Crítica teatral: “Shopping and Fucking” de la Compañía Ferran Vilajosana-Oriol Rovira: Bajarse a la vida


A callarse todos. Y a desesperarse. Porque la sociedad de consumo nos reclama y no se conforma con guiñarnos el ojo, sino que quiere aplastarnos sin derecho a reclamación ni mucho menos a devolvernos dinero alguno.

Tampoco el sexo nos liberará del pesar de sentirnos adquiridos, utilizados y finalmente vaciados. Ni hablar: Suframos lo indecible relacionándonos mal unos con otros a golpe de coito mal ejecutado y de intentar alejar con ello cualquier pretensión de realizarnos emocionalmente.

ImageVacío interior a punto de liberarse.

Con “Shopping &Fucking” de Mark Ravenhill nos vamos todos, personajes, actores y espectadores, de compras y follamos compulsivamente para sentirnos mejor. A un gran centro comercial donde los productos de oferta son un puñado de jóvenes desnortados aunque con las ideas muy claras. Ahí radica uno de los grandes aciertos de la pieza: La marginalidad en la que viven sumidos la perseverante Lulu (espléndida Clara Lago), el disciplinado Mark (impecable David Marcé), el apasionado Robbie (vigoroso Ferran Vilajosana) y el coherente Gary (conmovedor Quim Àvila) y acrecentada por la mirada adulta de un embaucador-pigmalión Brian (contundente aunque algo histriónico Mingo Ràfols) se ve frenada y finalmente anulada por una actitud determinante de todos aquellos frente a la adversidad repleta de entusiasmo vital. Del bueno. Que rezuma por debajo de una estrafalaria trama en la que parece que todas las catástrofes sociales tenían hora simultánea. Esto sí que es una gozada. Porque el texto se vale de materiales efectistas (tan a menudo malogrados en otras propuestas superficiales) para llegar a un fondo de autenticidad individual gracias al apoyo del grupo.

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Un grupo repleto de individuos

En esta especie de cruce entre la “Perversidad sexual en Chicago” de David Mamet (por su enfoque del sexo desbocado como catalizador de la frustración existencial cotidiana) y “Bajarse al moro” de Alonso de Santos (ese espíritu solidario de animosa supervivencia), asistimos con impaciencia a los vaivenes del acontecer diario de estos perdedores-ganadores, impregnándonos de la comicidad de sus momentos más trágicos (como la vida misma, ¡qué caray!). Oriol Rovira, director del espectáculo, apuesta fuerte por la dirección de actores y gana a pesar de una puesta en escena funcional que hubiese agradecido cierto riesgo: Al arranque de la historia (impecable en el ritmo), vamos sumando momentos como el del monólogo de Lago sobre la barrita de chocolate o su disertación sobre la globalización a partir de la comida envasada en monorraciones (que, además, prueban la excepcional actriz teatral que es) que se mezclan con escenas estremecedoras por su dramatismo y crudeza (la sodomización exigida como parte de una terapia y religiosamente ejecutada de manera ejemplar por los tres actores jóvenes restantes; el encuentro en el probador de ropa donde Marcé y Àvila intentan convencerse de que están enamorados). Y cuando emerge el final feliz (algo tardío, puesto que la obra adolece de cierta reiteración de escenas que perjudican parcialmente el ritmo de la obra) para sorpresa de todos, no solo lo aceptamos. También lo elogiamos.

