Una vez más, el cine como expresión. Y en esta ocasión, como represión también. Porque se convierte en la concreción de un empeño de adoctrinar, legitimar y ensalzar.
La Filmoteca de Catalunya proyecta del 8 al 19 de este mes una selección de películas que anularon conciencias y crearon héroes del Tercer Reich.
Con la Muestra de Cinema i Propaganda Nazi, el Festival de Cinema Jueu de Barcelona y el Goethe-Institut nos “autorizan” a asistir a la exhibición de ficción audiovisual actualmente prohibida. A la que solo puede accederse en el transcurso de ciclos temáticos oportunamente explicados. Y bajo el solemne control del consulado y la embajada alemanes.
Ahora que ya estamos advertidos, entremos. Y no permitamos que sea el morbo quien nos guíe.
Nos iluminará nuestra curiosidad “Hitlerjunge Quex” (Hans Steinhoff, 1933) o la melodramática historia de un preadolescente voluntarioso, apasionado y deseoso de entrar en acción disputado por comunistas y nazis como estandarte. La película, estrenada en España en 1939 como “El flecha Quex”, despliega una intriga que incluye un padre comunista alcoholizado y finalmente iluminado por la salvación nazi a base de refrescantes cervezas; una madre sufriente capaz del infanticidio si con ello aleja a su benjamín del mal camino y, sobre todo, un protagonista resplandeciente en actitud y movimiento. Muy entretenida y con un guión consistente, documenta con detalle la eficacia de los agrupamientos juveniles para crear acólitos y su poder letal (los enfrentamientos entre uno y otro bando van desde las travesuras callejeras hasta el sacrificio final de la oveja más blanca del corral). Y curiosamente todo empieza con el hurto de una manzana por parte de un díscolo muchacho rojo… Hay también amores de adolescencia, traiciones y épica militar con una idea poco reconfortante que subyace: la hospitalidad nazi (“en casa, todos son bienvenidos” proclama con dulzura y convicción la amada de Quex).
Del mismo Steinhoff y ocho años después, llega “Ohm Krüger”, que se adentra sin rubor y con mucho tesón en el terreno suspicaz del “biopic”, esto es, subgénero especializado en glosar y sobre todo glorificar a figuras cuya relevancia se presume harto demostrada. Con el “presidente Krüger”, líder político y judicial del pueblo de granjeros sudafricano bóer, conoceremos la crueldad del pueblo británico, empeñado en exterminar a aquellos por la riqueza mineral de sus tierras. Todo en esta película es magno: desde la interpretación de su actor principal (un omnipotente Emil Jannings) hasta las escenas de grupo (que encuadran admirablemente a centenares de figurantes recreando los momentos más emotivos) dejando incluso espacio a la ironía en algunos personajes memorables: una Reina Victoria irresistible en su ambición desmesurada (“hay que intentar que los pueblos se odien siempre. Si no, ¡estamos perdidos!” sentencia entre delirio y humana cordura en su lecho de muerte) interpretada soberbiamente por Hedwig Wangel, unos religiosos que reparten fusiles y biblias entre los aborígenes mientras cantan con ellos el “God save the Queen”, y un oficial británico que alimenta a su bulldog con casi media docena de filetes para dirigirse poco después a hacer las mil perrerías a las hordas de mujeres bóer aprisionadas en campos de exterminio creados (¡atención!) por los malvados ingleses. Nos quedamos con una de las frases que el “Mesías” Krüger grita a su rebelde hijo: “La historia no se estudia. ¡Se hace!”.
Va por nosotros.
Por Juan Marea