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Crítica Novela Histórica: Frumentarius, de Juan Manuel Sánchez Valderrama, Ediciones Áltera

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Como ya sabéis, en este blog nos apasiona la historia y la ficción histórica. Es seguramente esta última la forma más oportuna y amena de disfrutar de la historia y, cuando una novela histórica está bien escrita y bien documentada, es toda una gozada.

Hace un tiempo nos llegó una novedad al blog, Frumentarius, El tiempo de los emperadores soldado, de Juan Manuel Sánchez Valderrama, publicada por Ediciones Áltera, una novela ambientada en el período de la Historia de Roma conocido como Anarquía militar, en el siglo III d.C.

«Aulio Manilo es destinado como frumentarius, espía a las órdenes del prefecto del pretorio, a la frontera de la Germania Superior, donde la Legio XXII trata de contener a las tribus bárbaras, impidiendo que penetren en suelo romano. Lleva veinte años de servicio y está cansado. A sus cuarenta y cinco años su único deseo es retirarse, regresar a Roma y desaparecer.
Algo está cambiando en un Imperio donde cristianos y mitráicos compiten con las viejas deidades paganas para hacerse un sitio en el inminente nuevo orden. Su misión prioritaria. ¿Por qué están muriendo hombres en el interior del castrum de la Legio XXII? ¿Qué vinculación puede haber entre ellos? ¿Quién está detrás de tanto horror? Lejos de Roma, Aulio deberá adentrarse, solo, en un lóbrego laberinto del que puede no volver a salir».

Frumentarius nos transporta a una época poco transitada por los autores de novela histórica. Salimos, afortunadamente, de la dinastía Julio-Claudia y nos situamos un par de siglos más tarde, al final el reinado de Alejandro Severo, el último representante de la dinastía Severa que gobernó el Imperio romano del 222 al 235. Solo por esto la novela merece ya atención, y si a ello le sumamos una trama de intriga militar en el campamento de una legión en la que están muriendo varios soldados, la cosa va cogiendo forma.

Para investigar qué es lo que está sucediendo en el campamento romano, el prefecto del pretorio envía a Aulio Manilo, un frumentarius, al que podríamos considerar un espía militar, para esclarecer la causa de las muertes, un personaje solitario acostumbrado a suscitar el odio y el miedo entre sus propios compañeros debido al trabajo que lleva a cabo.

Aulio se pondrá manos a la obra de inmediato, con el objetivo de descubrir quién está detrás de todos los asesinatos que parecen tener un móvil religioso, en un momento, además, clave, ya que en breve el propio emperador, Alejandro Severo, llegará al campamento para liderar una campaña militar contra los germanos más allá de las fronteras romanas.

Sánchez Valderrama crea una trama interesante que nos permite conocer un periodo fuera de los habituales en la novela histórica, esto es, el siglo III d.C. o lo que es lo mismo, el inicio de la Anarquía Militar, momento en el que el Imperio romano sufrió una de sus crisis más profundas. Nos encontramos, pues, con una trama de misterio e investigación vinculada a la política del momento.

El autor se esfuerza por introducirnos en el día a día de un campamento romano y su canabae, el asentamiento civil que acostumbraba a establecerse en sus inmediaciones y que ofrecía todo tipo de servicios a los soldados, para presentarnos al frumentarius y al resto de personajes relacionados con la trama de asesinatos.

Aunque el inicio de la novela y el contexto atraen rápidamente al lector, a la trama le cuesta avanzar. Tras un inicio que sitúa adecuadamente el contexto de la investigación criminal en el que se verá involucrado Aulio Manilo, el argumento se ralentiza en detrimento de la investigación y en favor de la presentación de toda una serie de personajes secundarios, algunos de los cuales no aportan demasiado al desarrollo del argumento.

Aún así, Frumentarius nos presenta una trama de novela policíaca y con un buen diseño de los personajes. Entre ellos destaca, como no podría ser de otra forma, Aulio Manilo, un veterano frumentarius acostumbrado a los hándicaps que comporta su trabajo pero que, en esta ocasión, se dejará llevar por sentimiento que creía olvidados. Junto a él los personajes del legado de la legión y del dux legionis, ambos preocupados por el cariz cada vez más negativo que va tomando la investigación de Manilo, a los que se suman Gratius Cursor, el médico del campamento que forjará una relación de amistad con el frumentarius, Licia, la hija de uno de los militares asesinados o el mismo personajes de Maximino el Tracio, responsable de las legiones del Rin con elevadas ambiciones políticas. Será en el contexto del campamento legionario y ligado a la actividad y a los intereses de estos personajes que el autor hará avanzar, a veces demasiado pausadamente, la investigación de la muerte de los legionarios.

