y la hija, y también a dos de los hijos.

–Amparo, buenos días, os he traído las rosquillas de Semana Santa para que las probéis los primeros – Dijo Isabel contenta y orgullosa.

-Gracias Isabel. Vamos a probarlas – Respondió su amiga Amparo.

Ya que está aquí la abuela que las pruebe ella primera, a ver qué dice.

Y dicho esto Isabel acercó la fuente repleta de rosquillas a la abuela, que cogió una y la mordió enseguida. De repente la cara de la abuela Amparo se crespó y el gesto dejó patente que algo no funcionaba bien. Después de algunos segundos en vilo, y viendo que la abuela no decía nada, sino que masticaba el pedazo de rosquilla que tenía en la boca con cuidado, Isabel le preguntó que opinaba de sus rosquillas.

Ay hija mía –dijo la abuela— no te molestes por lo que te digo ahora, pero estas rosquillas no llevan azúcar, sino sal!

En ese momento la cara de alegría de Isabel se mudó en otra de aflicción. No solo se había despistado en la cocina, sino que le había dado a probar a la abuela Amparo ¡una rosquilla con sal!

Después de pedir mil perdones Isabel se retiró apenada a su cocina, preparada para tirar a la basura sus queridas rosquillas de Semana Santa y ponerse a cocinar otras antes de que llegara el resto de la familia. A punto estuvo de hacerlo, pero luego pensó que la sal tan solo era un condimento externo, y que tal como se había espolvoreado poco tiempo antes, se podría limpiar. Ni corta ni perezosa, Isabel se dedicó a limpiar bajo el agua las rosquillas, hasta hacer desaparecer de sus dulces todo resto de sal.

Una vez limpias la cocinera buscó cuidadosamente el azúcar, para poder subsanar el error. Como había hecho antes con la sal espolvoreó el azúcar, hasta que todo testimonio de su fallo desapareció.

Pocos minutos después llegaba su familia a la casa, con un hambre voraz y aprovecharon la ocasión para probar las rosquillas que, como cada año, Isabel les había preparado. Pero este año había una diferencia, las rosquillas, según le dijeron todos, estaban más buenas que nunca, no sabían porqué pero este año le habían salido de maravilla.

Isabel no pudo más que sorprenderse y aprovechó para volver a la cocina y felicitarse por su buena suerte. Por la tarde Isabel pasó de nuevo a la casa de los Campo para darles a probar las que según dijo, eran las nuevas rosquillas. Todos las probaron y la felicitaron por el sabor de los dulces. La cocinera no les pudo esconder la verdad y les explicó que aquellas rosquillas eran las mismas que las de la mañana, lavadas y azucaradas, comentario que hizo reír a todos.
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Jorge Pisa

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