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Crítica literaria: Los amantes de Hiroshima, de Toni Hill

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El final de El verano de los juguetes muertos (2011) dejaba al lector en un sinvivir con la desaparición de Ruth Valldaura, la ex esposa del inspector Héctor Salgado. Toni Hill (Barcelona, 1966), padre de las criaturas, nos confesaba entre risas que cuando la hizo desaparecer “ya sabía qué le había pasado, pero vosotros también lo sabéis, si pensáis un poco” (podéis leer aquella entrevista aquí). Tres años después la incertidumbre ha llegado a su fin: tras Los buenos suicidas (2012) la trilogía concluye con Los amantes de Hiroshima, una excelente novela que mantiene el buen nivel de sus predecesoras y en la que el escritor catalán desvela definitivamente qué ocurrió con Ruth al mismo tiempo que Salgado y los suyos intentan esclarecer un doble asesinato, el de unos jóvenes amantes desaparecidos años atrás.

En esta ocasión la historia se desarrolla en dos momentos concretos: en la primavera de 2011, cuando se hallan dos cadáveres en una casa abandonada, y entre mayo y junio de 2004, cuando Barcelona acogía el Fórum Universal de las Culturas. El uso de constantes flashbacks lleva al lector de un tiempo a otro, de la investigación realizada por el inspector Héctor Salgado, junto a sus fieles Leire Castro y Roger Fort, a aquellos días en que cuatro amigos soñaban triunfar en el mundo de la música. De esta manera, Hill enfrenta el pasado y presente de esos chicos para hablar de amor y amistad, pero también de la crisis económica –denunciando imágenes cada vez más habituales, con hombres rebuscando entre la basura, negocios bajo amenaza de cierre, trabajo precario,…–, de las relaciones entre padres e hijos, de una visión romántica de la muerte, y más, de mucho más, elementos todos ellos que giran alrededor de un inquietante y acertado relato de marcado tono gótico.

El escritor barcelonés Toni Hill, en una imagen promocional
El escritor barcelonés Toni Hill, en una imagen promocional

Con tres novelas a sus espaldas Toni Hill ha logrado crear un sello propio con el que diferenciarse de entre la extensa oferta del género policíaco, una voz personal reconocible que huye de las intrigas más frenéticas y del actioner menos verosímil para presentar un argumento noir de raíces clásicas ambientado en la Barcelona reciente, una ciudad auténtica, con un protagonista que debe descubrir al asesino siguiendo las pistas que va compilando con paciencia, reconstruyendo el pasado para comprender el presente, como si tirara de un hilo para desenredar el ovillo que es el caso que le ocupa. Además, a favor del autor está que el lector puede empatizar perfectamente con los personajes que dibuja con mano firme, gente que vive una realidad conocida por cualquiera de nosotros; así, la trama principal de Los amantes de Hiroshima se desarrolla en mayo de 2011, días en los que la población del país mostró su hartazgo con el gobierno en las célebres concentraciones del 15-M, cuando las plazas públicas fueron tomadas por los “indignados” en un acto de protesta colectiva.

Es evidente que todo escritor anhela crear un personaje capaz de ganarse el favor incondicional del lector, de hacerse un hueco en su imaginario, de lograr que se identifique con los problemas de aquel. Si lo consigue, el triunfo está en sus manos. Y sin duda Toni Hill ha triunfado: el inspector Héctor Salgado logró el beneplácito de los aficionados al género por su temperamento –y su comprensible arranque de furia contra el doctor Omar–, su torpeza a la hora de hacerse cargo de un hijo adolescente, su pericia como investigador y su carisma entre sus compañeros, características que han convertido estas tres novelas en todo un éxito y en un imprescindible de la literatura negra actual. Los amantes de Hiroshima es un disfrutable final, la guinda perfecta que completa una trilogía magnífica, aunque deseamos que pronto, muy pronto, Salgado regrese a las librerías con nuevas aventuras.

