Fisuras en el Teatro María Guerrero: Si duelen, que se queden.

Compartir techo de un hospital permite contrastar heridas. Y, cuando la tragedia empieza a relativizarse por la recuperación diaria, también los pacientes pueden compartir su temor. Por lo que sucedió y cómo afectó a quines les rodean. Y lo que resulta más interesante dramatúrgicamente: por si pretenden volver a ser quienes eran o, en cambio, están dispuestos a seguir adelante.

El Centro Dramático Nacional propone hasta el domingo 21 de diciembre que el espectador meta el dedo en las FISURAS de Diana I. Luque. La forma que sugiere la autora es adoptando la mirada entre rutinaria y escéptica de los estudiantes MIR. Juntos, podemos pasar visita a dos casos clínicos de diferente índole aunque a ambos une una cerrazón a la pronta superación de sus males: un bailarín aterrorizado al descubrir que sus piernas pueden volver a moverse y un niño (magnífico Ángel Perabá) cuyo corte en la mano no es más que una llamada de atención a un padre sonámbulo incapaz de rehacer su vida sentimental.

A continuación, se diseccionan retazos del realismo coyuntural de los dos citados que se comparan, interseccionan y, finalmente, alejan para dejar que ambas líneas argumentales cicatricen en su propia piel. La autora recurre a dos personajes femeninos para que los enfermos puedan decidir si se hunden en su desesperación o bien se agarran a la cuerda fuertemente tensada por el vitalismo (una bailarina que emprenderá el vuelo profesional soltando el lastre del novio convaleciente, una psicóloga infantil oportunamente jovial para que el precoz niño madure).

Y lo que en el papel son poco más que apuntes sobre criaturas dramáticas, en el escenario imploran una entidad que David Ojeda como director otorga parcialmente: la presentación de los personajes vibrante y trepidante aunque efectista como si ejecutasen una danza fatal. En la misma dirección, Ojeda potencia la ambigüedad que acerca y aleja a unos y a otros (el doble papel femenino interpretado por la elegante Xenia Sevillano, que derrochan firmeza exterior y de los que, a la vez, brotan gotas de inseguridad personal). Y, en fin, David realza las preguntas que el texto plantea para salvar al público de la sensación de excesiva fragmentación: ¿Un accidente puede suponer un punto de inflexión en la vida de uno? Y, si fuese así, ¿nuestra cobardía nos permitiría asumirlo?

Por Juan Marea

 

FISURAS se representa en el Teatro María Guerrero de Madrid (c/ Tamayo y Baus, 4) hasta el 21 de diciembre.
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