Aún así Sánchez Valderrama ambienta concienzudamente una trama que nos abre una ventana hacia un Imperio romano algo diferente, en el que la crisis y las conjuras políticas darán paso al reinado de los emperadores soldado y en el que el poder se materializará, cada vez más, en la fuerza de las legiones militares y en aquel o aquellos que detenten el mando sobre ellas.

Título: Frumentarius El tiempo de los emperadores soldado
Autor: Juan Manuel Sánchez Valderrama
Editorial: Ediciones Áltera
ISBN: 978-84-121486-4-0
Páginas: 428
Formato: tapa blamda / 150×230 cm
Precio: 19€
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Jorge Pisa

Artículo: Maximino el Tracio. El primer emperador soldado (II)

El descontento estalló, finalmente, a finales de marzo del año 238 en la ciudad de Thysdrus (El Djem), en la provincia de África proconsular, donde jóvenes pertenecientes «a nobles y ricas familias de Cartago» se rebelaron contra las duras exacciones impuestas allí por el procurador provincial. El incidente acabó con la muerte del magistrado imperial a manos de los siervos de los jóvenes amotinados. Los líderes de la revuelta conscientes de la gravedad de sus actos, que solo podían comportarles la represalia de las autoridades imperiales, optaron por nombrar emperador al gobernador de la provincia, Marco Antonio Gordiano (Gordiano I). Este era un senador perteneciente a una rica familia originaria seguramente de Asia Menor, de la provincia de Galatia o bien de Capadocia, cuya carrera política no había destacado demasiado hasta el momento, a pesar de su avanzada edad, que rondaba los 80 años.

Ciudad romana de Cartago en el siglo II dC
Ciudad romana de Cartago en el siglo II d.C.

Aunque Gordiano fue reacio en un principio a aceptar la dignidad imperial, consciente del alto riesgo que esta acción comportaba, acabó por acceder a las demandas de la multitud, estableciéndose en la ciudad de Cartago y nombrando a su hijo, del mismo nombre, co-emperador (Gordiano II). Su situación, sin embargo, no era la más favorable, ya que los Gordianos no disponían de fuerzas militares a su cargo en la provincia, por lo que su candidatura a la púrpura imperial carecía de un apoyo militar sólido.

Gordiano I notificó al Senado y al pueblo romano, a través del envío de cartas, los sucesos que habían llevado a su proclamación como emperador. Poco después, a principios de abril del año 238, el Senado confirmó el nombramiento de los Gordianos y declaró a Maximino y a su hijo enemigos públicos, tras lo cual nombró, de entre sus miembros, a un grupo de 20 senadores, los vigintiviri rei publicae curandae, para asegurar la defensa de Italia en ausencia de los Gordianos. En Roma la noticia de la proclamación de los nuevos emperadores provocó un gran desorden, durante el cual se dio muerte a varios de los hombres de Maximino, entre ellos a Vitaliano, el prefecto del pretorio y a Sabino, prefecto de la ciudad.

No sabemos con seguridad a favor de qué pretendiente se pronunciaron las diversas provincias romanas. Aún así parece que las orientales se decantarían por los Gordianos, mientras que la mayoría de las provincias de carácter militar optaron por Maximino. Una de ellas fue Numidia, gobernada por un tal Capeliano. Parece que este gobernador estaba enfrentado desde hacía tiempo con el mayor de los Gordianos por una cuestión legal. Para desgracia de este último Capeliano estaba al frente de la legión III Augusta, la única destacada en el litoral norteafricano, y de las tropas auxiliares asociadas a ella, con las que se dirigió hacia la ciudad de Cartago.

A mediados de abril del año 238 el ejército de Capeliano se enfrentó a las fuerzas reclutadas de forma apresurada por los Gordianos, constituidas por las milicias de la provincia, a las que venció ante las murallas de la ciudad. Gordiano II murió en el combate, mientras que su padre se suicidó ahorcándose al ser informado de la derrota y de la entrada de Capeliano en Cartago.

