El descontento estalló, finalmente, a finales de marzo del año 238 en la ciudad de Thysdrus (El Djem), en la provincia de África proconsular, donde jóvenes pertenecientes «a nobles y ricas familias de Cartago» se rebelaron contra las duras exacciones impuestas allí por el procurador provincial. El incidente acabó con la muerte del magistrado imperial a manos de los siervos de los jóvenes amotinados. Los líderes de la revuelta conscientes de la gravedad de sus actos, que solo podían comportarles la represalia de las autoridades imperiales, optaron por nombrar emperador al gobernador de la provincia, Marco Antonio Gordiano (Gordiano I). Este era un senador perteneciente a una rica familia originaria seguramente de Asia Menor, de la provincia de Galatia o bien de Capadocia, cuya carrera política no había destacado demasiado hasta el momento, a pesar de su avanzada edad, que rondaba los 80 años.

Aunque Gordiano fue reacio en un principio a aceptar la dignidad imperial, consciente del alto riesgo que esta acción comportaba, acabó por acceder a las demandas de la multitud, estableciéndose en la ciudad de Cartago y nombrando a su hijo, del mismo nombre, co-emperador (Gordiano II). Su situación, sin embargo, no era la más favorable, ya que los Gordianos no disponían de fuerzas militares a su cargo en la provincia, por lo que su candidatura a la púrpura imperial carecía de un apoyo militar sólido.
Gordiano I notificó al Senado y al pueblo romano, a través del envío de cartas, los sucesos que habían llevado a su proclamación como emperador. Poco después, a principios de abril del año 238, el Senado confirmó el nombramiento de los Gordianos y declaró a Maximino y a su hijo enemigos públicos, tras lo cual nombró, de entre sus miembros, a un grupo de 20 senadores, los vigintiviri rei publicae curandae, para asegurar la defensa de Italia en ausencia de los Gordianos. En Roma la noticia de la proclamación de los nuevos emperadores provocó un gran desorden, durante el cual se dio muerte a varios de los hombres de Maximino, entre ellos a Vitaliano, el prefecto del pretorio y a Sabino, prefecto de la ciudad.
No sabemos con seguridad a favor de qué pretendiente se pronunciaron las diversas provincias romanas. Aún así parece que las orientales se decantarían por los Gordianos, mientras que la mayoría de las provincias de carácter militar optaron por Maximino. Una de ellas fue Numidia, gobernada por un tal Capeliano. Parece que este gobernador estaba enfrentado desde hacía tiempo con el mayor de los Gordianos por una cuestión legal. Para desgracia de este último Capeliano estaba al frente de la legión III Augusta, la única destacada en el litoral norteafricano, y de las tropas auxiliares asociadas a ella, con las que se dirigió hacia la ciudad de Cartago.
A mediados de abril del año 238 el ejército de Capeliano se enfrentó a las fuerzas reclutadas de forma apresurada por los Gordianos, constituidas por las milicias de la provincia, a las que venció ante las murallas de la ciudad. Gordiano II murió en el combate, mientras que su padre se suicidó ahorcándose al ser informado de la derrota y de la entrada de Capeliano en Cartago.
La desaparición de los Gordianos, sin embargo, no puso punto y final a la convulsa situación que su nombramiento como emperadores había propiciado, si bien dejaba al Senado romano en una posición extremadamente comprometida, ya que la cámara y con ella la población de Roma habían mostrado abiertamente su oposición a Maximino. De esta forma, cuando a finales de abril o principios de mayo llegó a la capital la noticia de la muerte de los dos Gordianos, el Senado optó por persistir en su actitud de rebeldía, deificando a los dos Gordianos y eligiendo de entre los vigintiviri, nombrados semanas antes, a dos de sus miembros, Marco Clodio Pupieno Máximo y Décimo Caelio Calvino Balbino, a los que nombró augustos, ambos con igual poder y rango, permaneciendo los restantes 18 candidatos como consejeros de los nuevos emperadores.
Pupieno y Balbino pertenecían ambos a las más alta aristocracia romana y tenían, en el momento de su nombramiento como augustos, más de 60 años, por lo que su elección se ha interpretado como una solución de compromiso entre las diversas facciones del Senado ante la amenaza que representaba Maximino. Según Herodiano y la Historia Augusta el mismo día que Pupieno y Balbino fueron proclamados augustos, el pueblo romano forzó a los nuevos emperadores a reconocer como césar a Marco Antonio Gordiano (Gordiano III), nieto del primer Gordiano y sobrino del segundo, un joven de 13 años que vivía en aquellos momentos en Roma. Parece que su proclamación se debería o bien a la intervención de los familiares y amigos de Gordiano I o a la actuación de una facción senatorial opuesta a los dos nuevos emperadores, Pupieno y Balbino.

