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Crítica teatro: Justícia, en el TNC

¿Qué momento o episodio de la vida da inicio a la biografía de una persona? ¿En qué momento una persona da el primer paso hacia el resto de su vida? Estas son las preguntas que intenta responder Justícia, la obra escrita por Guillem Clua y dirigida por Josep Maria Mestres que se estrenó el pasado 13 de febrero en el TNC.

La propuesta nos permite repasar la biografía de Samuel Gallart (Josep Maria Pou), un juez de carrera y diputado retirado del Parlament afectado por algún tipo de demencia. De ahí que la representación se desarrolle en dos líneas temporales, la primera la celebración familiar en la actualidad de la trayectoria del juez Gallart, en la que se nos muestran las interioridades de una familia burguesa catalana, y una segunda en la que la mente del protagonista repasa algunos de los momentos decisivos de la historia familiar, desde el final de la Guerra Civil Española y la llegada de las tropas franquistas a Barcelona hasta, justamente, la cena de celebración.

A través de ese doble relato, Justícia nos narra la evolución de la vida del abogado y político Gallart y su progresión hacia la falsedad, la autorepresión y, como colofón final, la corrupción. De esta forma los diferentes episodios de la vida del juez nos permitirán entender como una vida se marchita y se corrompe, condicionada por la sociedad y la realidad en la que vive.

Clua ha estructurado un texto complejo que se desliza por el escenario de forma firme y sólida. La escenografía, que representa un hogar, una casa y una familia, se deconstruye a lo largo de la representación y nos permite contemplar lo que pasa en su interior y conocer los entresijos de los diferentes personajes y de la familia.

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Un doble relato temporal que muestra también el avance de la degradación del personaje principal, el juez Gallart, en cuya mente presente y pasado se fusionan de forma aleatoria. Una degradación y descomposición de los lazos familiares que se nos revela en el pasado y también en el presente, mostrándonos a una familia de clase alta en parte desestructurada, cuyos miembros también están afectados o amenazados por el engaño, la falsedad y por el qué dirán.

Justícia es además valiente al tratar la corrupción en la política catalana. En este aspecto vale la pena felicitar a Clua por lo atrevido de su propuesta, por cómo lo hace y por dónde lo hace. Las referencias están muy claras, la corrupción vinculada a Jordi Pujol y Convergència, que tropieza con el relato de la historia familiar para enturbiarlo todo. Magnífico el momento en el que el juez Gallart recomienda a su nieto que está iniciandose en la política, que en su primer discurso público utilice conceptos como Pàtria, Futuro y Libertad, según él, palabras vacías que ya se encargarán lo demás de llenar de sentido, en una más que clara referencia a la situación actual que vive la política catalana y española.

Como patriarca, Josep María Pou destaca en la interpretación del personaje central de la obra, cuyas contradicciones emocionales afectarán de una forma u otra al resto de miembros de la familia. De nuevo Pou se distingue con una interpretación sólida y compleja. El resto del elenco interpreta a diversos personajes de la historia familiar del pasado y del presente: Vicky Peña que encarna a la mujer y a la madre del juez Gallart; Pere Ponce que interpreta al padre y al yerno del juez o Manel Barceló, Anna Sahun, Roger Coma y Anna Ycobalzeta entre otros.

La dirección de Mestres pone orden en una propuesta asimismo compleja, permitiendo al público diferenciar entre las escenas actuales y las ubicadas en el pasado, ayudándose de juegos de luces y cambios de vestuario.

Justícia es una de aquellas obras que requieren una lectura atenta y reflexiva, ya que nos permite reflexionar sobre la vida de un país, España y Cataluña, desde la perspectiva de la historia de una familia bien situada. Todo tiende a empeorar, sobre todo cuando nuestros actos, nuestras ideas y nuestros sentimientos se degradan y desmoronan por el camino.

«Justícia» se representa en el TNC del 13 de febrero al 22 de marzo de 2020.