La desaparición de los Gordianos, sin embargo, no puso punto y final a la convulsa situación que su nombramiento como emperadores había propiciado, si bien dejaba al Senado romano en una posición extremadamente comprometida, ya que la cámara y con ella la población de Roma habían mostrado abiertamente su oposición a Maximino. De esta forma, cuando a finales de abril o principios de mayo llegó a la capital la noticia de la muerte de los dos Gordianos, el Senado optó por persistir en su actitud de rebeldía, deificando a los dos Gordianos y eligiendo de entre los vigintiviri, nombrados semanas antes, a dos de sus miembros, Marco Clodio Pupieno Máximo y Décimo Caelio Calvino Balbino, a los que nombró augustos, ambos con igual poder y rango, permaneciendo los restantes 18 candidatos como consejeros de los nuevos emperadores.

Pupieno y Balbino pertenecían ambos a las más alta aristocracia romana y tenían, en el momento de su nombramiento como augustos, más de 60 años, por lo que su elección se ha interpretado como una solución de compromiso entre las diversas facciones del Senado ante la amenaza que representaba Maximino. Según Herodiano y la Historia Augusta el mismo día que Pupieno y Balbino fueron proclamados augustos, el pueblo romano forzó a los nuevos emperadores a reconocer como césar a Marco Antonio Gordiano (Gordiano III), nieto del primer Gordiano y sobrino del segundo, un joven de 13 años que vivía en aquellos momentos en Roma. Parece que su proclamación se debería o bien a la intervención de los familiares y amigos de Gordiano I o a la actuación de una facción senatorial opuesta a los dos nuevos emperadores, Pupieno y Balbino.

Monedas de los emperadores Pupieno y Balbino
Monedas de los emperadores Pupieno y Balbino

La situación vendría a complicarse todavía más ya que poco después del reconocimiento de Gordiano III como césar, se inició un enfrentamiento entre la plebe de Roma y la guardia pretoriana, provocado por el asesinato de diversos miembros de la guardia que atendían a una reunión del Senado. La lucha se prolongó durante diversos días y comportó la destrucción de gran parte de la ciudad. Aunque no sabemos cómo finalizó la contienda, parece que los pretorianos se acabaron atrincherando en su campamento (castra praetoria) situado en las afueras de Roma y que se rindieron después de que la plebe cortara su suministro de agua.

De esta manera la autoridad de Maximino, tras tres años de campañas militares en el norte, se veía desafiada no solo en las provincias sino también en la capital, en la que en poco más de un mes se habían reconocido hasta a cinco emperadores diferentes. Así, pues, cuando, a mediados de abril del 238, Maximino tuvo noticias de la proclamación de los Gordianos y de su reconocimiento por parte del Senado, decidió, tras reunirse con sus consejeros, marchar sobre Roma al frente de sus tropas.

La situación era aún potencialmente controlable por parte de Maximino, ya que hemos de recordar que ni en Roma ni en África sus adversarios disponían de tropas capaces de enfrentarse a las veteranas legiones que él mismo comandaba en el norte. Maximino, sin embargo, no lo tuvo fácil en su marcha hacia la capital ya que no solo se vio obligado a hacer frente a las duras condiciones en los Alpes en esa época del año, sino también a la falta de suministros, debido a que el Senado había ordenado almacenar en el interior de las ciudades todos los víveres y provisiones que hubiera en los campos para que Maximino no pudiera hacerse con ellos en su recorrido hacia Roma y había enviado magistrados a todas las regiones para defenderlas y dificultar su marcha a través de ellas.

Gordiano III

El acontecimiento que, sin embargo, sellaría el destino de Maximino fue la resistencia que opuso la ciudad de Aquilea ante su avance. Sus habitantes habían reparado apresuradamente las murallas de la ciudad para resistir a las fuerzas de Maximino y su defensa estaba a cargo de Rutilio Pudente Crispino y Tulio Menófilo, dos consulares elegidos y enviados allí por el Senado. Dirigida de esta forma la ciudad cerró las puertas ante la llegada de las tropas de avanzada enemigas.

Maximino, que aún estaba en camino con el grueso de sus fuerzas, envío una embajada constituida por un tribuno originario de la propia Aquilea y diversos centuriones para negociar la rendición de la ciudad. Los enviados, situados al pie de la muralla, comunicaron a los habitantes de Aquilea que Maximino «les ordenaba deponer las armas pacíficamente y recibirlo como amigo, no como enemigo». Parece que la proposición persuadió a parte de los habitantes de la ciudad y que solo el apremio de Crispino y Menófilo evitó que las puertas de Aquilea se abrieran a las tropas de Maximino.