Título: Los amantes de Hiroshima
Autor: Toni Hill
Editorial: DEBOLSILLO
Páginas: 474 páginas
Fecha de publicación: Noviembre 2014
ISBN: 9788490624166
Precio: 12,95 €

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Escrito por: Robert Martínez

Novedad editorial: Todo Makoki, de Miguel Gallardo y Juan Mediavilla

Tras las décadas de oscuridad que significaron la dictadura, la Transición abrió una nueva etapa en nuestro país, y la juventud del momento decidió exprimir esa recién estrenada libertad como si no hubiera un mañana: fueron tiempos de diversión, de atender a los nuevos ritmos musicales procedentes de Inglaterra, de buscar relaciones de una noche y sin compromiso, de experimentar sin rubor con cualquier tipo de drogas, etc. En esa época de transgresión, y de la mano de Miguel Gallardo y Juan Mediavilla, nació Makoki, un personaje de cómic huido del manicomio que se convirtió en todo un referente del underground patrio por reflejar esa situación social en sus aventuras. Ahora, treinta y cinco años después, llega Todo Makoki (Debolsillo), un libro que recoge las cinco historietas más representativas del popular personaje (Las aventuras de Makoki, La juventú de Makoki, Fuga en la Modelo, Makoki en Niu Yors y La muerte de Makoki).

El 24 de junio de 1977 aparecía, en la revista Disco Exprés, la primera aventura de Makoki, Revuelta en el frenopático –inspirada en el relato homónimo que Felipe Borrayo había publicado en el fanzine Claraboya–, la historia de un tipo que escapa del manicomio con lo puesto (esto es: una bata y un casco con los cables del electrochoque al que estaba siendo sometido), aprovechando el escándalo provocado por la orgía que en ese mismo instante estaban montando el resto de internos. De vuelta a Barcelona, Makoki se rencuentra con la gente de su barrio, su inseparable Basca (Emo, Morgan, Cuco y El Niñato), con quienes forma una peligrosa banda que protagoniza brutales correrías nocturnas, negocios sucios, descarnados enfrentamientos con bandas rivales y con la policía,… Así, en sus aventuras Makoki se codea con quinquis de medio pelo, yonquis sin futuro y tipos violentos y pendencieros buscando camorra, mientras deambula por las calles de Barcelona, las dependencias de la Modelo, el norte de Marruecos, Granada, Madrid o Nueva York.

Viñeta de la serie protagonizada por Makoki

En sus historietas, Miguel Gallardo y Juan Mediavilla lograron inmortalizar la Barcelona más canalla del momento sin temor a mostrar la parte menos amable de sus calles, por entonces salpicadas por las drogas y la delincuencia, unas viñetas políticamente incorrectas que difícilmente verían la luz en la actualidad y que retrataban la realidad más salvaje de la época, y sin duda esa fue la clave que permitió a Makoki conectar con la juventud de aquellos años; además, Gallardo y Mediavilla visitaban con frecuencia los escenarios que dibujaban, su entorno más inmediato les sirvió de inspiración para crear algunos de sus personajes, mientras que los guiones de Mediavilla reflejaban con acierto la jerga barriobajera y con numerosos tacos que se escuchaba en la calle.

Makoki pasó por las revistas Star, Bésame Mucho y El Víbora, e incluso tuvo su propia publicación, Makoki. Durante los años ochenta fue un icono de la contracultura, pero a principios de la década de los noventa ya nada era como entonces, ni la juventud ni las calles de Barcelona, y Miguel Gallardo decidió dar un final digno a su personaje: en 1995 publicó, en la revista Viñetas, La muerte de Makoki, en la que mostraba cómo había cambiado el barrio con los Juegos Olímpicos de 1992, cuando el mestizaje quedó arrinconado para dar paso a “un parque temático para turistas donde ya no había lugar para nuestros personajes”, según afirma Gallardo. Sea como sea, Makoki se ganó un lugar privilegiado en historia del cómic de nuestro país, y por eso merece ser recuperado ahora, más de tres décadas después de su nacimiento.

Título: Todo Makoki
Autores: Miguel Gallardo y Juan Mediavilla
Editorial: Debolsillo
Páginas: 576 páginas
Fecha de publicación: Octubre 2012
ISBN: 9788499898698
Precio: 17,95 €

Entrevista: Toni Hill, escritor que presenta su segunda novela, Los buenos suicidas.