Autoría: Guillem Clua
Dirección: Josep Maria Mestres
Con: Manel Barceló, Alejandro Bordanove, Marc Bosch, Roger Coma, Vicky Peña, Pere Ponce, Josep Maria Pou, Anna Sahun, Anna Ycobalzeta y Katrin Vankova
Escenografía: Paco Azorín
Vestuario: Gabriela Salaverri
Iluminación: Ignasi Camprodon
Sonido: Jordi Bonet
Caracterización: Noemí Jiménez
Producción: Teatre Nacional de Catalunya

Horarios: miércoles a las 19:00 horas; jueves y viernes a las 20:00 horas; sábados a las 19:00 horas y domingos a las 18:00 horas
Precio: a partir de 14,5€; entrada general 29€
Duración: 2 horas y 50 minutos, entreacto incluido
Idioma: catalán
NOTA CULTURALIA: 8,5
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Jorge Pisa

Crítica teatral: El alcalde de Zalamea, en el Teatre Lliure

A principios de marzo tuve la oportunidad de asistir a la representación de la nueva adaptación de El Alcalde de Zalamea, uno de esos clásicos de verdad, de los de antes, realizada por la Compañía Nacional de Teatro Clásico, dirigida en esta ocasión por Helena Pimienta y estrenada en el Teatre Lliure.

“Drama de honor, El alcalde de Zalamea aborda los desmanes que la soldadesca provoca impunemente sobre los ciudadanos y la obligación, para los habitantes de los pueblos y aldeas que se encuentran en el camino del ejército, de alojar a los soldados en sus casas. Veinticuatro intérpretes, entre actores y músicos pondrán en pie una de las obras más representadas y conocidas de nuestro teatro áureo. Calderón, siempre contemporáneo”.

De nuevo el Lliure nos ofrece la oportunidad para revivir una de las obras más representativas del Siglo de Oro español, y una obra que trata sobre el abuso de poder y de la justicia, hablando, justamente, de su contrario, la injusticia, aquella perpetrada por el capitán de una unidad de tercios españoles sobre una familia de villanos enriquecidos de la localidad de Zalamea. Un claro recuerdo de las injurias que el poder puede cometer y comete sobre los ciudadanos.

Una propuesta teatral de la que uno sale de la sala de representación con un sabor algo amargo en la boca. Y parte de esta sensación la causa la propia adaptación que ha acometido la Compañía Nacional de Teatro Clásico, algo difícil de seguir para alguien que, como yo, no había asistido anteriormente a ninguna representación de la obra. Y puede que allí esté la explicación de todo.

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La versión de El alcalde de Zalamea de Pimienta ha partido de una selección del texto que seguramente no sea la más acertada, por lo que el espectador se halla en diversas ocasiones intentando situarse en el entorno de la trama. A lo que no ayuda una escenografía presidida por un gran muro en su parte central que aunque artística, minimalista y con elementos de diseño, puede dificultar al espectador, sobre todo si no conoce la obra, la identificación de espacios y lugares.

Por si eso fuera poco la acústica del espectáculo no ayuda demasiado. No hace falta indicar que el texto de Calderón de la Barca está escrito en un castellano antiguo, a lo que se suma lo florido de su estilo. Pues bien, en la representación de la obra el sonido y/o la entonación de los actores y actrices no es la mejor, lo que provoca que parte del recitado se difumine y no llegue con toda claridad a la platea. Otro elemento pues, que no ayuda demasiado a seguir el avance de la obra. La elección del casting puede desorientar, también, al público debido al físico o las edades de los actores. Aún así, entre ellos y ellas destacan, como no podría ser de otra forma, Carmelo Gómez, que encarna al personaje que da nombre a la obra; Jesús Noguero, que interpreta al capitán que comete la bellaquería sobre la hija del alcalde de Zalamea y Joaquín Notario que da vida al Don Lope de Figueroa.

Por lo que respecta al vestuario, Pimienta ha optado por tonalidades en las que dominan los grises y marrones, una elección que nos da cierta idea de lo aciago y sucio de la historia que nos es narrada. A lo que se suma el acierto del acompañamiento musical a cargo de Rita Barber, que dota a la representación del grado de raigambre que la historia requiere.

La adaptación de El alcalde de Zalamea de Pimienta que hemos visto en el Lliure de Montjuïc, no pasará a la historia como la mejor versión posible, si bien deja constancia de lo actuales que pueden llegar a ser los clásicos, mostrándonos que los abusos, la corrupción y las malas artes del poder que vemos u oímos a diario en los noticiarios, no son algo propio de nuestros siglos de modernidad y progreso, sino que forma parte de la grandeza y la bajeza que acompaña a la humanidad desde sus orígenes. ¿O es que les quedaba alguna duda al respecto?

El alcalde de Zalamea” se representa en el Teatre Lliure del 2 al 6 de marzo de 2016.