La negativa de los aquileanos hizo enfurecer a Maximino que aceleró la marcha hacia la ciudad. Al llegar a ella decidió tomarla antes de proseguir su avance hacia Roma. Tras un breve descanso para las tropas dio inicio el asedio. Se produjeron varios asaltos, según Herodiano, prácticamente diarios. Aún así, los aquileanos resistían, defendiéndose con el uso de una substancia «mezcla de pez y aceite con azufre y asfalto» que caliente se lanzaba desde las murallas sobre los atacantes, y utilizando «antorchas empapadas igualmente con pez y resina, y provistas de una punta de flecha en el extremo» que una vez encendidas eran lanzadas contra los máquinas de asedio de Maximino y que al clavarse en ellas las incendiaban. La demora del emperador ante la ciudad de Aquilea permitió a Pupieno, encargado por el Senado de las operaciones militares contra Maximino, desplazarse hasta la ciudad de Rávena.

La firme resistencia de la ciudad de Aquilea hizo perder los estribos a Maximino que llegó a castigar a varios oficiales por su falta de ánimo e interés a la hora de atacar la ciudad. Las exigencias y la dura disciplina impuestas por Maximino acabaron afectando el ánimo de sus hombres, que tras cuatro semanas de infructuoso asedio y desmoralizados por el hambre y el cansancio se amotinaron. Según Herodiano y la Historia Augusta a principios de junio del año 238 diversos hombres de la II legión Pártica, preocupados por la seguridad de sus familias, que habían dejado en el campamento situado en el monte Albano cercano a Roma, se dirigieron a la tienda de Maximino, y arrancaron el retrato del emperador de los estandartes con ayuda de los pretorianos. «En el momento en que Maximino salía de la tienda en compañía de su hijo, seguramente con la intención de hablarles, les dieron muerte al instante», matando también al prefecto del pretorio y a todos los consejeros afectos a Maximino. «Finalmente, después de exponer sus cuerpos a los insultos y vejaciones de todo el que quiso, los dejaron para pasto de perros y aves. Las cabezas de Maximino y de su hijo, sin embargo, fueron enviadas a Roma».

Antigua Aquileya
Antigua Aquileya

No todas las unidades del ejército aprobaron, sin embargo, la acción, como fue el caso de las de origen panonio y tracio, las tropas que habían entregado el poder a Maximino en el año 235, aunque finalmente y a disgusto acabaron aceptando los hechos consumados. Poco después los soldados, en son de paz, se acercaron a las murallas de Aquilea para informar de la muerte de Maximino. Tras reconocer la autoridad de Pupieno, Balbino y Gordiano III se les abrieron las puertas de la ciudad y fueron abastecidos con todos los víveres que requerían.

La desaparición de Maximino no comportó, sin embargo, una mejoría en la situación política que vivía el Imperio. Pupieno y Balbino murieron meses después a manos de la guardia imperial y el reinado del joven Gordiano III tan solo perduró hasta el año 244, muriendo al ser derrotado por los persas o bien a manos de su sucesor Filipo el Árabe. De esta forma, con la muerte primero de Alejandro Severo (235) y más tarde de Maximino el Tracio (238), se iniciaba un periodo de inestabilidad política y de crisis económica y social en la historia de Roma que se prolongaría durante 50 años y que llevaría al Imperio romano a refundar sus estructuras políticas, sociales y económicas para hacer frente al nuevo contexto histórico al que se enfrentaba.

BIBLIOGRAFÍA ARTÍCULO Maximino el Tracio. El primer emperador soldado

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Jorge Pisa

Artículo: Maximino el Tracio. El primer emperador soldado (I)

Maximino el Tracio (235-238) fue el primer emperador de origen humilde que accedió al poder en Roma. Su reinado, si bien de corta duración, dio inicio a la etapa de la historia romana conocida como la Crisis del Siglo III (235-284), «en la cual se hicieron patentes todas las contradicciones políticas, económicas y sociales que arrastraba desde sus inicios el Estado romano».