A mediados de 2011 aparecía en nuestras librerías El verano de los juguetes muertos, la primera novela protagonizada por el inspector Héctor Salgado que, a su vez, significaba el debut como escritor del barcelonés Toni Hill, una historia policíaca que obtuvo una excelente acogida entre los seguidores del género. Apenas un año después Hill publica la continuación del caso (Los buenos suicidas), y esa fue la excusa perfecta para que Culturalia se citara con él y hablar, así, de sus dos novelas, de los personajes protagonistas, de sus influencias, de la posibilidad de convertir a Salgado en un personaje televisivo, y, sobre todo, de la literatura de género que tanto le apasiona.

El verano de los juguetes muertos se convirtió en un éxito de crítica y venta, hasta tal punto que el libro será traducido a dieciséis idiomas. ¿Esperabas ese magnífico recibimiento para tu debut?

La verdad es que no. ¿Cómo te lo vas a esperar? Yo escribía la novela en casa, hablé con gente de la editorial y les ofrecí unos capítulos que ellos aceptaron, así que sabía que al menos se iba a publicar. Pero se hacía en Debolsillo y con una primera tirada de 10.000 ejemplares, algo totalmente diferente a lo que fue después. Y no tenía ninguna noticia de que aquello fuera a cambiar hasta que, en la Feria de Torino, la novela se vendió a siete países antes de que saliera aquí. A partir de ese momento, se cambió el plan de márquetin y toda la estrategia prestablecida.

¿Tuviste algún momento de pánico antes de encarar esta segunda novela? ¿Te sientes especialmente presionado por no decepcionar a quienes entusiasmó la primera parte?

Claro, si no, no sería humano. La presión existe, pero más que a la hora de escribir, está en el momento de pensar una trama; tenía clara la continuación de los personajes principales, pero me preocupaba generar otra historia que fuera distinta de la primera y, a la vez, suficientemente atractiva para quienes les gustó El verano de los juguetes muertos. A la hora de escribir me planteé una estructura diferente, pensé en hacer algo distinto pero que interesara al mismo grupo de gente, cambiar todo lo posible sin romper las reglas del género. Pero, claro, hay presión. De todas maneras, lo mejor para superarla es escribir: si te paralizas y no haces nada, entonces ni avanzas ni hay libro. Básicamente, la máxima presión estaba en que los editores extranjeros habían comprado las dos novelas, así que esperaban la segunda para saber si el éxito de la primera había sido casualidad o no.

El título de la novela, Los buenos suicidas, es un gran acierto, a pesar de que Salgado no crea que existan buenos y malos suicidas. ¿A qué responde ese título?

El título es casi irónico. Pensé que “buenos suicidas”, igual que “juguetes muertos”, implicaba jugar con dos conceptos opuestos, una idea que me gustó, así que propuse ese título y, después de darle mil vueltas, fue el que se quedó.

El protagonista afirma que hay bastantes más suicidas de lo que se publica en los medios. ¿Crees que el suicidio sigue siendo un tema tabú en la sociedad actual?

Es un tabú asumido. De hecho, un suicidio tampoco es exactamente una noticia, pero lo cierto es que no hay estadísticas, no se contabilizan, muchos se encubren, parece que si hay noticias de estas, la gente que quiere hacerlo se ve acompañada, posiblemente la idea de suicidios genere más suicidios; por eso, para evitar males mayores, quizás exista ese pacto de silencio.

Los sospechosos de Los buenos suicidas trabajan en los Laboratorios Alemany, una empresa especializada en la producción de cosméticos. Supongo que lugares en los que, día tras día, comparten sus horas personas tan dispares como los trabajadores de cualquier gran empresa son una mina para un escritor de novelas de misterio, ¿no crees?

Es una mina para un escritor de cualquier género, lo que sucede es que se utiliza muy poco, salvo que sean empresas algo diabólicas, como la de La tapadera, de John Grisham. Se utilizan poco porque al mismo tiempo hay que hablar de una serie de temas que yo aquí evité como pude: si hablas de ellos debes hablar de su trabajo, y las reuniones de márquetin son poco literarias. Es un ambiente casi claustrofóbico, estás obligado a volver allí todos los días, a relacionarte con personas con las que en principio no tienes nada en común; es una multitud de gente metida en un mismo lugar, con las presiones lógicas del trabajo a las que hay que sumar los conflictos que tengan entre ellos. Por eso es un material que da mucho juego.