La situación vendría a complicarse todavía más ya que poco después del reconocimiento de Gordiano III como césar, se inició un enfrentamiento entre la plebe de Roma y la guardia pretoriana, provocado por el asesinato de diversos miembros de la guardia que atendían a una reunión del Senado. La lucha se prolongó durante diversos días y comportó la destrucción de gran parte de la ciudad. Aunque no sabemos cómo finalizó la contienda, parece que los pretorianos se acabaron atrincherando en su campamento (castra praetoria) situado en las afueras de Roma y que se rindieron después de que la plebe cortara su suministro de agua.
De esta manera la autoridad de Maximino, tras tres años de campañas militares en el norte, se veía desafiada no solo en las provincias sino también en la capital, en la que en poco más de un mes se habían reconocido hasta a cinco emperadores diferentes. Así, pues, cuando, a mediados de abril del 238, Maximino tuvo noticias de la proclamación de los Gordianos y de su reconocimiento por parte del Senado, decidió, tras reunirse con sus consejeros, marchar sobre Roma al frente de sus tropas.
La situación era aún potencialmente controlable por parte de Maximino, ya que hemos de recordar que ni en Roma ni en África sus adversarios disponían de tropas capaces de enfrentarse a las veteranas legiones que él mismo comandaba en el norte. Maximino, sin embargo, no lo tuvo fácil en su marcha hacia la capital ya que no solo se vio obligado a hacer frente a las duras condiciones en los Alpes en esa época del año, sino también a la falta de suministros, debido a que el Senado había ordenado almacenar en el interior de las ciudades todos los víveres y provisiones que hubiera en los campos para que Maximino no pudiera hacerse con ellos en su recorrido hacia Roma y había enviado magistrados a todas las regiones para defenderlas y dificultar su marcha a través de ellas.

El acontecimiento que, sin embargo, sellaría el destino de Maximino fue la resistencia que opuso la ciudad de Aquilea ante su avance. Sus habitantes habían reparado apresuradamente las murallas de la ciudad para resistir a las fuerzas de Maximino y su defensa estaba a cargo de Rutilio Pudente Crispino y Tulio Menófilo, dos consulares elegidos y enviados allí por el Senado. Dirigida de esta forma la ciudad cerró las puertas ante la llegada de las tropas de avanzada enemigas.
Maximino, que aún estaba en camino con el grueso de sus fuerzas, envío una embajada constituida por un tribuno originario de la propia Aquilea y diversos centuriones para negociar la rendición de la ciudad. Los enviados, situados al pie de la muralla, comunicaron a los habitantes de Aquilea que Maximino «les ordenaba deponer las armas pacíficamente y recibirlo como amigo, no como enemigo». Parece que la proposición persuadió a parte de los habitantes de la ciudad y que solo el apremio de Crispino y Menófilo evitó que las puertas de Aquilea se abrieran a las tropas de Maximino.
La negativa de los aquileanos hizo enfurecer a Maximino que aceleró la marcha hacia la ciudad. Al llegar a ella decidió tomarla antes de proseguir su avance hacia Roma. Tras un breve descanso para las tropas dio inicio el asedio. Se produjeron varios asaltos, según Herodiano, prácticamente diarios. Aún así, los aquileanos resistían, defendiéndose con el uso de una substancia «mezcla de pez y aceite con azufre y asfalto» que caliente se lanzaba desde las murallas sobre los atacantes, y utilizando «antorchas empapadas igualmente con pez y resina, y provistas de una punta de flecha en el extremo» que una vez encendidas eran lanzadas contra los máquinas de asedio de Maximino y que al clavarse en ellas las incendiaban. La demora del emperador ante la ciudad de Aquilea permitió a Pupieno, encargado por el Senado de las operaciones militares contra Maximino, desplazarse hasta la ciudad de Rávena.
La firme resistencia de la ciudad de Aquilea hizo perder los estribos a Maximino que llegó a castigar a varios oficiales por su falta de ánimo e interés a la hora de atacar la ciudad. Las exigencias y la dura disciplina impuestas por Maximino acabaron afectando el ánimo de sus hombres, que tras cuatro semanas de infructuoso asedio y desmoralizados por el hambre y el cansancio se amotinaron. Según Herodiano y la Historia Augusta a principios de junio del año 238 diversos hombres de la II legión Pártica, preocupados por la seguridad de sus familias, que habían dejado en el campamento situado en el monte Albano cercano a Roma, se dirigieron a la tienda de Maximino, y arrancaron el retrato del emperador de los estandartes con ayuda de los pretorianos. «En el momento en que Maximino salía de la tienda en compañía de su hijo, seguramente con la intención de hablarles, les dieron muerte al instante», matando también al prefecto del pretorio y a todos los consejeros afectos a Maximino. «Finalmente, después de exponer sus cuerpos a los insultos y vejaciones de todo el que quiso, los dejaron para pasto de perros y aves. Las cabezas de Maximino y de su hijo, sin embargo, fueron enviadas a Roma».

No todas las unidades del ejército aprobaron, sin embargo, la acción, como fue el caso de las de origen panonio y tracio, las tropas que habían entregado el poder a Maximino en el año 235, aunque finalmente y a disgusto acabaron aceptando los hechos consumados. Poco después los soldados, en son de paz, se acercaron a las murallas de Aquilea para informar de la muerte de Maximino. Tras reconocer la autoridad de Pupieno, Balbino y Gordiano III se les abrieron las puertas de la ciudad y fueron abastecidos con todos los víveres que requerían.
La desaparición de Maximino no comportó, sin embargo, una mejoría en la situación política que vivía el Imperio. Pupieno y Balbino murieron meses después a manos de la guardia imperial y el reinado del joven Gordiano III tan solo perduró hasta el año 244, muriendo al ser derrotado por los persas o bien a manos de su sucesor Filipo el Árabe. De esta forma, con la muerte primero de Alejandro Severo (235) y más tarde de Maximino el Tracio (238), se iniciaba un periodo de inestabilidad política y de crisis económica y social en la historia de Roma que se prolongaría durante 50 años y que llevaría al Imperio romano a refundar sus estructuras políticas, sociales y económicas para hacer frente al nuevo contexto histórico al que se enfrentaba.
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Jorge Pisa