Busto Maximino el Tracio
Busto Maximino el Tracio

Su figura, como la de muchos de los emperadores de este período, no ha suscitado demasiado interés por parte de los estudiosos de la historia romana ni por parte del público en general. Es por eso que vale la pena profundizar, al menos un poco, en una época que si bien es ampliamente desconocida por aquellos interesados, de alguna forma, en la historia de la antigua Roma, nos muestra la evolución de uno de los mayores imperios del pasado y sin duda alguna uno de los más duraderos, en un momento de transición y de profundos cambios que llevarían, tras un largo y penoso trayecto, a la instauración del dominado bajo imperial (284-476 d.C.) que marcaría la fase final de la historia del Imperio romano.

El reinado de Maximino estuvo precedido, por otra parte, por el final de la dinastía severiana, que gobernó el Imperio romano entre los años 193 y 235, por lo que iniciaremos este artículo exponiendo los acontecimientos que llevaron a la muerte de Alejandro Severo, su último representante, y a la proclamación de Maximino como emperador.

El final del gobierno de Alejandro Severo.

Los últimos años de reinado del joven emperador Alejandro Severo (222-235) se caracterizaron por un aumento de la inestabilidad en las fronteras del Imperio romano, tanto en el limes reno-danubiano como en Oriente.

En el año 230 Ardashir, el rey persa sasánida atacó territorio romano, invadiendo Armenia y las provincias de Siria y Capadocia. El último enfrentamiento en Oriente se había producido hacía más de diez años (216-218), cuando el emperador Caracalla invadió territorio parto. La ofensiva romana acabó con la muerte del propio emperador y la firma de una paz vergonzosa por parte de su sucesor Macrino, que comportó el pago de una indemnización de doscientos millones de sestercios a los persas.

El ataque de Ardashir obligó, pues, a Alejandro Severo a dirigirse en el año 232 hacia Oriente para reorganizar las defensas romanas e iniciar un contraataque. El fin de las hostilidades se produjo en el verano del año 233, abandonando los persas los territorios que habían invadido y recuperándose el status quo anterior a la guerra. Aunque las fuentes históricas no son unánimes al respecto, parece que no hubo un claro vencedor de este primer enfrentamiento entre romanos y sasánidas.

Busto Alejandro Severo
Busto Alejandro Severo

El ejército romano se retiró entonces a Antioquía, en la provincia de Siria, con la voluntad de pasar en esa ciudad el invierno. Allí le llegaron a Alejandro noticias de que «los germanos habían cruzado el Rin y el Danubio y estaban devastando el imperio romano; atacaban las guarniciones de las riberas y las ciudades y aldeas con numerosas fuerzas. Por ello los territorios ilirios, limítrofes y vecinos de Italia, estaban en una situación de extremo peligro». Estas incursiones en la frontera norte del imperio estaban protagonizadas por la confederación tribal germánica de los alamanes (alamanni) que, debido al traslado de parte de las tropas romanas que defendían el limes del Rin y el Danubio hacia Oriente, aprovechaban para devastar y saquear territorio imperial. Estas noticias indignaron a las tropas ilirias que integraban parte el ejército de Alejandro Severo, angustiadas por la suerte sufrida por sus familias y sus tierras, indefensas tras su marcha.

Ante este nuevo peligro el emperador decidió volver a Occidente, no sin antes organizar la defensa de la frontera oriental, ya que aunque se había expulsado a los persas de territorio romano, aún no se había firmado ningún acuerdo de paz con ellos. Alejandro regresó a Roma en el año 233, ciudad donde celebró un triunfo por sus campañas en Oriente. No fue hasta finales de ese mismo año o principios del siguiente cuando el emperador inició su campaña contra los alamanes, concentrando las fuerzas romanas en la ciudad de Moguntiacum (Mainz). y ponteando el río «Rin con barcos encadenados unos a otros a modo de puente con la idea de facilitar el paso a los soldados».

A finales del mismo año 233 el ejército imperial había conseguido expulsar a los invasores alamanes de territorio romano. Las cosas, sin embargo, se complicaban para Alejandro ya que entre las tropas corrieron rumores de que el emperador no quería proseguir la campaña en territorio germano, sino que estaba dispuesto a pagar a los bárbaros a cambio de la paz. Hemos de entender, sin embargo, la intención de la autoridad imperial como la aplicación de la tradicional política romana en la zona, la cual a través del pago de subsidios y de la entrega de víveres intentaba sacar provecho de la desunión y de las diferencias entre las tribus germanas, estableciendo, asimismo, la supremacía romana más allá de sus fronteras sin necesidad de arriesgar grandes cantidades de hombres y de recursos en el intento.