En esta novela hay algunas referencias a la crisis que vivimos actualmente. ¿Es imposible abstraerse de una situación tan crítica como esta, incluso a la hora de escribir ficción? ¿Piensas que esas pinceladas sitúan a los protagonistas en un mundo real, y no de espaldas a la actualidad?

Sí, en este caso sería imposible porque mi intención es que la gente se identifique con los personajes. La novela pasa a principios del 2011, cuando estábamos con aquello de los “brotes verdes” que esperábamos que crecieran; ahora la crisis es mucho peor de lo que era en ese momento, por lo que debía abstraerme de las últimas noticias y recordar cuando la gente no estaba tan preocupada como ahora. Al mismo tiempo, yo quiero que la gente se identifique con los personajes, que piensen que Sílvia se parece a un familiar, o que ese compañero de trabajo es tan raro como Manel. De ahí que estos personajes se comuniquen como lo hacemos actualmente, esa gente no es tan distinta, llevados a un extremo, a la que conocemos; así, que Amanda se vaya a Luz de Gas a tomar una copa me parece algo natural por su estatus. Por eso intento poner referencias sin excederme, para no caer en un costumbrismo caduco que no aporta demasiado.

Héctor Salgado es un inspector de los Mossos d’Esquadra originario de Argentina. ¿Por qué escogiste a alguien que no ha nacido aquí para protagonizar tus novelas? ¿Fue una elección casual?

Fue casual que fuera argentino, pero no que fuera extranjero. Alguien de aquí no me acababa de convencer, así que, como he vivido un tiempo en Buenos Aires, pensé en hacerlo argentino, hay muchos en Barcelona desde hace tiempo, y de esta manera si tengo que hacer alguna referencia a cualquier calle de allí, la puedo hacer con conocimiento. Además, la idiosincrasia argentina tiene mucho que ver con la de Salgado, medio melancólico, medio irónico.

Portada de El verano de los juguetes muertos

Salgado se aleja de aquellos policías que merodeaban por los bajos fondos y buscaban consuelo en el alcohol. De hecho, su refugio es el jogging, y su único vicio son los cigarrillos. ¿Es una forma de reflejar la realidad de la profesión y dejar atrás los estereotipos literarios?

Sí, lo del alcohol en la actualidad me parece fuera de lugar. ¿Dejarías que alguien que beba constantemente llevara un arma? Eso está bien para los detectives privados, o en países con altos índices de alcoholismo, pero aquí no; por otra parte, me hacen gracia esos alcohólicos de postal, aquellos que beben y al día siguiente están perfectamente. Además, en El verano de los juguetes muertos parecía que el personaje avanzaba hacia el tópico, pero luego se subvertía: es un policía divorciado, sí, aunque ella lo ha dejado por otra mujer; también tiene tendencia a perder los nervios, pero se preocupa de su hijo y mantiene una relación cariñosa con su casera; hay gente a su alrededor que le quiere, así que tan malo no debe ser. Salgado no bebe, pero tampoco come, se aleja de las novelas mediterráneas que pasan el día comiendo; él no lo hace, y los fans están muy preocupados por su dieta. Sea como sea no me lo imagino cocinando, ni a él ni a Leire, con los horarios actuales es difícil dedicar mucho tiempo a cocinar.

El inspector Salgado encuentra su contrapunto ideal en Leire Castro, una agente de carácter, independiente y resolutiva que en la segunda novela investiga por su cuenta y riesgo el caso de Ruth. ¿Utilizar una mujer como compañera del protagonista ayuda a romper los tópicos machistas?

No, creo que ahora ya es algo habitual, en las parejas chico-chica se establece una especie de tensión sexual que siempre va bien, yo juego con el estereotipo porque ambos son totalmente distintos: Salgado es mucho más melancólico y neurótico que Leire, ella avanza siempre sin caer en flashbacks, mientras que él divaga, tiene otra manera de ser, quizás por la edad (cuarenta y tantos años frente a los casi treinta de Leire), y la forma de ser de ella hace que se centre en la investigación descuidando su embarazo hasta extremos arriesgados. Yo intento explicarlos no solo por cómo son ellos, sino también por cómo les tratan los demás, y está claro que a los dos les aprecian.

