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Crítica teatral: La Vida Resuelta, en el Teatre Borràs.

532Como ya saben, el teatro se deja influenciar por todo lo que acontece en la vida de los espectadores y, sobre todo, en la de los profesionales de la dramaturgia y la interpretación. Por eso no es de extrañar que series de éxito y con solera en la televisión sirvan de gancho para producir y promocionar una obra de teatro. Este es el caso de La vida resuelta, una comedia sobre la vida y las reflexiones de un grupo de treintañeros que compiten por obtener la única plaza libre para el año que viene de la guardería donde quieren apuntar a sus hijos respectivos. Un producto teatral creado por los guionistas de series como 7 Vidas o Aída, e interpretada por jóvenes caras conocidas de la televisión como Carlos Santos, Berta Hernández, Javier Mora, Adriana Torrebejano y Cristina Alcázar.

La Vida resuelta nos traslada a lo que podría ser un capítulo de televisión de cualquiera de las dos series mencionadas, y nos presenta una situación cotidiana, la voluntad de conseguir una plaza en la mejor guardería del barrio por parte de un grupo de padres y madres, una ocasión que nos permitirá conocerlos y ser testigos de sus estados emocionales, los propios de una generación intermedia entre el pasado y el futuro que no ha sabido encontrar su lugar y que poseen existencias convencionales.

Una situación, como pueden intuir, que es una clara obertura para el desarrollo de la comedia. Dos parejas y una madre soltera en competición por el futuro de sus hijos (imagínense!!), en la sala de espera de una guardería y con perspectivas de enfrentarse, al menos dialectalmente, los unos con los otros. Si bien la obra pretende ir por otros derroteros, como son los de realizar un análisis generacional de los protagonistas en clave de humor, claro está, a partir del cual irán generándose los continuos enredos y las situaciones cómicas a lo largo de la representación.

La vida resuelta_teatre BorrasSin embargo, aunque la obra arranca y tiene sus momentos e incluso sus sorpresas, no acaba de alcanzar un vuelo alto y plácido. Algo que no se debe ni a la situación que se nos plantea, que se asemeja al típico vodevil «sin puertas» y con un sofá substituido por mesitas y sillitas de guardería, ni a las interpretaciones de los actores y actrices, que creo que tienen una buena frecuencia de comedia. Seguramente el elemento que no acaba de funcionar en la representación es la previsibilidad de la obra y del humor que esta contiene. Esto es, el ingenio de los guionistas de 7 Vidas y Aída ha quedado patente a lo largo de años de humor que han invadido las ondas hercianas con un alto nivel de éxito. Si bien, Aída, el spin off de 7 vidas, mostraba ya en sus últimas etapas una falta de brío humorístico, una exageración de las actuaciones y sobre todo una predictibilidad que en parte cercenaba el efecto global del humor de la serie. Y eso es lo que pasa en la obra de teatro. El público puede prever la mayoría de los gags de la obra, ya que tiene experiencia como espectador de un estilo de hacer humor que no ha cambiado en su transfiguración de los sets de televisión al escenario teatral.

Aún así, la obra funciona a momentos aunque sea utilizando tópicos y fórmulas vistas y revistas en la televisión. Y en gran parte funciona por el saber hacer de sus protagonistas que tienen experiencia en el ámbito de la interpretación televisivo-teatral. De ahí que nos hallamos ante unos caracteres definidos aunque como les comentaba, previsibles. La primera pareja está interpretada por Carlos Santos y Berta Hernández, ella una profesional de éxito y él un periodista que abandonó su trabajo para cuidar de su hijo; la segunda pareja está encarnada por Javier Mora y Adriana Torrebejano, él separado de su primera mujer pero aún enamorado y ella una joven que aunque parece poseer pocas luces, será el personaje que muestre una sagacidad más afilada. Finalmente Cristina Alcázar da vida a una madre soltera que aparenta mucho más de lo que en verdad es. Todo ello cocinado por Juan Pedro Campoy, que no se ha salido de la raya en una dirección marcada por un guión de comedia televisiva con elementos de vodevil.