Según Herodiano, las tropas romanas no lo entendieron así. Parece que el ejército ya había mostrado su disgusto por la forma tan poco meritoria en la que el emperador había conducido la campaña contra los persas, y por la gran influencia que sobre él tenía su madre Julia Mamea, que acompañaba a su hijo en el campo de batalla. A todo ello se sumaba el hecho de que entre las tropas de Alejandro se hallaban los contingentes ilirios cuyo territorio había sufrido las incursiones de los germanos, y que se sentían traicionados por el hecho de que el emperador quisiera llegar a un acuerdo con ellos en vez de luchar.

Esta situación provocó malestar entre las tropas, lo que llevó al amotinamiento de parte del ejército y al nombramiento de un nuevo emperador en la persona de Julio Vero Maximino, el oficial a cargo de los reclutas. La acción cogió desprevenido a Alejandro y a su séquito que no supo reaccionar a tiempo y calmar los ánimos de los soldados. Maximino, después de haber sido aclamado por todo el ejército, envió a un tribuno y a varios centuriones a la tienda de Alejandro Severo que acabaron con la vida del joven augusto, de su madre y de aquellos acompañantes que se resistieron.

Mapa Imperio romano 230 d.C.
Mapa Imperio romano 230 d.C.

Maximino. El primer emperador soldado.

Maximino era de origen humilde. Su familia era descendiente, seguramente, de soldados romanos asentados en la región del Danubio a principios del siglo II. Herodiano y la Historia Augusta nos informan de que en su adolescencia Maximino había sido pastor. Al destacar de joven por su estatura y su fuerza se alistó en el ejército, según la Historia Augusta, en una unidad de caballería. Las fuentes antiguas, claramente prosenatoriales, hacen referencia, no obstante, a los orígenes bárbaros o semibárbaros de Maximino, una falsa acusación que nos muestra el desprecio que el Senado siempre mostró hacia él, que no podemos olvidar, fue el primer emperador que no pertenecía a las clases superiores de la sociedad romana.

Aunque Maximino no llegaba al poder en un momento apacible, tampoco dio muestras de estar capacitado para hacer frente a los diversos problemas que afrontaba el imperio en aquellos momentos. A partir del estudio de sus efigies en las monedas se ha determinado que Maximino debería de estar cerca de los 50 años cuando accedió al poder, por lo que seguramente habría iniciado su carrera militar en tiempos de Septimio Severo (193-211), ascendiendo a la oficialidad a través de diversos cargos ecuestres. En el momento de su proclamación como emperador Maximino detentaba el cargo de praefectus tironibus, o encargado de supervisar el entrenamiento de los reclutas. Hasta entonces solo el emperador Macrino (217-218) había accedido al poder imperial con una carrera de rango ecuestre. Su gobierno había durado poco más de un año. El resto de emperadores pertenecían al rango senatorial. Este hecho, sumado a los pretendidos orígenes bárbaros de Maximino, permitía a los senadores considerar con cierto desprecio al nuevo augusto.

Maximino, consciente del rechazo que su condición humilde y que su acceso al poder de forma violenta le podían ocasionar, decidió no acudir a Roma tras su proclamación como augusto para obtener el reconocimiento oficial por parte del Senado, un procedimiento, por otra parte, habitual, sino que optó por continuar con la campaña en el norte contra las bandas de invasores alamanes, cuyos ataques habían motivado la reunión del ejército por parte de Alejandro Severo. Por el contrario Maximino decidió enviar a la capital cuadros que mostraban el desarrollo de la guerra, para que fueran expuestos públicamente frente a la Curia, el edificio donde se reunía el Senado. Algunos historiadores han detectado en esta actitud de Maximino el desdén que el emperador sentía hacia una cámara que, integrada por los miembros de la élite política y social romana, no lo consideraban, como sabemos, el candidato idóneo. Aún así, a finales del año 235 y en su ausencia, Maximino fue reconocido oficialmente por el Senado, obligado, en definitiva, debido a que no existían ni en Roma ni en Italia tropas suficientes con las que oponerse al nuevo emperador.

