El Festival Grec de Barcelona se celebrará finalmente del 30 de junio al 15 de agosto y será uno de los pocos grandes festivales europeos que lo haga este verano. Ayudará de esta forma al sector escénico y a crear vida social y cultural en la ciudad.
El Grec, cuya programación se presentará en junio, tendrá una duración de dos semanas más de lo habitual con un total de unos 100 espectáculos, y se concentrará en los espacios teatrales de Montjuïc –Teatre Grec, Teatre Lliure, Mercat de les Flors– que abrirán a un tercio de su aforo o lo que la normativa sanitaria dictamine en ese momento.
El festival, que contará con 3,3 millones de euros de presupuesto para ayudar al tejido local, exhibirá fundamentalmente producción local y alguna perla internacional. El Lliure o el Mercat exhibirán obras pensadas para salas más pequeñas. Y será un Grec popular ya que las entradas costarán 15 € y 5€ en los espectáculos familiares.
Además del espacio central en Montjuïc, museos como MNAC, CCCB, Macba, Born y Marítim se suman para espectáculos de pequeño tamaño, y las televisiones y radios están ya dispuestas a retransmitir espectáculos para hacerlos llegar a más gente.
Para emocionarnos, no hacen falta las palabras. A menudo distraen y nos llevan caprichosamente por los vericuetos de la reflexión y hasta el examen de conciencia. Tampoco necesitamos conocer nuevas historias que nos alejen de nuestra predisposición a recorrer lugares comunes aparentemente ajenos.
Jakop Ahlbom lo sabe. Y pone todo su empeño de artista multidisciplinar en relajarnos a costa de construir y destruir una y otra vez un espacio mágico y vivo que aparece cada vez que se apagan las luces de sala y se desintegra suavemente al final del espectáculo.
El hábitat escénico de la tropa de Ahlbom desecha la lógica convencional. No se ofrece como lugar “para entrar a vivir”. Pero el surrealismo con el que está amueblado nos hace titubear. ¿Nos mudaríamos con ellos a protagonizar este cuento de amor a tres bandas entre dos inventores inseparables y una muñeca muy voluntariosa?
Lo vamos a pensar seriamente mientras asistimos admirados al despliegue de accidentes domésticos propiciados por dos mimos en combate continuo (payaso triste: el propio Ahlbom,impecable en sumelancolía e implacable en su acrobacia; payaso alegre: Reinier Schimmel,estilizadomoviéndose y estilista de la ingenuidad), desapareciendo con ímpetu por puertas y volviendo acto seguido (casi sin solución de continuidad) desde ventanas deliciosamente acogedoras.
La cosa no se detiene aquí: un baúl que les engulle después les escupe sin piedad al escenario. Las paredes giran, los muebles parecen no tener fin y sus moradores les hacen los honores enarbolando un ritmo trepidante, una agilidad elegante y la compenetración más inquietante. Cuando aparece en escena la tercera en discordia, llega el momento inexorable de creer en milagros: la muñeca (prodigiosa SilkeHundertmark) cobrará vida y al tomar conciencia de su nueva dimensión se integra maravillosamente en esa pareja de artistas silentes recalcitrantes. La coreografía entonces se torna en maravilla enloquecida. E impulsada por los dos narradores musicales que también poblaban la estancia (Leonard Lucieer y Ralph Mulder, casi fusionados con las paredes), el espectáculo es imparable. El venerable Buster Keaton, que bendecía a las criaturas desde el marco de un cuadro impávido, es finalmente sacrificado por el ritmo enfervorizado de las sorprendentes piruetas.
Cara a cara y una magia única
La ambigüedad de la historia (que mezcla sugestivamente episodios macabros con la luminosidad de la candidez de los tres protagonistas), aderazada con la música de Alamo Race Track, alternando acordes crepusculares con apuntes de pop “naïf” y promovida por un escenario repleto de recovecos para sobredimensionarlo constantemente, resulta alarmante:
Triunfó la capacidad expresiva visual. Y como quedamos boquiabiertos y sin poder articular palabra a duras penas nos escabullimos del patio de butacas al final del “show”. Por poco nos quedamos a vivir allí, en medio de ese extraordinario caos de talento exquisitamente canalizado.
Anochece en Barcelona. Y un espejo la recorre. Para destacar su parte más íntima. Sin prisas y sin apenas ganas. Porque da mucha pereza. Y es que nuestro guía no siente que se pueda hacer de otro modo. Por lo pronto, ya nos aclara de antemano que nos recibe en un café y, con él, estamos invitados a bostezar.
Se muestra entrañable invitándonos a beber absenta; pícaro al suspirarnos mujeres; irónico si habla de asuntos de estado; trascendente cuando intenta describir qué es el Modernismo; concienzudo a la hora de decidir qué conduce a la vida y también preciso señalando qué mortifica mientras tanto.
En cada pasode su discurso, tras cada nuevo ímpetu por iniciar la siguiente reflexión, un intelectual carismático, un artista que transita del viejo cascarrabias al sátiro bienestante, del vividor demagogo al entregado creador. Todos ellos para ser uno mismo: Santiago Rusiñol, genio, figura y ocurrente confidente.
Irrumpe desde detrás del espejo Ramon Madaula, actor dispuesto a resplandecer proyectando la imagen del genuino pintor y escritor. Llega henchido de un dinamismo contagioso y reparte con generosidad constantes destellos de ternura (“Me gusta acariciar mis tristezas.”) y desafío (“¡El equilibrio es la muerte!” proclama) sin asomo de afán de protagonismo. Sus carcajadas las quisiéramos en la misma mesa en la que nos tomemos una copa; sus alaridos nos llevarían a querer frenarlos por temor a que nos regañara el dueño del local. Y su pasión por la vida “escuchando los ruidos de la soledad” y también por el arte, entendido como búsqueda irrefrenable, la necesitamos en nuestro acontecer diario.
El hombre y su atardecer cotidiano
Siendo honestos del todo, revelemos ahora las otras dos claves de esta pequeña joya que brilla sin artificios en La Villarroel: Erik Satie, compositor y amigo a muy corta distancia, traído aquí para la ocasión por las voladoras manos de Marc Garcia Rami sobre un piano. Aquellas que se deslizan suavemente entre el discurrir vehemente de Rusiñol, la versatilidad manifiesta de Madaula y el deleite agradecido del público; aquel que al sonar completa la atmósfera onírica, íntima y acogedora de la propuesta escénica.
Y un párrafo especial para la quinta pasajera. Breve, que no anda por la labor de figurar: Sílvia Munt,velando muy cerca por que este “atardecer” se funda en nuestra sensibilidad con la hermosura de su sencillez, con la eficacia de su transparencia, con la contundencia de su condición de “tranche de vie” deliciosamente equilibrada por el apunte biográfico en primera persona. Y en lo que a nosotros respecta, con la seguridad de que amanecerá un poco mejor después del espectáculo.
Por Juan Marea
La Villarroel http://www.lavillarroel.cat/
c/Villarroel,87 de Barcelona “CAP AL TARD Proses autobiogràfiques de Santiago Rusiñol”
Del 2 al 27 de julio Horario: martes, miércoles, jueves y viernes, a las 21 h; sábado a las 18.30 h y a las 21 h Precios: general, 18 € (posibilidad de descuento) Dirección: Sílvia Munt Actor: Ramon Madaula Músico: Marc Garcia Rami Dramaturgia: R. Madaula Escenógrafo y figurinista: Xavier Millán Ayudante de escenografía: Sebastian Schmidt Diseño de luces: Pep Gàmiz y Arnau Julian