Nos los llevamos a todos. Y no hará falta que nos los envuelvan.

 por Juan Marea

Teatre Tantarantana
c/ de les Flors, 22 de Barcelona
del 2 al 19 de mayo
Autor: Mark Ravenhill
Dirección y traducción: Oriol Rovira
Actores: Clara Lago,David Marcé, Ferran Vilajosana, Mingo Ràfols, Quim Àvila
Diseño de escenografía y vestuario: LaCol
Diseño de iluminación: Isidro Ortiz
Espacio sonoro: Blai Barba
Caracterización: Anna Álvarez

Nueva exposición: Chema Madoz: Ars combinatoria, en La Pedrera

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Hoy en día cualquiera puede ser un fotógrafo en potencia: la gran cantidad de dispositivos electrónicos que tenemos a nuestro alcance nos permiten inmortalizar aquellos momentos que creemos únicos con mayor o menor gracia. Sin embargo,  convertir aquella instantánea en una pieza de museo no es una tarea tan sencilla, ya que para ello se necesitan grandes dosis de talento, disciplina y una visión muy personal de la realidad, cualidades de las que ha hecho gala Chema Madoz a lo largo de toda su trayectoria como fotógrafo, un hábil artista capaz de transformar objetos cotidianos en imágenes cargadas de poesía para, así, crear un mundo onírico propio que podremos descubrir en Ars combinatoria, la retrospectiva sobre sus últimos 30 años de carrera que se inauguró el pasado 9 de abril en La Sala d’exposicions La Pedrera de Barcelona.

Chema Madoz,agujaaguaLejos quedan aquellos tiempos en los que Chema Madoz (Premio Nacional de Fotografía en el año 2000) trabajaba en un banco; por entonces ya había hecho sus pinitos como fotógrafo –reportajes en los que se centraba en la figura humana–, pero pronto decidió dar un paso al frente, dejar su profesión y centrarse en su verdadera pasión. Sin embargo, poco a poco perdió el interés en fotografiar personas para dar el protagonismo a los objetos, a quienes despoja, con mucha imaginación, de su función principal y les otorga posibilidades mucho más poéticas que las evidentes, con la intención de que el espectador reflexione acerca de su entorno más inmediato. Así, el artista busca una imagen precisa a partir de una idea preconcebida, en escenarios íntimos que él mismo crea o manipula, siempre en blanco y negro y con una cuidada elección de la luz para jugar con las sombras que proyecta el protagonista.

En La Pedrera, el visitante tendrá acceso a ese universo paralelo creado por el fotógrafo, un total de 70 obras en las que nada es lo que parece a simple vista: en ese mundo ficticio es posible encerrar una nube en una jaula, quebrar un huevo duro y su soporte como si fueran un mismo objeto, unir con aguja e hilo unas perlas que no son otra cosa que diminutas gotas de agua, convertir una batuta en una escuadra y un cartabón, confeccionar un majestuoso arco tan solo con libros, transformar un bastón en una barandilla preciosa o una hoja de afeitar en el punto de libro perfecto. Madoz no duda en buscar la complicidad sincera del espectador, y por ese motivo no le ofrece ninguna pista, ni siquiera pone título a ninguna de sus imágenes con el objetivo de que sea él mismo quien las interprete.

chema-madoz-fotografia-90Además, en Ars combinatoria –título que hace referencia al arte combinatorio pensado por el filósofo mallorquín Ramon Llull– se incluyen dos vídeos que muestran la forma tan meticulosa, casi obsesiva, en la que trabaja y construye sus estructuras (su perfeccionismo es tal que le ha llevado a elaborar entramados de gran complejidad para obtener una imagen impactante); la curiosidad del espectador quedará saciada con la exposición de diversas libretas de anotaciones en las que dibuja las primeras ideas de sus proyectos, cinco objetos originales que el mismo Madoz ha realizado para incluir en sus fotografías –entre ellos un guante que funciona como un elegante monedero– y sus colaboraciones con los poetas catalanes Salvador Espriu y Joan Brossa, el mismo que a principios de los 90 se felicitaba por descubrir en él a un “hermano” en el terreno artístico.

Ars combinatoria se podrá ver en La Sala d’exposicions La Pedrera de Barcelona del 9 de abril al 28 de julio de 2013, de lunes a domingo, de 10:00 horas a 20:00 horas. La entrada es gratuita.

Más información: http://www.lapedrera.com