El cambio de régimen comportó la muerte o el relevo del séquito imperial, si bien parece que en esta ocasión no se produjo una matanza generalizada del entorno de Alejandro Severo, ya que algunos de sus consejeros más próximos sobrevivieron, aunque fueron relegados del poder. La proclamación de Maximino, sin embargo, no aglutinó en torno a la figura del nuevo emperador la adhesión de todo el ejército, hecho que se materializó en la trama de dos conspiraciones en contra su persona. La primera de ellas la lideró C. Petronio Magno, noble de rango consular que apoyado por un grupo de oficiales y senadores persuadió a parte de las tropas para acabar con Maximino. Los conspiradores pretendían utilizar para ello el puente de barcos que Alejandro Severo había ordenado construir sobre el Rin. Según parece Magno había convencido a un grupo de soldados encargados de la protección del puente para destruirlo después de que Maximino lo cruzara en su avance contra los germanos. De esta forma se podría acabar fácilmente con él en la otra orilla o dejarlo a merced del enemigo, mientras el propio Magno ocupaba el poder. La conspiración llegó, no obstante, a oídos de Maximino, que condenó a muerte a aquellos implicados en la conjura sin juicio previo, confiscando sus propiedades.

La segunda conspiración estuvo protagonizada por la unidad de arqueros osroenos que Alejandro Severo había traído consigo desde Oriente. Estos, apenados por la muerte del joven emperador y dirigidos por un tal Macedón, nombraron augusto, según parece en contra de su voluntad, a Titio Cuartino, el cual había sido licenciado del ejército por el propio Maximino. Parece que Macedón cambió súbitamente de parecer y aprovechando que Cuartino estaba durmiendo en su tienda, lo asesinó, pensando que así sería recompensado por el emperador. Por desgracia para Macedón la respuesta de Maximino fue la contraria, ya que fue ejecutado acusado de capitanear el motín y de asesinar al propio Cuartino.

Estas dos conspiraciones contra su persona afectaron al carácter de Maximino, que a partir de entonces aumentó su desconfianza hacia los demás, especialmente hacia los senadores. Según Herodiano y la Historia Augusta el carácter del emperador fue a partir de entonces más feroz y cruel «como les ocurre a las fieras, que se irritan más cuando son heridas».

Senado romano
Senado romano

Finalmente, mediado el verano del año 235, Maximino inició la campaña contra los alamanes. Las fuerzas romanas cruzaron el Rin al sur de la ciudad de Mainz y atravesaron la zona de los Agri Decumates enfrentándose a los germanos en su propio terreno. Herodiano nos informa de que Maximino devastó el territorio enemigo, destruyendo las cosechas e incendiando las aldeas tras permitir que el ejército las saqueara. Según este mismo autor romanos y germanos se enfrentaron en una zona pantanosa. El combate comportó importantes bajas para ambos bandos, si bien, según Herodiano, las germanas fueron superiores.

Las operaciones militares contra los alamanes se prolongaron durante los años 235 y 236, y fueron dirigidas, seguramente, desde la base de Castra Regina (Regensburg), en la provincia de Recia (Raetia). El emperador recibió a finales del año 235 el título de Germanicus Maximus. Al año siguiente Maximino se dirigió hacia la provincia de Panonia, donde luchó contra dacios y sármatas, estableciendo su nueva base de operaciones en la ciudad de Sirmio (Sirmium). En el año 236 obtuvo los títulos de Sarmaticus y Dacicus. Fue entonces cuando nombró césar a su hijo, Cayo Julio Vero Máximo, aunque aún era muy joven, con el objetivo de consolidar y dar continuidad a su régimen. La lucha contra sármatas y dacios continuó en el año 237, mientras que la campaña militar del 238 parece que iba a ser dirigida contra godos y carpos, pueblos que durante ese año habían atacado las ciudades griegas de Olbia y Tiras, ambas en territorio romano, causando allí graves daños.

Aunque no existe unanimidad al respecto, la prolongada actividad militar desarrollada por Maximino en la frontera del Rin y el Danubio, ha permitido a algunos historiadores confirmar la gravedad de la amenaza germana a la que se había visto obligado a hacer frente Alejandro Severo antes de ser asesinado en el año 235. Las cosas, sin embargo, no mejoraban para el imperio, ya que en el año 236 los persas reanudaron sus ataques sobre territorio romano, tomando importantes ciudades como Nisibis, Carrhae o Hatra.

Estas, sin embargo, no fueron las únicas dificultades a las que tuvo que hacer frente Maximino. Según Herodiano el emperador había prometido a las tropas que promovieron inicialmente su acceso al poder no tan solo un cuantioso donativo, sino también el aumento de su paga, medidas que, seguramente, extendió más tarde al resto del ejército, una pesada carga económica que acabaría comprometiendo su breve reinado.

