«Cosmètica de l’enemic» en la Sala Muntaner de Barcelona: Despedid a vuestro abogado.

«El culpable va hacia el castigo como el agua va al mar.»
Lo que en esta pieza teatral suena a amenaza puede camuflarse de advertencia.
Pero en la función de la Sala Muntaner no se detendrá aquí. Sino que acabará suponiendo un alivio para su protagonista. Aclaremos, no obstante, que no sin tener que pagar un precio al alcance de pocos bolsillos.


«Cosmètica de l’enemic» consiste, pues, en un juicio inesperado para su acusado, que primero rechaza y finalmente se erige en liberador. El fiscal es un despiadado avasallador que con su discurso relleno de amistosas intenciones destruye la calma del anónimo transeúnte. Esto no es más que el punto de partida de un proceso cuyo objetivo fundamental es averiguar si la impunidad social constituye una buena compensación para quien no puede garantizar su derecho a formar parte del grupo.

Magda Puyo, la instructora penal (y desde su posición de directora escénica) limpia casi por completo el escenario de artificios para dejar reposar en él los tres elementos esenciales del espectáculo, a los que saca lustre: la pareja de actores y el suspense.

Como cabezas visibles, Xavier Ripoll y Lluís Soler. El primero, objeto de martirio del segundo. Ripoll juega su papel de víctima combinando su diminuta presencia con un autoritario timbre. Ante el rechazo frontal del héroe, Soler contraataca con su esbelta figura y encantadora expresión demente.

Ambos personajes descifran la trama mediante un diálogo sin marcha atrás cuyo gran logro radica en la habilidad con que maneja los intrincados resortes de la ambigüedad, la sugestión en la manipulación y una estimulante insistencia en la creación de interrogantes. La ejecución por ambos intérpretes de sus réplicas adolece de cierta aceleración y alcanza sus cotas más altas cuando se ve bruscamente interrumpida. En esos momentos en que los dos personajes llegan a arañarse con los ojos y a salvaguardar su más celosa intimidad a escasos centímetros de distancia el uno del otro, reina un silencio inteligente que acrecenta la tensión y dota a los actores de una mayor entidad escénica. Y los aspavientos de Xavier que resquebrajan a su agredido «Jérôme» son tan estremecedores como la narración juguetona de Lluís al filosofar su «Textor» sobre los límites morales entre deseo, dominio y pasión amorosa.

El público, forzado a dictar sentencia, devora con mórbido interés el desarrollo de la trama. Y cuando llega el desenlace, los efectismos empleados resultarán tan acertados que no solo se nos congela la sangre. También temblamos al asumir nuestra misión de Jurado mientras aplaudimos y nos disponemos a abandonar la sala sumidos en una confusión tan atractiva que saldremos más imperfectos y bellos.

 por Juan Marea

 Image¿Xavier Soler y Lluís Ripoll?

http://www.salamuntaner.com/