Autor: Pedro Calderón de la Barca
Dirección: Helena Pimenta
Versión: Álvaro Tato
Reparto: Blanca Agudo, Pedro Almagro, Francesco Carril, Rafa Castejón, José Carlos Cuevas, Alba Enríquez, Alberto Ferrero, Nuria Gallardo, Carmelo Gómez, Álvaro de Juan, David Lorente, Jesús Noguero, Joaquín Notario, Egoitz Sánchez, Clara Sanchis, Jorge Vicedo, Karol Wisniewski y Óscar Zafra
Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico
Cantante: Rita Barber
Guitarra: Juan Carlos de Mulder / Manuel Minguillón
Escenografía: Max Glaenzel
Vestuario: Pedro Moreno
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico

Idioma: castellano
Duración: 1 hora y 40 minutos sin pausa

NOTA CULTURALIA: 6,5
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Jorge Pisa

Apuntes apresurados sobre el 15 M.


La vida avanza tan deprisa que como subido en una noria nunca sé si lo que gira es la realidad o uno mismo. Perdónenme, por tanto, si en estos pueriles apuntes hay muchas más dudas que afirmaciones y mucha más ilusión que realidad. Permítanme que me muestre desconcertado, abrumado por la rapidez con la que fluye la información y emocionado por lo visto. Los tiempos no están cambiando: ya han cambiado y recién ahora me doy cuenta. Hace años los estibadores del puerto de Barcelona hacían huelgas infinitas para alimentar a sus familias, mientras que ahora, sus hijos universitarios reciben en sus móviles consignas políticas inmediatas: ¡Democracia real ya!, ¡Toma la plaza! Primera sorpresa para un incrédulo: la validez de las redes sociales y su posible función cohesionadora.

La gente toma la calle, ocupa las plazas, se vitorean eslóganes cargados de ilusión y uno se ve tomando la calle, ocupando una plaza y gritando como el que más. Son muchas las cosas positivas que han acontecido en estos días; In extremis, una generación al borde del estigma, con el récord intergeneracional en hedonismo, sale a la calle a cambiar todo aquello que no le gusta, incluida su propia pasividad.

Estos días de primavera, hemos vivido en la calle y hemos aprendido y conocido a nuestros vecinos.  Nos reconocemos, nos identificamos como miembros de un grupo, de algo nuevo. Qué ilusión nos hace, a esta generación sin hitos comunes, formar parte de un colectivo. Qué contentos estamos al ver que nuestras quejas de café no estaban solas, que había mucha gente como nosotros. No obstante, al calor de los cambios, no debemos caer en la actitud altiva de pensar que nuestra verdad es superior a la de nadie, que nuestras reivindicaciones son más válidas y trascendentales que las de los que no nos apoyan. Estamos indignados, pero que este hartazgo no nos nuble la vista y nos impida ver el resultado de las últimas elecciones. No podemos olvidar que podemos tener la sensación de que los políticos no nos representan, pero es solo una sensación o una expectativa, porque lo cierto es que sí nos representan.

Estos días, hemos visto de cerca las virtudes y defectos del sistema asambleario, al igual que hemos comprobado que la violencia empaña un día perfecto.

Los debates callejeros han servido para comprobar que es muy fácil despreciar las ideas ajenas y cuán difícil es construir una afirmación colectiva; ¡qué fácil es criticar y qué difícil es hacer una caseta para un perro!

Hemos visto de cerca que el consenso es algo a lo que se llega tras muchas horas de esfuerzo común y que, una vez que llega, es un fruto dulce para todos. Nos ha explotado en las manos el juego sucio de los grandes medios de comunicación, que por ignorancia o maldad han desdibujado las características del movimiento y han exigido a la masa propuestas claras y soluciones milagrosas a problemas estructurales que requieren de la templanza de la discusión serena.

El 15M ha resultado ser un espejo vallinclanesco en el que nos hemos reflejado todos. Algunos, al ver su imagen esperpéntica, han decido optar por apartar la mirada y, a modo de voyeur, mirar el reflejo de los otros y con cainita actitud buscar infinitos errores de los que construyen algo nuevo. Otros, hemos visto una sociedad que no nos gusta, en la que han salido a flote, como maderos tras un naufragio, todas las carencias de un sistema imperfecto y cruel que tenemos que cambiar. Esta metamorfosis podrá venir de la mano de una actitud ciudadana intachable y de nuestra incómoda y persistente reflexión democrática.
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Escrito por: Sebastián Bettosini Déniz