El ofrecimiento de Maximino no era, no obstante, diferente a las concesiones realizadas por emperadores anteriores. Era habitual, así, que un nuevo augusto concediese un donativo a los soldados como celebración de su acceso al poder. Tampoco era extraño que se aumentara la paga a los soldados, ya que la ley de las monedas hacía tiempo que se estaba devaluando. Ambas medidas servían, además, para que el emperador se ganara la fidelidad del ejército, un requisito de capital importancia para asegurar su permanencia en el poder.

Así, pues, los problemas financieros de Maximino comenzaron a la hora de cumplir la promesa que había contraído con sus propios soldados. Hacía tiempo que el tesoro imperial arrastraba una situación bastante delicada. A los enormes gastos militares del reinado de Marco Aurelio y las reducidas conquistas llevadas a cabo por Septimio Severo, se sumaban las exigencias económicas de la campaña militar de Alejandro Severo en Oriente, que no habían comportado ni grandes victorias ni cuantiosos botines, y las poco lucrativas operaciones militares de Maximino dirigidas contra los germanos que comportaban, por el contrario, un elevado gasto para el tesoro imperial.

Esta comprometida situación económica obligó a Maximino a aumentar la presión fiscal sobre los habitantes del imperio, de lo cual lo acusan las fuentes antiguas. Como era previsible algunas de las medidas que Maximino puso en marcha para aumentar los ingresos con los que hacer frente a sus obligaciones al frente del imperio afectaron negativamente a su imagen. Entre ellas se halla la reducción de las distribuciones gratuitas en Roma de grano y de otros productos, decisión que sin duda hizo aumentar el rencor entre la población de la capital con menos recursos. Parece, además, que Maximino fue incapaz o bien de cumplir sus promesas con los soldados o al menos de hacerlo de la forma inmediata que estos esperaban, por lo que su popularidad en el ejército y, por tanto, la lealtad entre sus hombres, también disminuyó. No hemos de olvidar, tampoco, que la consideración de Maximino en el Senado no era, ni mucho menos, la más idónea, por lo que su posición se fue haciendo cada vez más precaria.
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Jorge Pisa

Enlace Maximino el Tracio. El primer emperador soldado (II)

Publicación: Julia Domna, La emperatriz romana, de Paloma Aguado García, en Alderabán Ediciones.

La editorial Alderabán publicó en el año 2010 Julia Domna, La emperatriz romana, la biografía de una de las mujeres con más poder en la Roma de principios del siglo III d.C. Un fresco de la vida cotidiana, de la realidad de la mujer en la Roma imperial y de una de las dinastías, la de los Severos, que gobernó el destino de Roma durante el gobierno de cinco emperadores.

El libro que nos presenta Paloma Aguado, doctora en Historia Antigua, supone un completo y ameno trabajo no solamente referido a la figura de la emperatriz Julia, sino extensible al panorama político-cultural del Imperio Romano en la primera mitad el siglo III d.C., en concreto durante la dinastía de los Severos. En la primera parte se nos ofrece un capítulo dedicado a la situación de la mujer en Roma, insistiendo en su vida más cotidiana, para después dar paso a la biografía de la emperatriz Julia Domna. Asistimos en primer lugar, a su nacimiento y adolescencia en Siria, y a su matrimonio con el futuro emperador Septimio Severo. La parte central de la monografía está dedicada a su papel como emperatriz, primero como esposa de Severo y más tarde como madre de Caracalla, ocupando en ambos casos un primerísimo lugar en la esfera política de Roma, desde su ascensión al trono hasta su muerte. El libro finaliza con un capítulo dedicado a las princesas sirias, la familia directa de Julia, que procedente de Emesa constituyeron el autentico “poder en la sombra” de dos emperadores, Heliogábalo y Alejandro Severo. Es la primera vez en la Historia de Roma que la transmisión de la púrpura imperial a lo largo de la dinastía se trasmite por vía femenina.

Título: Julia Domna, la emperatriz romana
Autora: Paloma Aguado García
Editorial: Alderabán Ediciones
Colección: Vidas privadas
Nº páginas: 129
Encuadernación: rústica
ISBN: 978-84-95414-74-8
Dimensiones: 21 x 14 mm.
Fecha publicación: 07 de enero de 2010
Precio: 12.00 €