La comisaría en la que trabaja Salgado es uno de los escenarios comunes en tus dos novelas. ¿Realizaste algún tipo de trabajo previo de documentación sobre el día a día en una comisaría?

Lo cierto es que no, quizás debería haberlo hecho, pero es dificilísimo. Fui a la comisaria de Lleida, pero todas son iguales. Por otro lado, la realidad no tiene nada que ver con la literatura, en este país todo es distinto a cómo lo imaginamos: los policías no interrogan, lo hacen los agentes judiciales, hay pocos inspectores,… Nosotros tenemos una visión muy americana, y no se ajusta a la realidad de nuestro país, así que tan solo hay que intentar no cometer barbaridades. De todas maneras, tampoco quiero saber si lo que escribo es real, me conformo pensando que es perfectamente verosímil, posiblemente la verdad sería tan poco interesante que no merecería la pena leerla.

La novela anterior queda marcada por la desaparición de Ruth, la ex esposa del inspector, un suceso que en Los buenos suicidas tiene un gran peso. Sin que nos adelantes nada, pero ¿ya sabes cómo se resolverá todo? ¿Lo sabías ya en el mismo momento en que decides que desaparezca, o tu primera idea ha ido evolucionando?

Cuando decidí que Ruth desapareciera, la novela acababa ahí, sin investigación posterior, pero ya había imaginado qué le podría haber pasado. Todo el mundo lo considera una especie de cliffhanger, una puerta abierta para una segunda novela, pero para mí el final tenía sentido, demostrando que el vudú, subestimado en todo momento y que parecía que solo se lo creían las prostitutas nigerianas incultas, podía traspasar la línea y colarse en la vida de dos personajes no creyentes en él; esa era mi única intención cuando escribí el final de El verano de los juguetes muertos. Sin embargo, en la segunda parte no podía obviar esa desaparición. Así que, en efecto, ya sabía qué le había pasado, pero vosotros también lo sabéis, si pensáis un poco (Risas). La escena final de Los buenos suicidas debía terminar sabiendo quién llama a la puerta, y yo no pretendo mentir al lector: si la visita alguien es porque tiene que ver con su desaparición; si no, no lo pondría. El caso de Ruth podría ser una novela por si misma, pero yo lo resuelvo en dos, con el próximo libro se cierra la trilogía y en mi cabeza el final cuadra, es complicado pero encaja. De todas maneras no hay ni una pista falsa, en este momento tenéis el 70 % de la información necesaria, así que no habrá una gran sorpresa, es bastante lógico.

Eres licenciado en psicología y llevas años trabajando en el ámbito editorial. ¿Qué te hizo dar el paso de traductor a autor?

Portada de Los buenos suicidas

Hace años que trabajo en el mundo editorial, soy traductor, también he realizado funciones de corrector, y en todo este tiempo he visto muchos originales, y al final piensas: “Yo también lo sé hacer”. Pasan los años y decides demostrar que puedes hacerlo, así que encontré el momento ideal para dedicarme un tiempo a escribir, con las mañanas libres. Sin embargo, trabajar con gente de la editorial es un arma de doble filo: te harán mucho caso la primera vez pero, según el resultado, no lo harán la siguiente. Por otro lado, yo quería publicar la novela, sin pensar si se vendería o no. Y cuando ya había empezado vi que se me daba bien crear personajes y elaborar diálogos, lo complicado era crear la trama, por eso algunos meses me los pasé pensando en un mundo ficticio y escribiendo de madrugada.

Tengo entendido que eres un gran admirador de la literatura de misterio anglosajona. ¿Hay algún escritor que te haya influido especialmente?

Hay varios, desde que lees a Agatha Crhristie cuando tienes doce años te fijas en sus tramas elaboradas con coherencia, ella reflejaba su época, aunque sus personajes eran poco creíbles. Me gusta mucho Dennis Lehane: Mystic River es una novela que trasciende al género porque tiene todos los elementos de la novela criminal y, al mismo tiempo, un elenco de personajes que funcionaría bien sin el crimen. Otros escritores que me gustan son John Connolly y Michael Connelly. La verdad es que he leído más crimen anglosajón que de cualquier otro sitio, aunque en nuestro país también hay novelas muy buenas, como No llames a casa de Carlos Zanón, o Las niñas perdidas de Cristina Fallarás. Recomiendo especialmente La tristeza del samurái de Víctor del Árbol, a quien conocí en la Semana Negra de Gijón y cuyo libro ha sido premiado en Francia; es una historia ambientada en dos tiempos: los años posteriores a la Guerra Civil y el golpe de estado de Antonio Tejero (1981), dos tramas paralelas que funcionan bien.

