Ir de visita es tarea poco estimulante. Uno debe aparentar interés por el anfitrión y por su mundo, bien precintadito en los límites de su temible hogar. Y aceptar con humildad su papel de admirador coyuntural.
Existe un remedio para ello: Pasar a ser partícipe activo compartiendo pesares y alborozo: Esto es lo que ocurre a las criaturas de LO ÚLTIMO QUE QUIERO, ejemplar tragicomedia de Sergio Martínez Vila. Y lo mismo pasa al espectador que acude a La pensión de las pulgas de Madrid para respirar la propuesta.
La pieza de Sergio se distingue con honores por la habilidad con que hermana el drama más despiadado y la cotidianidad aplastante coqueteando una y otra vez con ese humor siempre al acecho y que a menudo desterramos.
Las sonrisas y lágrimas de Isabel
Los últimos momentos de la vida de una enferma terminal de cáncer que se siente “rubia de espíritu” (chispeante Isabel Ampudia) dan mucho de sí: Por una parte, para adentrarnos impúdicamente en el desconcierto de su pareja (brillante Mercedes Castro), desmenuzando el desnortamiento de ambas a manos de un voluntarioso árbitro que, contra todo pronóstico, acaba siendo justiciero (emotivo Iván Villanueva). Sergio se toma su tiempo en crear a los personajes y estos van perfilándose conforme la trama va avanzando, alcanzando así una consistencia dramática inusual.
Por otra parte, la dirección de Francisco Olmo guía a los actores con sabiduría escénica y el resultado es una correspondencia casi equivalente entre el esfuerzo de los intérpretes y la verosimilitud de sus personajes. La credibilidad es, entonces, matemática pura. Y hay momentos de una magia sin apenas truco como aquel en que la música de Liza Minnelli ensordece a quien no puede escuchar ya más.
Finalmente, el aprovechamiento del espacio, con sus cimientos de piso en pleno barrio de las Letras madrileño, resulta de lo más oportuno: En él, esta obra de voces intermitentes en off, símbolo de esa incomunicación inherente a la incomprensión, resuena con una cercanía tan contundente que olvidamos nuestra condición de público para caracterizarnos enseguida como moradores silenciosos de la historia.
Añado un último párrafo para señalar que “Lo último que quiero” se alza como valioso alegato sobre la normalización no solo de víctimas estigmatizadas sino también de los que, con ellos, son contagiados por el bloqueo emocional: No hay aquí ni asomo de maniqueísmo ni de trascendentalismo moralista. Lo que hay es un pedazo de vida a tres bandas.
Y, sin haber tenido que mirar el reloj, acabamos la visita al final de la función. Tampoco tuvimos que recurrir a ningún pretexto familiar u obligacional para hacerlo. Es más: Nos hubiésemos quedado encantados a cenar…
Por Juan Marea
LO ÚLTIMO QUE QUIERO se representa en La pensión de las pulgas de Madrid (c/ Huertas, 48) los miércoles de diciembre a las 22 h.
http://lapensiondelaspulgas.com/