La vida resuelta es una comedia que no pretende más que eso, ser una comedia y hacer reír. Y les hará reír si son fieles seguidores de las comedias televisivas made in Mediaset. No esperen ir más allá y disfruten con las peripecias y los sinsabores de un grupo de padres y madres que sin duda desean lo mejor para sus hijos, aunque en verdad no sepan cómo conseguirlo.

«La vida resuelta» se representa en el Teatre Borràs del 3 de septiembre al 12 de octubre de 2014.

Autores: Marta Sánchez y David S. Olivas
Director: Juan Pedro Campoy
Reparto: Carlos Santos, Laura Domínguez, Javier Mora, Adriana Torrebejano y Cristina Alcázar
Diseño de Iluminación: Pedro Vera
Diseño de Vestuario: Cristina Rodríguez
Escenografía: Juan Antonio Sánchez
Producción: Cía La Ruta Teatro

Horarios: de miércoles a viernes a las 21:00 horas; sábados a las 18:30 y a las 21:00 horas y domingos a las 18:30 horas.
Precio: 19 – 25 €
Idioma: castellano
Duración: 90 minutos
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Jorge Pisa

Crítica teatral: Perversiones sexuales en Chicago, en La Villarroel.

La Villarroel estrenó el pasado 9 de octubre uno de los primeros textos teatrales escritos por David MametPerversiones sexuales en Chicago, una vivisección de la pareja en un mundo de compromisos y relaciones liquidas. Una adaptación de Roberto Santiago, dirigida por Juan Pedro Campoy e interpretada por cuatro jóvenes valores: Cristina Alcázar, Úrsula Corberó, Javier Pereira y Fernando Gil.

Deborah (Úrsula Corberó) y Danny (Javier Pereira) se conocen una noche al coincidir en un local en compañía de sus amigos, Joan (Cristina Alcázar) y Bernard (Fernando Gil). Entre ellos dos se produce, desde el primer momento, un arrebato de pasión y deseo sexual de alta graduación, lo que les lleva a iniciar una relación de pareja. Pero no todo será plácido en su idilio. Sus mejores amigos (Joan, de ella y Bernard, de él) no les pondrán las cosas fáciles, mostrándose ambos reacios al desarrollo de la relación.

Deborah y Danny decidirán irse a vivir juntos, embriagados por el romanticismo que envuelve sus sentimientos. Sin embargo la vida en pareja hará aflorar los primeros problemas originados por el deficiente ensamblaje de los caracteres y la carencia de compromiso entre ellos. Un atolladero sentimental que hará que la relación se transforme en una suma de reproches y falta de entendimiento y en una plasmación de su aún no superada etapa emotiva adolescente.

Mamet, como es propio del autor norteamericano, nos sitúa de pleno, ya desde el inicio de la representación, en un contexto realista, aunque minimalista, que dominará el transcurso de la obra, en el que realiza un estudio, cómico a veces, melodramático por momentos, de las relaciones de pareja en una actualidad liquida y consumista. Un objetivo que pretende alcanzar con una historia interpretada por cuatro personajes, una pareja y sus dos mejores amigos (de cada uno de ellos, no entre ellos) y que se desarrolla con un ritmo ultraligero.

Ante nuestros ojos veremos desarrollarse la relación a una velocidad supersónica, desde el encuentro en un bar de copas entre Deborah y Danny, su intento fatuo de vida en pareja y el propio desgaste que esta provoca sobre la pasión nacida entre ellos. Todo esto a partir de una sucesión de escenas, ya sean monólogos, interpretaciones a dos caras o escenas en las que los cuatro interpretes están en el escenario (las menos), que desfilan a un ritmo vertiginoso, que provoca casi el encabalgamiento de una sobre la otra, fiel representación de la rapidez con la que se mueve el mundo de hoy en día.

En estas escenas, y con un encuadre natural y cotidiano, Mamet reflexiona sobre el comportamiento y las preocupaciones que afectan a los hombres y las mujeres en estos tiempos postmodernos y reduccionistas en los que nos ha tocado vivir: las dudas del individuo ante el otro; la falta de referentes y valores de los jóvenes; la obsesión por el sexo; el miedo al compromiso… Un auténtico avispero de emociones y des-ilusiones que forma parte del día a día de la mayoría de nosotros.

