Crítica teatral: “Paisaje sin casas” de La Virgueria: Mirando hacia nosotros mismos

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La ventana de delante no oculta.

Contemplar un paisaje puede causarnos placer. Como asistir a un espectáculo teatral. También la observación de un panorama nos puede inquietar. Como comprobar que una propuesta escénica aborda el lado más sórdido de nuestro entorno. Incluso darse de bruces con unas vistas desoladoras nos empujará a tomar conciencia de que las cosas no van bien.

La Virgueria, compañía que tiene como pulmón derecho el compromiso social y como pulmón izquierdo el nadar a contracorriente, enmarca su paisaje plantando en un suelo poético y minucioso unos personajes que aspiran a transmutar su condición de antihéroes en figuras que sobrevuelen con arrojo la miseria en que se hallan empantanados.

Aleix Fauró, diseñador de esta estampa honesta y bienintencionada, desperdiga en el escenario a unos actores esforzados y muy voluntariosos para que las proclamas del autor Pablo Ley se conviertan en clamor escénico.

Pero ocurre que es tanto el detenimiento del dramaturgo recreando su discurso en la descripción de la frustración existencial de sus personajes como morosa la narración de su quehacer diario que este “Paisaje” no solo no tiene “casas”, sino que además arrastra a su aridez la calidez que los personajes reclaman a gritos.

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 ¿Y si pasamos a la acción?

Y vayamos más allá de los efectismos de esta propuesta, como son la simpatía que suelen despertar en nuestra burguesa complacencia el retrato de los más desfavorecidos; o una escenografía realista que reproduce hasta el último detalle de una estancia doméstica.

Si nuestra mirada es clara y decidida, distinguirá el atractivo de comprobar que lo verdaderamente relevante en el aspecto dramatúrgico es la definición de los protagonistas a partir de su actitud de cronistas: uno de ellos (resultón Carles Gilabert) relatando hasta el último detalle sus andanzas de delincuente como “copiloto” aplicado de un compañero que nunca aparece; el otro (vulnerable Javier Beltrán), asintiendo y apostillando lo injusto que es este mundo del progreso para los que no pueden avanzar por veredas de consumismo.

Y luego está ese mundo exterior del que tanto hablan, que destripan y retuercen con puños de pasividad alarmante, y que les devoraría sin piedad en cuanto abandonasen su acomodada plática. Todo ello ejemplificado maravillosamente por Eduardo Telletxea (sugerente, contenido y verosímil) cuando irrumpe en escena episódicamente. La rudeza de su físico; lo parco de su expresión verbal y la resistencia a apalancarse de la criatura que le toca encarnar dinamizan el espectáculo y permiten también entrever lo rico que hubiese sido este “Paisaje” en el caso de haber dejado de lado la pretenciosidad de su discurso y si, además, sus protagonistas pudiesen expresarse sin tanto artificio literario y pose intelectual.

La vida, al fin y al cabo, es como insiste y persiste uno de los personajes: hurtar la lata de atún, cargar con ella como preciado tesoro y, sobre todo, dar buena cuenta de ella después.

por Juan Marea

Teatre Lliure
Plaza Margarida Xirgu, 1 de Barcelona
del 24 de abril al 11 de mayo
dramaturgia: Pablo Ley
dirección: Aleix Fauró
intérpretes: Javier Beltrán, Carles Gilabert y Eduardo Telletxea
espacio escénico: Ian Gehlhaar
iluminación: Andreu Romaní
en castellano
duración: 80 minutos (sin pausa)
horarios: de miércoles a viernes, 21 h; sábados, 21.30 h
precios: 12€ (anticipada), 15€ (1 hora antes en taquilla); descuentos: alumnos de interpretación (10% descuento); miembros de la Asociación de Actores y Directores Profesionales de Cataluña (1 entrada a 6€ y 50% de descuento para acompañante) 

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