El cineasta Juan Barrero, en el programa de mano de la edición de este año de L’Alternativa, se atreve a destapar lo que él denomina “tendencia monstruosa de nuestro tiempo” y la identifica con una deriva al desierto.
Voy a dedicarme estas líneas a decidir si me dejo arrastrar por la aridez o bien si me inclino, en cambio, por encontrar el camino a la civilización. Aunque también existe una vía intermedia: Distraer el agotamiento y la sed soñando con algún oasis.
Arquitectos en trance y en tránsito
Antes de pronunciarme, y de que la insolación haga estragos, analicemos una pequeña parte de la programación del que, del 17 al 23 de noviembre, anduvo desafiando la indiferencia de quienes no se quieren reconocer diferentes. SAUERBRUCH HUTTON ARCHITEKTEN es un juguete fílmico envenenado que cautiva a medida que amplía su exposición del proceso creativo de un despacho de arquitectos cuyas consignas son: minuciosidad, pragmatismo y reflexión. La cámara nada complaciente del aclamado realizador Harun Farocki se recrea en las contradicciones surgidas dentro del equipo de trabajo mostrando de manera casi impúdica las desavenencias que podrían estallar entre los arquitectos jóvenes por hacer prevalecer su deseo de convencer con sus ideas. Todo ello en un ambiente casi diáfano: el majestuoso minimalismo de la propia oficina, presentada como si se tratase de un centro de arte. Pero el empeño de Farocki rehuye el morbo como tema principal, con el que sigue coqueteando al ofrecer imágenes de los encuentros entre los arquitectos y los clientes y dejar entrever sin tapujos los puntos de vista a veces opuestos de unos y otros. Porque el realizador centra su máxima atención en el proceso de desarrollo de los trabajos encomendados. En esas secuencias, se vislumbra la pasión creadora: La dificultad de los protagonistas por hallar la solución más conveniente; la premura de los plazos de entrega; y la autoexigencia casi inasequible al desaliento (dice Matthias Sauerbruch que no deben presentar ningún proyecto que no les guste a ellos mismos, a pesar de que ello pase por obviar las peticiones de quienes les den de comer). Y es ahí donde la obra sobresale, trascendiendo toda tentación de caer en el panegírico: Las sesiones de puesta en común de las diferentes fases de los trabajos resultan admirables por el entusiasmo que transmiten. Farocki cierra su propuesta con una conclusión inquietante, acelerada y muy ambigua: ¿Podemos innovar dando la espalda a los demás? ¿Hasta qué punto podría ayudarnos el diálogo? Y, como llega sin que podamos contrastarla explícitamente con lo que hemos estado viendo hasta entonces, aplaudimos entusiasmados.
BEN O DEGILIM (No sóc ell), la película ganadora del Gran Premio del Festival, consiste en una historia de estructura circular (en palabras de Tayfun Pirselimoğlu, su guionista y director, “cuando algo acaba, algo empieza”) y es un estilizado trabajo sobre la necesidad de reinventarse el individuo anodino a base de usurpar otras personalidades que le acerquen a sentirse vivo. Y convence por su guión consistente que describe con precisión admirable a los protagonistas permitiéndoles hablar y relacionarse con verosimilitud anteponiendo la impasibilidad de su tesón a las convenciones sociales. La planificación visual está siempre al servicio de la historia y su tono se mueve entre el realismo más prosaico y el cuento fantástico. En cuanto al primero, destacan la descripción de su antihéroe casi impertérrito y la historia de amor con la mujer que le cocinará y le arrastrará después al mar. Si nos detenemos en el segundo, impresionan la anticipación sutil progresiva de lo que irá ocurriendo, las intrigantes escenas entre barrotes (y su lectura simbólica) y la sensación de que los personajes se van deslizando de una piel a otra con peligrosa magia. No obstante, la película insiste en rizar el rizo (la reaparición de ella reencarnada en alguien que nada sin temor) y, con ello, empalidecen los logros anteriormente destacados.
Centauros tunecinos
Me apresuro ahora a presentaros la irritante BRÛLE LA MER (mención especial del jurado), con la que Nathalie Nambot y Maki Berchache pretenden denunciar la injusticia del inmigrante norteafricano en la poco hospitalaria Francia. Su punto de vista panfletario suele imponerse al acierto de algunas imágenes, algunas efectistas (la letanía sobre la documentación que debe reunir el aspirante a un visado), otras sinceras (el reencuentro del desdichado narrador con su familia, luminoso y silencioso, para dar paso a una última secuencia visualmente eficaz: la lluvia sobre los olivos tunecinos, que les hará fructificar) y las más interesantes, aquellas en que la cámara se detiene en el espacio estableciendo un poético diálogo con el narrador desahuciado de ella (la orilla que lleva a la barca obviando el mar hostil; la rambla nocturna desolada). Pero, en resumidas cuentas, la operación se revela incapaz de hablar con voz propia.
En cuanto a los cortometrajes, THE CLAUSTRUM, de Jay Rosenblatt, almacena imágenes “vintage”, psicoanálisis trasnochado y maravillosa pretenciosidad. Y sacude al jurado, que le concede el Gran Premio. Mientras tanto, Ramon Balcells sigue con su talante experimental y lo traslada a TRANSSILVÀNIA, pedazo de tierra audiovisual plantado de costumbrismo naturalista que crepita en brasas de exultante cromatismo ofreciendo una cosecha arriesgada por la que asoman recovecos de sugerente perversión.
Y ahora me toca cumplir lo prometido. Lo que ocurre es que no encuentro manera alguna de frenar mi naufragio entre las dunas…
Por Juan Marea
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