En este marasmo de intenciones se mueven los cuatro intérpretes de Perversiones sexuales en Chicago, intentado hacer suyos los desvelos de una obra escrita en 1974 en un ambiente de cuño estadounidense, con la voluntad, de la mano de la adaptación de Roberto Santiago y la dirección de Juan Pedro Campoy, de traspasarlos a un escenario barcelonés en la segunda década del siglo XXI. Unos jóvenes actores y actrices que tienen experiencia teatral, pero que provienen principalmente del cine y, sobre todo, de la televisión. Y se nota.

Cristina Alcázar, Úrsula Corberó, Javier Pereira y Fernando Gil se deshacen de sus complejos, y de su timidez, para enfrentarse al texto de Mamet. Si bien el resultado es desigual. Si la pareja principal, la formada por Úrsula Corberó (que realiza su primera incursión en los escenarios) y Javier Pereira muestran algunas carencias a la hora de interpretar sus respectivos papeles, el do de pecho lo llevan a cabo los que podríamos considerar los actores secundarios, Cristina Alcázar y Fernando Gil. Este último invierte en su actuación su desarrollada vis cómica, para dar vida a un soltero empedernido, despectivo y que valora en muy poco a las mujeres, sobre todo a Deborah y su amiga Joan. Dignos de resaltar por su comicidad son sus monólogos y la visión machista que tiene de las mujeres y de la vida, al más puro estilo Club de la Comedia; Por otro lado Cristina Alcázar acierta muchísimo en su interpretación de mujer atractiva, realista y con carácter. Seguramente la mejor interpretación del cuarteto.

A este descompensado mosaico teatral se suma el hándicap de que los años no han pasado en balde desde el estreno original de la obra, y lo que ésta nos muestra ya no sorprende tanto como sorprendía a mediados de los años 70 del siglo pasado (y miren que me cuesta hablar del siglo XX como el siglo pasado!!), ya sea en su formato o en su contenido, que ha quedado superado por el simple pasar de los años.

Perversiones sexuales en Chicago adolece, pues, de indefinición actoral y de envejecimiento prematuro, aunque hoy en día casi todo es prematuro… Algo que se soluciona, en parte, con el ritmo desenfrenado de la representación, por lo acertado de la temática, vigente, aunque de otras formas en la actualidad, y por los «sin tapujos» y la falta de recato a la hora de hablar y reflexionar sobre el sexo y la relación de pareja, o lo que podría ser lo mismo, la lucha de sexos, que, reconozcámoslo, no ha desparecido nunca, más bien ha modificado sus ingredientes, para filtrarse de forma sibilina y «políticamente correcta» en las conversaciones de los almuerzos en la oficina, o en los secretos y voluntades inherentes en los grupos de amigos.

Perversiones sexuales en Chicago se queda a medias en el recorrido que pretende transitar, aunque nos muestra la concepción del autor de la obra de que el mal forma una parte «inseparable del corazón humano». No soy yo el que vaya a contradecir una verdad como esa, aunque no sé si la obra, que estará en cartelera en La Villarroel hasta el próximo 4 de noviembre, es la mejor forma para demostrarlo. Juzguen ustedes mismos.

«Perversiones sexuales en Chicago» se representa en La Villarroel del 9 de octubre al 4 de noviembre de 2012.

Autor: David Mamet
Versión: Roberto Santiago
Dirección: Juan Pedro Campoy
Intérpretes: Fernando Gil, Úrsula Corberó Javier Pereira y Cristina Alcázar
Música: Tea Baggers
Escenografía: La Ruta
Producción: La Ruta Teatro en coproducción con el TCM

Horarios: de martes a jueves a las 21:00 horas; viernes a las 21:30 horas; sábados a las 18:30 y a las 21:00 horas y domingos a las 18:30 horas.
Precio: 24,4 €
Idioma: castellano

Escrito por Jorge Pisa Sánchez