Has necesitado tan solo dos libros para consolidarte como un buen especialista de novela policíaca. ¿Te imaginas cambiando de género en el futuro –pasar a novela histórica, de humor, de ciencia-ficción,…– o te sientes tan cómodo con las investigaciones policiales que no te planteas ese cambio?

Sí me imagino cambiando de género, y además pasará. Si cambio voy a eliminar el género, quiero hacer una serie de relatos aunque no se publiquen, escribir algo que empiezas y acabas en una semana, así la obsesión se elimina en pocos días. También me gustaría probar, en algún momento, con la literatura de terror, que parece que aquí está muy mal vista, de la misma manera que lo estaba la novela negra hasta hace apenas cuatro días. Aquí los géneros quedan arrinconados, no sé muy bien por qué, no sé si es por prejuicios, o por conservadurismo…

Tanto en El verano de los juguetes muertos como en Los buenos suicidas se intuye un material excelente para hacer una película. ¿Te lo han propuesto ya?

Pues sí, el proyecto está en fase embrionaria, y será una mini-serie de dos episodios basada en El verano de los juguetes muertos; los derechos están vendidos a Portocabo, pero el problema está en encontrar la financiación. En principio yo tan solo les echaré una mano, les daré mi opinión, pero el guión lo harán ellos. Creo que saldrá adelante, tienen muchas ganas y únicamente falta que las televisiones decidan financiarla. Ya veremos si será una realidad o no…

Los seguidores del inspector Héctor Salgado quedan desamparados al terminar Los buenos suicidas, impacientes, a la espera del próximo caso. ¿Puedes recomendarles alguna novela que te haya gustado especialmente en los últimos tiempos? No importa si es de género policíaco o no.

Sí, puedo recomendar varias: La tristeza del samurái de Víctor del Árbol, Chesil Beach de Ian McEwan, No confíes en nadie de S. J. Watson, por sistema yo recomiendo todo lo que escribe Philip Roth, y también la última de Jo Nesbø, un autor noruego que ahora es la gran sensación en Inglaterra y que próximamente verá cómo Martin Scorsese dirigirá la versión cinematográfica de su novela The Snowman.

No nos faltarán opciones, no.

Título: Los buenos suicidas / Els bons suicides
Autor: Toni Hill
Editorial: Debolsillo
Colección: Best Seller
Páginas: 384 páginas
Fecha de publicación: Junio 2012
ISBN: 9788499896786
Precio: 12,95 €

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Escrito por: Robert Martínez Colomé

Crítica literaria: Los buenos suicidas, de Toni Hill

Hace unos meses nos hacíamos eco del primer caso de Héctor Salgado, un inspector de los Mossos d’Esquadra que, de la mano del escritor Toni Hill (Barcelona, 1966), debutaba con El verano de los juguetes muertos, una novela policíaca que se convirtió en una de las grandes sorpresas literarias de 2011. El final de esa historia dejaba al lector sumido en una total incertidumbre, por eso Hill no ha querido que sus seguidores desesperen y, apenas un año después, publica Los buenos suicidas, el nuevo caso de Salgado y compañía que promete tanto misterio como el que había en su primera investigación, una historia que consagra al escritor barcelonés entre los mejores especialistas del género y confirma que el éxito de su predecesora no fue flor de un día, una novela plagada de intrigas y sorpresas que el lector devorará con avidez y que, una vez más, le dejará completamente desconcertado y deseando saber cómo se las ingeniará el autor para continuar la historia.

