Porque la ingenuidad colinda con la picardía. Porque la sencillez a veces se enturbia con la extravagancia. Y, además, porque hay espectáculo cuando antes se causa expectación. Y, en todo esto, Jorge Dutor y Guillem Mont de Palol tenían algo que decirnos.
La 4ª edición deNUEVAS ESCENAS, NUEVAS MIRADAS de La Pedrera incluyó en su estancia la sala de ensayo de ambos artistas, a la sazón escenario. Aunque diré con mayor precisión que el auditorio de la insigne mansión ideada por Gaudí cedió parte de su brillo a las buenas artes comunicativas de este dúo de intérpretes.
Con un ojo puesto intermitentemente en la complicidad del respetable, Jorge se atribuye el rol de payaso serio. Ello no es óbice para que Guillem se deslice convencido a lánguidos pasos. Y, juntos, tientan al espectador con un plan de trabajo tan ambiguo como de adscripción creciente: Sin balbucear, advierten que van a experimentar. Y, mostrando sus ejercicios, intentan viajar hacia la esencia del proceso creativo.
Pero, ¡atención! antes de que empecemos a carraspear ante el temor de un nuevo ejemplo de pretenciosidad narcisista, exhiben una refrescante actitud irónica: ¿Podemos contar algo prescindiendo de contarlo? Claro que sí si rechazamos la intención de sentar cátedra. Por ello, Dutor se detiene con firmeza mientras Mont de Palol se empeña en separarse cada vez más del suelo. A la vez que Jorge llega, Guillem va. Y las consignas que enarbolan los noveleros de principios del milenio adquieren en las chispeantes figuras de estos dos prosaicos bailarines un significado inusual al asociarse a la mínima expresión corporal, al humor jocoso y a una simpatía escénica que se nutre de las ganas de su platea.
John Cage es el “macguffin”, como diría otro provocador constante para desconcierto de James Stewart y donaire de Cary Grant. De lo que aquí se trata es de comprobar una vez más que con la observación (Jorge y Guillem recibiendo sin ambages a su público) se toman apuntes; del desafío al espacio inerte (el acoso y derribo de los cuerpos de los artistas a las paredes de la sala) surgen fronteras apasionantes; y de la mezcla de lo banal (la letanía de vocablos con rima consonante en “ete”) y lo fundamental (el bucle que les arrastra cuando no consiguen encontrar nada concreto con que “empezar” el espectáculo) surgen jugosas vivencias.
Cuando Neil Simon creó a la “extraña pareja” de Paul y Corie se limitó a recordar al espectador que él mismo también podía ser un personaje teatral. ¿Quién no ha desafiado por amor las leyes de la prudencia y el orden? ¿Hay alguno entre nosotros que pueda decir en voz alta y clara que no le encanta la locura del amor imprevisible e incontrolable? Si lo hay, por favor, manténgase receptivo, que estas líneas van por él.
Mucho antes de que el amable Neil llegara, ya existían tipas de delicioso desequilibrio como Katharine Hepburn y sus víctimas indefensas, tipos irresistiblemente rígidos del perfil de Cary Grant.
A estas alturas, si uno aspira a ser recordado por líneas como estas, mejor será que desista de pretender ser original hablando de que los polos opuestos se atraen. Escribiré, pues, sobre el placentero goce de reconocerlo una vez más. Y el lugar de los hechos fue esta vez Cincómonos Espai d’Art, acogedor rinconcito para entrar a vivir ya emociones escénicas.
Los viernes representan DESCALZOS, una nueva versión de “Barefoot in the park” de Simon, que prolonga el acierto de ofrecer con un humor blanco, a veces desternillante, las dificultades de arrancar de una parejita recién nacida (chispeante Anabel Riquelme, enternecedor Pablo Salinas) provocando, con sus ingenuos lances, el maravilloso efecto secundario de formar una pareja madura (excelsa Lucía Jurjo, entrañable Jorge Salinas) que acabará dándoles la lección definitiva: Disfrutemos juntos y hagamos de nuestras diferencias la fiesta más ruidosa.
El mismo Pablo dirige con desenvoltura esta comedia romántica de réplicas a veces afiladas pero, al fin y a cabo, inofensiva y consigue un extraordinario equipo interpretativo: La química de ambas parejas es ejemplar y el ritmo que insuflan a sus embates sentimentales está sabiamente administrado. Y también se asoma la eficacia de ese robaescenas que es Christian Salinas que aquí (y quizás porque estos sean días de compartir con la familia) no se queda para él sino que amplía su horizonte escénico.
Salinas pincha, en cambio, en su concepción escenográfica: Teniendo en cuenta que el personaje central de esta pieza es el cuchitril (y ático sin ascensor) donde Paul y Corie hacen y deshacen su nidito de amor, y que gran parte de la comicidad de la historia radica en la estrechez del espacio, nos encontramos un escenario tan despejado que no nos resulta creíble. Tampoco se muestra acertado en algunas transiciones de escenas, interrumpiendo la agilidad que sus actores reparten a raudales.
¿Será que esto de andar sin zapatos por recomendables parques reclama un confort burgués que contrarreste tanta dicha?
