La vida no es isla alguna en la que recalar. La vida es la bravura del oleaje. La vida es el naufragio cuando el océano decide ocupar el lugar que merece. Y la vida, además, es agarrarse al mástil aunque sea tronco flotante.
En la Sala Fènix de Barcelona lo saben y hasta el día 21 de junio nos instan a ir al abordaje con ellos rumbo a un destino nada seguro: su “Cabaret Victoria”. Y llegaremos a nado porque las criaturas que moran en él no admiten pasaje seco ni aburguesado.
Con esta peligrosa propuesta, Felipe Cabezas persiste en su empeño de hacernos desfilar por parajes lejanos a fin de asumir que ni somos tan contemporáneos ni podremos serlo jamás mientras no reconozcamos que nuestro lado oscuro halló su mejor análisis en tiempos pretéritos.
Cabezas saquea sin pudor algunas de las figuras literarias más inquietantes del siglo XIXy las enfrenta ante nuestra timidez aséptica. Al hacernos participar de sus historias horripilantes, cede el puritanismo del respetable. Y entonces el espacio adopta los tintes de una fascinante orgía de romanticismo sangrante (el de verdad), depravación moral esperpéntica (con permiso de Valle-Inclán), poético misterio y hermosísima ambigüedad.
La tripulación de la Fènix reúne en su espectáculo episodios de un lirismo tenebroso sobrecogedor por la belleza de su puesta en escena (el monólogo del cadáver perseguido por los cuervos de Edgar Allan Poe tras un telón que es auténtica piel de su atormentada Elena Visus), grotescos con generosidad escénica (las maravillas del «Elixir de larga vida» de Balzac con un arrollador Nelo Sebastian y la sensualidad cautivadora de Alba Valldaura y de la citada Visus), amén de elegantes homenajes a estandartes de la ciencia ficción, el horror y su vampirización por el cine más artesanal hermanados con júbilo en la disparatada y deliciosa búsqueda por Jules Verne de su cabeza, que le llevará a pedir hora al eficiente Dr. Frankenstein.
Este “Cabaret” es un excepcional ejercicio de sangre, sudor y lágrimas.
Porque fluye por sus venas un repertorio valiente que recupera desde el Gran Guiñol hasta el relato de folletín, con gotitas de humor sardónico.
Porque sus intérpretes se entregan hasta el paroxismo: una grandilocuente Valldaura (con amenaza seria a los que no apaguen su aparatito menos silencioso al empezar la función), un dinámico Sebastian (desconcertante titiritero, aguerrido pirata), una grácil Visus (irresistible muñeca articulada), un maquiavélico Pere Cabaret (como ácido Monsieur Ídem que también toca y con placenteros resultados) y avivando el furor escénico de todos ellos, el propio Felipe, capitán consumado de enérgico porte y sabio látigo.
Y porque provoca el llanto de nuestra coraza al ver cómo nos desprendemos de ella en cuanto empieza el show.
Añado además una estupenda puesta en escena aprovechando con inteligencia el espacio escénico desde el subyugante telón de fondo hasta la parte trasera de la platea, más un vestuario exquisito, una música desasosegante y una utilización de los complementos escénicos sublime.
Solo dos peros: las partes cantadas del espectáculo, que crean cierta indefensión a sus ejecutantes por sus limitaciones vocales. Y las concesiones cómicas a la contemporaneidad del espectador, que resultan forzadas y, por ello, desdibujan de manera esporádica la magia de esta travesía.
Y ahora sí, cierro con la consigna completa de la Compañía: “¡Al abordaje sin equipaje!”. Que se hundiría inevitablemente y en el fondo del mar de poco nos serviría.
Por Juan Marea
“Cabaret Victoria” se representa en la Sala Fènix de Barcelona hasta el 21 de junio y también en Barts desde el 18 de junio.
http://www.salafenix.com/teatro/cabaret-victoria-tercera-temporada
http://www.barts.cat/es/e-261/CABARET-VICTORIA