En la Noche de Reyes de 2011, una mujer decide poner fin a su vida en la estación de metro de Urquinaona. El caso es asignado al inspector Héctor Salgado, quien seis meses después de la desaparición de Ruth, su ex esposa, no pasa por su mejor momento: las noches de insomnio se eternizan al mismo tiempo que consume un cigarrillo tras otro, única válvula de escape para no caer en la más absoluta desesperación. No obstante encontrará refugio en el trabajo y en esa muerte que, quizás, no esté tan clara como los hechos indican: el móvil de la suicida está vacío, limpio de datos, y tan solo un mensaje en él, una desagradable foto acompañada de tres palabras: “No te olvides”. En paralelo, la agente Leire Castro, de baja por su inminente maternidad, empezará a trabajar en la desaparición de Ruth, una investigación que el tiempo ha aparcado en el cajón de los casos sin resolver.

Así, por sus casi cuatrocientas páginas desfilan un buen número de sospechosos, ya que las pistas dirigirán al inspector hasta los Laboratorios Alemany, una empresa dedicada a los cosméticos cuyos trabajadores guardan secretos compartidos y mantienen sospechosos pactos a la vez que desconfían unos de otros. Esta riqueza de personajes permite a Hill analizar diversos aspectos de la conducta humana y la forma en que cada uno encara los problemas, desde el temor y los remordimientos de unos a la entereza y la capacidad de liderazgo de otros, y todos ellos con una obsesión común: ocultar la verdad.

El escritor Toni Hill

Es inevitable que quien lea Los buenos suicidas la compare con El verano de los juguetes muertos. En este sentido, si le gustó la primera puede estar tranquilo, ya que las dos mantienen algunos puntos en común: en ambas novelas encontramos dos casos por resolver, unos crímenes cuyas investigaciones avanzan en paralelo sin entorpecer la lectura; además, los dos libros mantienen expectante al lector en todo momento, el final de cada capítulo es una provocación, un estímulo constante que impide dejar de leer, y todo gracias a la destreza de Hill a la hora de confeccionar minuciosas intrigas, su perfeccionismo hace que cuide hasta el detalle más pequeño mientras prescinde de cualquier dato accesorio, una habilidad que le permite hilvanar el caso actual con otro sucedido meses atrás de forma natural.

Sin embargo, entre las dos novelas existen algunas diferencias. Ahora Toni Hill da un paso adelante en su fórmula e introduce algunas variantes en la estructura de la historia que enriquecen el resultado. El cambio más significativo tiene que ver con el tiempo que dura la investigación del caso: si la primera se desarrollaba en tan solo cinco días, esta transcurre en un par de semanas, una solución para conceder más peso, mayor entidad, a los personajes, tener más tiempo le posibilita ahondar en la personalidad y las debilidades de sus protagonistas (los seis meses transcurridos han hecho mella en Salgado, ahora está desorientado, desconocer el paradero de su ex esposa le hace vivir atormentado día tras día, y a ello hay que sumarle la escasa complicidad que mantiene con su hijo, prácticamente un desconocido a quien debe cuidar sin saber muy bien cómo), además de consolidar las características que ya se apuntaban en la primera parte (Leire ya demostraba ser una agente inquieta, incapaz de quedarse en casa descansando, y ahora no duda ni un instante en hacerse cargo del caso de Ruth). Asimismo, Hill nos hace cómplices de las intimidades de los sospechosos, aquellas historias que aparecen en segundo plano y que nada tienen que ver con el caso de forma estricta, pero que quizás expliquen algunos de sus comportamientos.

Los buenos suicidas se presentó el pasado 7 de julio en la librería “Negra y criminal” –imposible escoger un lugar más apropiado que este–; allí, el anfitrión, Paco Camarasa, pura sabiduría noir, afirmó con vehemencia que esta segunda parte es mucho mejor que la primera, una sentencia que yo mismo comparto, así que, si me permiten el consejo, háganle caso: si se divirtieron con El verano de los juguetes muertos deben leer Los buenos suicidas sin más dilación, porque no hay duda que esta es la mejor propuesta para quienes disfrutan con las intrigas criminales de nuestros días.

 

Título: Los buenos suicidas / Els bons suicides
Autor: Toni Hill
Editorial: Debolsillo
Colección: Best Seller
Páginas: 384 páginas
Fecha de publicación: Junio 2012
ISBN: 9788499896786
Precio: 12,95 €

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Escrito por: Robert Martínez Colomé