El espacio escénico de la Nau Ivanow representa del 27 de abril al 8 de mayo Descartable, de Daniel J. Meyer, una firme crítica teatral hacia la sociedad actual en la que vivimos y contra los roles que nos obliga a desarrollar. Una visión actual de lo que somos y de lo que no podemos llegar a ser.
No son pocas las obras de teatro que hacen un largo trayecto, ya sea en el espacio o en el tiempo, para acabar hablándonos del presente y de todo aquello que vivimos, que sentimos y que sufrimos en la actualidad, aunque maquilladlo y disfrazado de una forma tal que nos puede parecer, al menos en un primer golpe de vista, como algo antiguo y lejano. Descartable, obra escrita y dirigida por Daniel J. Meyer no hace ni una cosa ni la otra. Nos habla, eso sí, de nuestro mundo actual, sin embargo se queda en él para hablar de él, de una forma firme y concisa y a en muchas ocasiones dura.
Meyerescoge para su diatriba “contra la modernidad” a una pareja triunfadora (o eso parece) que está a punto de casarse. Ella es una esforzada arquitecta que parece estar triunfando en su carrera profesional. Él trabaja en la oficina, no llegamos a saber bien bien de qué. Los dos intentan tirar adelante un proyecto vital y familiar conjunto, heredado de la sociedad en la que vivimos, en la que la pareja “feliz” es un fiel testigo del éxito emocional y sentimental. Aunque pronto veremos que detrás de una ceremonia bonita y unas sonrisas radiantes y continuas pero vacías se esconden muchos de los males que nos impone la sociedad de consumo en la que estamos inmersos. Un espejismo necesario para poder seguir adelante.
Descartable es, como dije antes, una obra firme y concisa que se permite muy pocos dispendios para atacar una cuestión que nos toca a todos muy de cerca. ¿Cuál es el futuro de las personas y de las parejas en una sociedad insensible que tan solo necesita de nuestro trabajo? ¿Es posible la felicidad en los tiempos en los que vivimos? ¿Es posible el romanticismo o la idea del amor en un mundo en el que todo se ha convertido en un bien consumible o, si no puede ser consumido, en un residuo? ¿Existe algo más allá del éxito?
Todas estas (y otras más) son las preguntas que Daniel J. Meyer intenta responder con su espectáculo. Un espectáculo que en ningún momento tiene ningún tipo de indulgencia para el público que asiste a su representación. Meyer nos introduce en el meollo del asunto desde el primer momento. La obra avanza en base a escenas que nos muestran la vida ¿ideal? de la pareja ¿triunfadora? que se acaba de trasladar a su nueva vivienda. Todo en ella es tan parecido a todas las otras casas (concepto IKEA) que no hace falta ningún tipo de atrezo o escenografía, tan solo una serie de cajas que se transforman en aquello que se necesita en cualquier momento: una cama, unos armarios, una pasarela… acompañado de un vestuario monótono que sirve para universalizar a los personajes.
Poco a poco iremos viendo como lo que parece un panorama idílico se va transformando en algo vacío (de sentimientos, de realidad, de voluntades) hecho provocado, sin ninguna duda, por el ritmo de vida en el que vivimos. La ingesta masiva de comida precocinada (representada en las variadas bolsas de patatas de sabores fantásticos); la incapacidad de los miembros de la pareja de entregarse plenamente al otro en ninguno de los sentidos; el omnipresente ir y venir de los viajes en avión (una de las grandes concesiones que la globalización ha permitido a los “no ricos”); la presencia constante de los instrumento de trabajo en el ámbito familiar; la injerencia de la televisión (y lo que ella representa) en varios momentos de la trama; incluso el tipo de ocio automático e inducido del que disfrutan. Un panorama que convierte a los personajes en cualquiera de nosotros, de aquellos que solo se pueden dejar llevar por las formas sociales y culturales que en definitiva nos definen ahora, igual que las propias de otros tiempos definían otras épocas.
Una obra con unas garras finas y precisas que saben donde rasgar para mostrarnos, en carne viva, el interior de los cuerpos y de las mentes. Casi una operación quirúrgica que nos muestra unos resultados que, como pacientes potenciales que somos, no nos gusta ver, aunque cuando descienda el telón (imaginario, pues el espacio escénico no lo posee) nos levantaremos y volveremos a “ejercer” nuestra cotidianidad, por muy parecida que ésta sea a lo que acabamos de ver representado en el escenario. Una excelente idea y una aún mejor puesta en escena de la mano de Daniel J. Meyer, autor y director de la obra que se está haciendo un hueco en el mundo teatral barcelonés, hecho que ratifica su contribución en obras como Èdip 1,2,3,4 y El señor de les mosques, ambas representadas en el Versus Teatre; o su participación en obras de gran formato como Boeing Boeing, La doble vida d’en John o Gerónimo Stilton, el musical.
Al empeño de Meyer se suma la acertada interpretación de las dos parejas protagonistas, una opuesta a la otra, una metafórica e irreal y la otra actual y existente. Las actuaciones de Laia Pellejà, Toni Ramírez, Daniela Poch y Rafa DelaCroix, en contraposición las unas con las otras, se adaptan a la firmeza y la concisión del resto de la obra para dejarnos ver en ellos un poco (o mucho) de nosotros mismos.
Ya para acabar me veo obligado a resaltar dos de las escenas que se representan en la obra. La primera la escena de la salida nocturna de la pareja, en la que la esencia de muchos de nuestras debilidades (el sexo, el amor, la droga, el alcohol, la infidelidad, el todo vale) se nos hace patente de una forma clara y sencilla. La segunda, la escena de la pasarela, el momento, para mi gusto, más brutal de la representación, en el que los cuatro personajes nos muestran, sin palabra alguna, los efectos de la actualidad, las consecuencias nocivas de nuestra forma de vida, tan solo acompañados por la letra de un tema musical, que nos repite, hasta la saciedad, que solo “quiere nuestra alma”, tan solo.
Y uno se pregunta ¿quién quiere nuestra alma? ¿quién nos ha robado, si es que alguna vez las hemos tenido, nuestras ganas de vivir y de sentir, nuestras ganas de ser las personas que somos y de resistirnos a unas fuerzas invisibles pero poderosas que tan solo quieren que dejemos de ser nosotros mismo y que seamos y hagamos lo que ellas quieren que seamos y hagamos.
“Descartable” se representó en el espacio escénico de la Nau Ivanow del 27 de abril al 8 de mayo de 2011.
Dramaturgia y dirección: Daniel J. Meyer
Intérpretes: Laia Pellejà, Toni Ramírez, Daniela Poch y Rafa DelaCroix
Ayudante de dirección y videocreación: Leire Erkizia
Iluminación: Luis Aznarez y Natalia Ramos
Sonido: Ferran Roig
Regiduría y fotografía: Sara Manzano
Diseño gráfico: Jordi Martinez Pinyol
Colaboraciones movimiento: Laura Vilar
Voz en off: Enric R. Cambray
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Escrito por: Jorge Pisa Sánchez