Si les he de ser sincero una de las propuestas del Grec que más me ha interesado este año ha sido George Kaplan, representada en la Sala Beckett, una obra de Frédéric Sonntag que con un toque juvenil y espontaneo nos habla de la comunicación, de los intentos de comunicar y de las tentativas de apropiarse de la información y retorcerla con el objetivo de favorecer intereses privados. En resumen, una obra inserta inteligentemente en el gran debate que ha generado el desarrollo de la comunicación propiciado por los avances tecnológicos, y la potenciación de los sesgos y filtros que sufre la información «objetiva» que consumimos a diario a través de los medios de comunicación convencionales, internet y de un cada vez mayor número de dispositivos.
George Kaplan nos habla de todo ello y la hace de una forma eficaz e inteligente, algo que se ha de agradecer a su autor Frédéric Sonntag y a la producción de la Sala Beckett. La obra está dividida en tres escenas relacionadas entre sí por un nexo que no es otro que el nombre propio que da título a la obra, George Kaplan, que hace referencia al film Con la muerte en los talones, uno de los grandes clásicos dirigidos en el año 1959 por Alfred Hitchcock y que narraba las intrigas que experimentaba Roger O. Thornhill (Cary Grant) al ser confundido con George Kaplan, una identidad falsa utilizada por la CIA en una investigación de contraespionaje.
Esta excusa permite a Sonntag presentarnos las citadas tres escenas: la primera la de un grupo vinculado al movimiento 15M llamado George Kaplan que pretende, aunque sin demasiado éxito, crear un movimiento de contestación social, económica y política a nivel mundial; la segunda nos traslada a la sede de trabajo de una organización en la que diversos guionistas y un novelista están trabajando en la creación de una trama construida a partir de un nombre clave, George Kaplan; finalmente en la última escena un grupo de poder al estilo Bilderberg intenta apoderarse o más bien de adaptar una amenaza comunicativa inminente llamada George Kaplan, para utilizarla como arma o cortina de humo con la que impulsar sus propios intereses.
La obra adopta el estilo de una tragicomedia, una obra de carácter realista que reflexiona sobre la comunicación y el uso de la información que hacemos cada uno de nosotros y, claro está, también las grandes organizaciones y grupos de presión. En ella la primera escena, la más cómica, nos muestra el esfuerzo infructuoso de un grupo activo de base indignada para llegar a un mínimo de consenso para desarrollar su proyecto revolucionario. Impagables algunas de las situaciones que nos recuerdan, sin duda, las imágenes del 15M y sus inacabables asambleas que llevaba o han llevado a más bien poco. Algo descriptivo de un movimiento en fase de configuración pero que parece preñado de futuro.
Por el contrario la segunda y sobre todo la tercera escena nos advierten del peligro que corre el mundo debido a las ansias y a los ingentes medios a disposición de los grupos de poder que les permiten apropiarse y hacer fluir la información para controlar, de hecho, nuestra percepción de la realidad. Una amenaza que tiñe cada vez más de oscuridad la información que nos llega a través de los medios de comunicación.
El objetivo se consigue con un texto contundente y actual en el que están presentes los miedos y la desconfianza del propio autor, que consigue hacer llegar al público. A ello ayuda un montaje ágil en el que una gran mesa de reunión y algunos pocos complementos más modelan una realidad escénica en constante mutación y unos actores que de forma camaleónica van adoptando diversas personalidades y roles a lo largo de la representación. Cada uno de ellos tiene su momento para mostrar ya sea su veteranía, este es el caso de Jordi Figueras o Sandra Monclús, o su frescura y sus capacidades, como en el caso de Sara Espígul, Borja Espinosa o Francesc Ferrer, lo que conforma una actuación coral de primera.
George Kaplan nos plantea una cuestión árida y problemática relacionada con la comunicación y con los flujos de información, una cuestión que sin duda da forma a la era digital en la que vivimos, y que si bien posibilita grandes logros en todos los ámbitos también permite la usurpación y el dominio por parte de aquellos con menos escrúpulos pero mayores posibilidades. Un acierto sin duda de la Sala Beckett y del Festival Grec y un éxito basado en lo actual e idóneo de la temática que aborda y que si lo pensamos bien nos afecta a todos, de una forma u otra.
«George Kaplan» se representa en la Sala Beckett del 4 al 28 de julio de 2013.
Autor: Frédéric Sonntag
Traducción: Carles Batlle
Dirección: Toni Casares
reparto: Sara Espígul, Borja Espinosa, Francesc Ferrer, Jordi Figueras y Sandra Monclús
Escenografía: Luis Martí y Paula Bosch
Vestuario y caracteritzación: Gimena González
Iluminación: Luis Martí
Espacio sonoro y visual: Ramon Ciércoles y Mar Orfila
Producción: Sala Beckett/Obrador Internacional de Dramatúrgia, Grec 2013 Festival de Barcelona y Theater Konstanz (Alemania)
Horarios: de martes a sábado a las 21:30 horas; domingos a las 18:30 horas. Precio: 20 € Duración: 1 hora y 35 minutos
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